A apenas unos metros del Palacio de Liria, en pleno corazón de Madrid, se extiende una manzana discreta formada por cinco portales que durante décadas ha albergado a familias ligadas, de una u otra forma, a la Casa de Alba. Hoy, ese pequeño enclave vive instalado en la incertidumbre. No por fantasmas del pasado ni por leyendas nobiliarias, sino por una serie de cartas que han empezado a circular entre los buzones y que han puesto en alerta a cerca de 75 hogares.
Según ha informado El País, la notificación, enviada por correo ordinario, anuncia que los contratos de alquiler no serán renovados cuando venzan. El motivo oficial esgrimido es la necesidad de acometer obras técnicas y de rehabilitación. El mensaje invita a los inquilinos a abandonar sus viviendas de forma “ordenada” en los próximos meses.
“Desde entonces nos ignoran, ha habido problemas en el edificio y han retrasado los arreglos todo lo posible. La consigna es no gastarse más dinero”, explican al citado medio. Según calculan los propios vecinos, entre 40 y 50 familias ya han recibido el aviso. El remitente es Bala Investment, una gestora inmobiliaria creada en mayo de 2025, presidida por Enrique Dancausa Treviño, y cuyo consejero delegado firma el escrito.
El temor no surge de la nada. En 2024, la Casa de Alba inició la transformación de otro edificio de su propiedad, también junto al palacio, que pasó de albergar oficinas a convertirse en pisos turísticos tras un cambio específico en el planeamiento urbanístico aprobado por el Ayuntamiento de Madrid. Aquella operación encendió todas las alarmas entre los residentes de las calles de Manuel y Duque de Liria, que comenzaron a sospechar que ellos serían los siguientes.
Los edificios afectados, construidos en 1929, siempre pertenecieron a la Casa de Alba. Durante décadas, estuvieron destinados a personas de confianza: empleados del palacio, familiares, conocidos o trabajadores de empresas vinculadas a la familia ducal. Las viviendas no se anunciaban en el mercado. La propia Cayetana Fitz-James Stuart supervisaba este sistema basado en la cercanía y la estabilidad. “Se buscaban familias para alquileres largos y a precios razonables”, recuerda uno de los inquilinos, que llegó al edificio gracias a esa red de confianza.
Las viviendas, de entre 45 y 90 metros cuadrados, tienen alquileres que oscilan entre los 1.000 y los 1.500 euros, cifras muy por debajo del mercado en esa zona. A pocos metros, una residencia de estudiantes supera los 1.200 euros por una sola habitación. Por ello, una posible operación para reconvertir estos edificios en alojamientos turísticos o residencias estudiantiles permitiría multiplicar los ingresos.
“Es una vergüenza”
Las sospechas se reforzaron con las visitas de distintos estudios de arquitectura durante los últimos tres años. El último de ellos será el encargado de la rehabilitación integral. Aunque la Casa de Alba no ha concretado el uso final de los inmuebles, los vecinos aseguran que los proyectos que han podido conocer apuntan claramente hacia un modelo turístico. También los locales comerciales de los bajos han sido advertidos de que se avecinan cambios.
El malestar es palpable. “Es una vergüenza. Los grandes tenedores están cambiando la tipología de la ciudad a su antojo, con leyes hechas a la medida de su negocio especulativo y sin que nadie haga nada. Te cargas familias, vidas enteras, para seguir aumentando tu imperio. Es un tema social. Les da igual. Ni siquiera se plantean subirnos el alquiler. Ya no les servimos”, denuncia uno de los residentes a El País. Muchos son personas mayores con contratos antiguos o familias con hijos que llevan décadas en el barrio.
Desde la Casa de Alba confirman el proceso de no renovación de contratos y aseguran que se está actuando con diálogo individualizado y voluntad de ayuda, apelando a la necesidad de preservar y actualizar edificios históricos. Sin embargo, no aclaran cuál será el destino final de las propiedades.