Cada año, la familia Grimaldi se reúne para celebrar su tradicional cena de Nochebuena en el Palacio de Mónaco. Una cita que repiten otras familias reales europeas, pero que especial en el pequeño país, pues siempre se sirve lo mismo. Año tras año. Se trata de un menú invariable que combina la gastronomía local y la identidad mediterránea al que los príncipes Alberto y Charlène son fieles.
El gran protagonista de la velada es el brandamuncium, conocido también como bacalao a la monegasca. Se trata de un plato profundamente arraigado en la cocina local, elaborado a partir de bacalao en salazón que se desala cuidadosamente antes de cocinarse. El pescado se mezcla con una base cremosa de cebolla, ajo y nata, dando como resultado un guiso de textura suave y reconfortante que suele servirse acompañado de verduras. Es una de las recetas más representativas del Principado y, además, una de las favoritas de la princesa Charlène.
Pero antes de llegar al plato principal, la cena arranca con uno de los entrantes más emblemáticos de Mónaco: el barbagiuan. Esta empanadilla tradicional puede rellenarse de calabaza o de espinacas y se completa con arroz, queso y puerro. Sencilla, pero muy sabrosa, es una receta habitual en las celebraciones familiares y una pieza clave de la gastronomía local. En la mesa navideña tampoco suelen faltar otros clásicos como el pavo con castañas o el cordero de la Provenza preparado en croûte.
El pan ocupa un lugar destacado durante la cena. Entre las variedades que se sirven están las fougasses, unos panes planos, grandes y crujientes, aromatizados con ron y agua de azahar y espolvoreados con anís azucarado. Junto a ellas aparece el llamado pan natal, un pan redondo decorado con nueces y pequeñas ramas de olivo dispuestas en forma de cruz. Más allá de su sabor, este pan tiene un fuerte valor simbólico y forma parte inseparable de la tradición navideña del Principado.
El broche final lo ponen los postres, claramente influenciados por la Provenza. La costumbre marca que se presenten hasta 13 dulces distintos, una cifra cargada de significado religioso que representa a Cristo y a los doce apóstoles en la Última Cena. Todos los postres se colocan al mismo tiempo sobre la mesa y se comparten entre los comensales. No faltan los turrones, las frutas confitadas ni los dátiles. También se sirven los conocidos mediants, elaborados con una mezcla de frutos secos y frutas deshidratadas como almendras, avellanas, higos, uvas, manzanas, peras o ciruelas pasas.
La confianza del príncipe Alberto en lo que funciona
Detrás de esta cuidada tradición culinaria se encuentra Christian García, chef del Palacio del Príncipe desde 1987. Lo que iba a ser un contrato de apenas siete meses se convirtió en una trayectoria de más de tres décadas al servicio de la Casa Grimaldi. El cocinero define al príncipe Alberto como un auténtico amante de la gastronomía. Según ha contado, el soberano visita a diario las cocinas para comentar los menús y compartir impresiones, especialmente tras sus viajes.
García ha explicado que cada día diseña varias opciones de primeros, segundos y postres, y que es el propio príncipe Alberto quien realiza la elección final. Aunque nunca ha revelado cuál es su plato favorito, sí ha destacado su curiosidad culinaria y su compromiso con la sostenibilidad. El chef evita incluir atún rojo del Mediterráneo por respeto al medio ambiente y apuesta por productos ecológicos, muchos de ellos procedentes del huerto del Palacio, que también se ofrecen a los invitados.