Sarah Ferguson atraviesa uno de los momentos más delicados de su vida. A sus 64 años, la exduquesa de York —quien aún comparte residencia con su exmarido, el príncipe Andrés— vive entre la presión mediática, la inestabilidad financiera y las negociaciones sobre su futuro en el entorno real. Según han afirmado al diario británico Daily Mail este martes, “no tiene adónde ir, ni con quién ir”, una frase que resume su situación actual, marcada por la incertidumbre y el desgaste emocional.
Desde 2008, Sarah y Andrés conviven en Royal Lodge, una mansión de 30 habitaciones dentro del Windsor Great Park, propiedad que el duque adquirió mediante un contrato de arrendamiento de 75 años. Pese a no estar casados desde hace casi tres décadas, ambos han mantenido una convivencia peculiar, descrita por muchos como una relación de amistad y dependencia mutua. Sin embargo, la paciencia del rey Carlos III parece haberse agotado. El monarca lleva tiempo intentando que su hermano abandone la residencia, cuyas dimensiones y mantenimiento implican gastos desorbitados.
En los últimos meses, se ha planteado que Andrés podría trasladarse a Frogmore Cottage, la antigua vivienda del príncipe Harry y Meghan Markle, mientras que Ferguson ocuparía Adelaide Cottage, una propiedad cercana y actualmente deshabitada. Pero fuentes cercanas desmienten al citado medio que exista una “exigencia” formal de dos casas, asegurando que se trata de una “alternativa antigua” surgida en fases previas de las conversaciones. “No se han hecho demandas, solo se buscan soluciones”, insistieron.
Aun así, el debate ha reavivado la controversia. En círculos de Palacio se subraya que el rey no tiene obligación alguna hacia Sarah Ferguson, quien ha vivido casi veinte años como invitada en la residencia de su exmarido. Otros, en cambio, creen que Carlos podría optar por mantenerla “bajo el paraguas familiar”, temiendo que la exduquesa decida escribir nuevas memorias que incomoden a la Corona. No sería la primera vez: Ferguson publicó libros autobiográficos en 1996 y 2011, ambos con revelaciones poco agradables para la familia real.
El clima de tensión coincide con un nuevo escrutinio público sobre la relación de la expareja con el financiero estadounidense Jeffrey Epstein. Ferguson, que en su momento llegó a disculparse por haberse distanciado de él tras su condena por abuso sexual infantil, estaría “profundamente avergonzada” por esa conexión. “Siente que el escándalo ha dañado sus negocios y su reputación”, apunta una fuente. En su entorno se habla de una mujer “agotada” y “sin rumbo”, especialmente tras haber superado dos diagnósticos de cáncer en los últimos años.
Una venta millonaria pero insuficiente
Mientras tanto, la situación económica de los exduques sigue siendo motivo de debate. Andrés perdió su asignación privada tras verse obligado a renunciar a sus deberes reales y títulos honorarios. Sarah, por su parte, ha intentado mantenerse a flote con proyectos editoriales y conferencias, aunque su estabilidad parece tambalearse. Según The Mirror, recientemente vendió una vivienda en el exclusivo barrio londinense de Belgravia, adquirida en 2022 por 4,2 millones de libras, por una cifra inferior al precio de compra. Su portavoz aseguró que se trató de una “decisión de inversión para sus hijas”, aunque otras fuentes sostienen que la venta sirvió para sostener el elevado coste de vida en Royal Lodge.
En el Palacio de Buckingham, las conversaciones sobre el futuro de ambos están “en una fase avanzada”, pero aún sin acuerdo definitivo. Aunque Andrés mantiene el arrendamiento legal de Royal Lodge, la presión pública y el coste de su mantenimiento podrían obligarlo a aceptar un traslado. Frogmore Cottage, con cinco dormitorios y un tamaño mucho más modesto, supondría un descenso drástico respecto al lujo al que está acostumbrado. “Encantadora, pero muy pequeña”, resumió una fuente.
Para los expertos en realeza británica, la situación ilustra el pulso entre la tradición monárquica y la modernización que impulsa Carlos III. “El rey ha sido paciente, pero también consciente de que mantener a su hermano y a su exesposa en una mansión de 30 habitaciones es insostenible y moralmente cuestionable”, comenta una experta en asuntos reales. Según la analista Jennie Bond, la idea de concederles dos nuevas propiedades es “absurda”: “Andrés y Sarah son adultos con recursos propios. No deben depender del rey ni de la benevolencia de la Corona”.