¿Pueden realmente las redes sociales destruir tu vida?

Por Raquel Zas

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El reciente caso de la modelo Essena O'Neill ha vuelto a abrir el debate en Internet.

Si te has conectado a Facebook durante las últimas 24 horas, lo más probable es que tú o alguno de tus contactos haya publicado información relacionada con el caso de Essena O'Neill, la modelo australiana de 18 años que ha renunciado a sus más de medio millón de fans en Instagram (a los que hay que sumar los de otras redes sociales) y a unos ingresos medios de 1.800 euros en YouTube para denunciar la farsa en la que su 'vida real' se había convertido.

Una farsa con la que ha tratado de ignorar la absorbente espiral que su comportamiento escondía en las redes sociales: vender una vida que no existe, convertirse en un escaparate para los demás.

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Ver a Essena echarse a llorar desesperadamente frente a la pantalla nos hace conscientes de que este fenómeno no es en absoluto baladí, sino más bien una imponente realidad que está provocando que jóvenes y no tan jóvenes de todo el mundo se hundan psicológicamente. De hecho, ya son miles las voces que denuncian que nuestra generación está actuando como conejillo de Indias de la revolución tecnológica y social en la que estamos inmersos.

Algunas personas -sobre todo las de cierta edad- ya se han dado cuenta de que lo que vemos en las redes sociales no es más que un 'yo' inventado que en muchísimas ocasiones no tiene nada qué ver con el 'yo' real. Hablamos de un 'yo' que siempre es feliz, cuya vida está llena de luz -literal y figuradamente- y cuya piel brilla como si viviera una adolescencia eterna. Pero, ¿qué hay detrás de todo eso?

En este momento conviene mirar atrás -concretamente hasta 1992- para encontrarnos con palabras como las de la escritora y periodista Margarita Rivière en su excepcional ensayo Lo cursi y el poder de la moda: 'Nuestro cuerpo, nuestra propia persona, es nuestra única y precaria posesión, lo único que realmente es verdaderamente nuestro (…). Y nosotros ponemos nuestra única posesión en manos de los demás, y lo situamos en el mercado social en espera de ser aceptados, queridos, deseados, comprendidos".

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En definitiva, nosotros nos convertimos en nuestro propio anuncio, y eso es peligroso porque, como escribe Rivière, "la apariencia arrastra al comportamiento". Estamos convencidos de que somos nosotros quienes controlamos nuestra apariencia cuando en realidad es ella quién nos acaba definiendo como personas.

Lo curioso es que han pasado más de 20 años desde que Rivière escribiera estas lúcidas palabras, y parece que nuestra sociedad, a pesar de todos los avances aparentes, sigue anclada en los mismos dilemas. La gran diferencia de nuestro tiempo es que ahora tenemos a las redes sociales y a los medios digitales para elevar su impacto hasta el infinito.

La pregunta casi retórica es: ¿Por qué caemos en esta corriente tan superficial y ridícula que tanto puede llegar a perjudicarnos? El interés que ha despertado Essena O'Neill nos deja claro que, en el fondo, muchos de nosotros pensamos muy parecido o igual a ella, pero a pesar de ello todos seguimos formando parte del juego de las redes sociales. ¿Estamos asistiendo al principio de un cambio?

Publicado originalmente en VICE.com