Ahora que se acercan las elecciones presidenciales de Rusia, Vladimir Putin da una imagen de dictador

El mandatario recurre a la historia para situarse en el ámbito de los gobernantes rusos del pasado. Los críticos dicen que su control del poder no es tan fuerte como parece

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Soldados ucranianos en un territorio que antes controlaban las tropas rusas, cerca de Bakhmut en la región de Donetsk, Ucrania, el 29 de enero de 2024 (Tyler Hicks/The New York Times).
Soldados ucranianos en un territorio que antes controlaban las tropas rusas, cerca de Bakhmut en la región de Donetsk, Ucrania, el 29 de enero de 2024 (Tyler Hicks/The New York Times).

Después de que esta semana el presidente Joe Biden llamó al presidente de Rusia, Vladimir Putin, “maldito loco”, el Kremlin de inmediato emitió un repudio categórico.

Pero la imagen de un dictador impredecible listo para escalar su conflicto con Occidente es la que Putin ha adoptado plenamente después de dos años de una guerra a gran escala.

En Rusia, el Kremlin aún mantiene el enigma sobre las circunstancias en torno a la muerte de Alexei Navalny la semana pasada.

En Ucrania, Putin está presionando a su Ejército para que mantenga su brutal ofensiva y en la televisión presume que se quedó despierto toda la noche mientras la ciudad de Avdiivka caía ante las fuerzas rusas.

Y, según advertencias de las autoridades de Estados Unidos, es posible que Rusia esté planeando lanzar un arma nuclear al espacio exterior a bordo de un satélite, lo cual podría contravenir uno de los tratados más recientes para el control de armas.

Putin, de 71 años, quien desde 1999 detenta el poder, está preparado para ampliar su mandato hasta 2030 en unas elecciones de trámite que se realizarán el mes entrante. Conforme se acercan las votaciones, Putin alimenta su concepción cada vez más manifiesta de sí mismo como un líder histórico que continúa el legado de los dirigentes anteriores dispuestos a sacrificar un sinnúmero de vidas para construir un Estado ruso más fuerte.

Pero Putin también está enfrentando algunas adversidades: una resistencia ucraniana que se mantiene firme, la alianza de Occidente que en su mayor parte sigue estando unida y los rumores del descontento de la población rusa. La pregunta es si Putin, mientras se deleita dirigiendo una “Rusia eterna de mil años”, puede evitar la turbulencia interna que también ha sido una característica distintiva de la historia del país.

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, deposita una corona de flores en la Tumba del Soldado Desconocido en Moscú el 23 de febrero de 2024 (Foto: EuropaPress)
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, deposita una corona de flores en la Tumba del Soldado Desconocido en Moscú el 23 de febrero de 2024 (Foto: EuropaPress)

“Putin está viviendo en la eternidad”, señaló Boris B. Nadezhdin, un político antibelicista que intentó organizar una candidatura a la presidencia para desafiar a Putin, pero que fue rechazada para las elecciones de marzo. Tras nombrar a algunos dirigentes que se remontan hasta el siglo IX, dijo sobre Putin: “Es evidente que se está colocando junto a Oleg el Profeta, Pedro el Grande, Iván el Terrible y, quizás, Stalin”.

En una entrevista por videollamada esta semana, Nadezhdin, quien ha trabajado en el gobierno ruso y en el Parlamento, insistió en que el control del poder que mantiene Putin es más débil de lo que parece. La seguridad, estabilidad y prosperidad crecientes que eran los puntos fuertes de Putin después del caos de la década de 1990 están disminuyendo, señaló Nadezhdin. “Este régimen está destinado al fracaso histórico”, añadió.

De hecho, aunque Putin se ha esforzado por dar una imagen de Rusia como un Estado invencible, en repetidas ocasiones lo han tomado por sorpresa. Hace dos años, la inteligencia del Kremlin falló estrepitosamente cuando Putin esperaba que los soldados rusos fueran recibidos como los liberadores y que el gobierno del presidente Volodimir Zelensky se desplomara enseguida.

El verano pasado, se escenificó un levantamiento de 24 horas cuando Yevgueni Prigozhin, que por mucho tiempo se consideró un aliado muy cercano de Putin, llevó a Rusia al borde de una guerra civil.

Y, pese a la represión contra la disidencia que algunos analistas califican como más violenta que la de la última etapa de la Unión Soviética, los rusos siguen exponiéndose a ser arrestados con tal de demostrar su inconformidad.

Un grupo de mujeres ha seguido organizando pequeñas manifestaciones para exigir que regresen a casa sus hijos y sus maridos movilizados; hubo gente que puso flores en memoria de Navalny en una gran cantidad de ciudades rusas; y el mes pasado, Nadezhdin logró recabar más de 100.000 firmas en su intento por figurar en las elecciones presidenciales con un mensaje antibelicista.

Flores y fotos colocadas frente a la embajada rusa en Londres por la muerte del opositor ruso Alexei Navalny el lunes 19 de febrero de 2024 (AP)
Flores y fotos colocadas frente a la embajada rusa en Londres por la muerte del opositor ruso Alexei Navalny el lunes 19 de febrero de 2024 (AP)

El miércoles, la Corte Suprema de Rusia confirmó la resolución del comité para las elecciones federales de no autorizar que Nadezhdin participara en las votaciones. Esto fue una señal de que Putin, aunque en elecciones anteriores sí permitió que candidatos liberales contendieran en su contra como muestra de pluralismo, esta vez no quiere correr riesgos.

También está dejando cada vez más en claro que quienes lo traicionan deben temer por su vida. Este mes, las autoridades rusas han estado exaltando el asesinato en España de un piloto ruso que desertó para defender a Ucrania. Y en su entrevista reciente con Tucker Carlson, Putin celebró al asesino de un antiguo combatiente separatista checheno en un parque de Berlín en 2019 y lo calificó como motivado por “sentimientos patrióticos”.

Frente a esos antecedentes, el Kremlin parece estar enfocado en usar las elecciones presidenciales, programadas del 15 al 17 de marzo, como una exhibición de la aprobación pública del mandato de Putin… y de su invasión.

Dar la imagen de que la invasión cuenta con un amplio apoyo de la población también le está permitiendo al Kremlin justificar su represión contra la disidencia.

Las imágenes de oficiales del servicio de seguridad enmascarados deteniendo a detractores de la guerra se han vuelto habituales en la televisión rusa. El martes, el servicio federal de seguridad de Rusia, conocido como el FSB, anunció que había arrestado a una mujer ruso-estadounidense de 33 años que estaba de visita bajo sospecha de traición.

El presunto delito fue donar cerca de 50 dólares a una organización ucraniana de beneficencia y ahora enfrenta una condena de 20 años de cárcel.

La noticia de ese arresto llegó solo cuatro días después de la muerte de Navalny, quien pasó más de tres años en la cárcel, de los cuales más o menos 300 días fueron en aislamiento en celdas de “castigo”. Todavía no se sabe cómo murió Navalny en una prisión del Ártico conocida como Lobo Polar; el jueves, su vocero señaló que las autoridades mencionaron que había fallecido por causas naturales.

El jueves, la madre de Navalny comentó que las autoridades la estaban “sobornando” para que aceptara un “funeral secreto” para su hijo.

“Con la muerte de Navalny, el régimen ruso ha superado al soviético en términos de crueldad y cinismo”, escribió Alexander Baunov, investigador principal del Carnegie Russia Eurasia Center. Baunov sostuvo que el mandato de Putin ha pasado de ser “una dictadura de engaño a una de miedo y, después del estallido de la guerra, a una verdadera dictadura de terror”.

No obstante, en público, Putin mantiene su distancia de la maquinaria de represión que él controla. Aunque un portavoz mencionó que se le había informado al presidente sobre la muerte de Navalny, Putin no ha hecho comentarios al respecto.

© The New York Times 2024

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