Un documental impulsa el debate sobre el abuso clerical en Polonia

Por Marc Santora y Joanna Berendt

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En la vitrina, la vestimenta ensangrentada de Juan Pablo II después de un intento de asesinato en 1981. El legado de ese papa, ahora santo, ha sido cuestionado por las revelaciones del documental (Maciek Nabrdalik/The New York Times)
En la vitrina, la vestimenta ensangrentada de Juan Pablo II después de un intento de asesinato en 1981. El legado de ese papa, ahora santo, ha sido cuestionado por las revelaciones del documental (Maciek Nabrdalik/The New York Times)

VARSOVIA, Polonia — Anna Misiewicz tenía 7 años cuando la invitaron a los aposentos privados de su párroco local, en el pequeño pueblo de Topola, ubicado al suroeste de Polonia. Misiewicz pensaba que el cura la iba a hacer contar las limosnas.

En cambio, se quedó a solas con un depredador, que ha sido identificado tan solo como el padre Jan A. Él le tocó el pecho, le acarició el cuerpo y la obligó a usar las manos para masturbarlo.

Décadas más tarde, Misiewicz cuenta que el olor a leche aún le da asco. "Porque el cura tomaba leche, le quedó el sabor en la boca y permaneció en la mía", dijo.

En un poderoso documental recién estrenado que está sacudiendo a la nación europea, —que tiene una arraigada tradición de la iglesia católica romana— Misiewicz recuerda esas pesadillas de la infancia. Después va más allá: reúne el valor para tocar a la puerta de su abusador —un anciano que seguía siendo cura— y le hace una simple pregunta: ¿por qué?

"Nunca debí hacerlo", responde el cura en voz baja, un momento que se captó en un video grabado en secreto. Fue "una estúpida pasión", dijo el clérigo. Después ofrece una disculpa y le pide a Misiewicz si puede besarla en la mano. Misiewicz apenas puede contener la repulsión.

El escándalo de abusos eclesiásticos no es nuevo en Polonia, pues lo han documentado periodistas y la misma iglesia, con un patrón de crímenes y encubrimientos parecido a lo visto en Boston o Dublín. Sin embargo, en un país donde la iglesia mantiene un papel central en la vida personal y política, el asunto había permanecido entre las sombras.

Ya no. El documental de dos horas, Tell No One (No le cuentes a nadie), ha paralizado a la nación: ha sido visto en línea más de veinte millones de veces desde que se estrenó el 11 de mayo.

"Por fin somos testigos de un ajuste de cuentas a nivel nacional que es similar al que llevó a la iglesia a la justicia en otros países", dijo Joanna Scheuring-Wielgus, activista y legisladora de la oposición polaca. "Esta cinta muestra en blanco y negro la putrefacción sistémica en el clero".

Una gran parte del abuso, descrito a doloroso detalle, sucedió en la década de 1980, cuando la iglesia —encabezada por el hijo favorito de Polonia, el papa Juan Pablo II— estaba a la vanguardia de la lucha contra el comunismo y el control soviético.

Las revelaciones han forzado una discusión dolorosa sobre si Juan Pablo, ahora venerado como santo, no tomó medidas para proteger a los niños. Además, se está cuestionando el legado de algunos curas que eran considerados héroes de esa época.

Uno de ellos, el reverendo Henryk Jankowski, era conocido como el Capellán de Solidaridad y cercano a Lech Walesa, el líder de ese movimiento que se convirtió en el presidente de Polonia. Jankowski, quien murió en 2010, fue acusado de abuso de menores en 2018. Este año, algunos activistas derribaron una estatua de él en Gdansk; los funcionarios la volvieron a colocar en su sitio pero, a medida que salieron más acusaciones a la luz, la ciudad la quitó.

Los efectos colaterales del documental se han hecho sentir en una sociedad muy dividida, que de por sí lucha con cuestionamientos sobre su propia identidad.

El partido en el poder, Ley y Justicia, se retrata como un defensor de la cristiandad y sus valores. Los principales líderes del partido han satanizado a personas homosexuales y lesbianas al calificarlas de una amenaza para el alma de la nación y han acusado a la Unión Europea de promover una visión secular que califican de peligrosa y que no corresponde con la identidad polaca.

Jaroslaw Kaczynski, el poderoso líder de Ley y Justicia, ha acusado a quienes plantean la problemática del abuso de los curas de querer socavar a la misma iglesia. El apoyo al partido es especialmente fuerte en los rincones del país donde la iglesia sigue en el centro de la vida diaria.

Sin embargo, a medida que ha aumentado la indignación de la gente, el gobierno se ha visto obligado a responder, aunque no ha mencionado a la iglesia por su nombre. A mediados de mayo el parlamento dio un paso hacia la imposición de castigos más severos para las personas que abusen de niños y hacia la eliminación del estatuto relacionado con la prescripción de este tipo de crímenes.

"No se suspenderá ninguna sentencia. Habrá castigos severos, tal vez hasta treinta años de prisión", dijo Kaczynski el pasado 12 de mayo. "Eso aplica para todos, sin importar cuáles sean las funciones sociales que realicen".

No obstante, otros miembros de su partido han atacado el documental y lo señalan de tener motivos políticos. Ryszard Terlecki, un vicepresidente del parlamento, vinculó el estreno del filme con las elecciones para el Parlamento Europeo que se celebrarán del 23 al 26 de mayo.

"No creo que sea una coincidencia", afirmó Terlecki. "Corresponde a un tipo de campaña en contra de la iglesia y de nosotros, los católicos".

Al mismo tiempo, los partidos de oposición han sacado partido de la cinta. El partido de izquierda, Primavera, quiso proyectarla en un edificio al lado de unas oficinas generales de la iglesia en Varsovia, pero intervino la policía.

El documental no solo detalla un patrón de abuso que incluye acusaciones de violación, sino también la manera en que la iglesia de Polonia ha protegido de una forma eficaz a los curas durante décadas.

En varias escenas muy conmovedoras, las víctimas de abuso confrontan a sus abusadores.

La dirección del documental, el cual comenzó a filmarse en 2017, corrió a cargo de un famoso periodista Tomasz Sekielski, y su hermano, Marek Sekielski. Fue financiado por medio de una campaña de recaudación de fondos colectiva, en la que unas 2500 personas donaron una cifra cercana a los 120.000 dólares.

Los arzobispos de Gniezno, Wojciech Polak, y de Poznan, Stanislaw Gadecki (también presidente de la conferencia de obispos de Polonia), se rehusaron a cooperar con los directores.

Sin embargo, después de la indignación pública, emitieron comunicados en los que dijeron que estaban "conmovidos".

"El enorme sufrimiento de las víctimas genera dolor y vergüenza", comentó Polak el mismo día del estreno del documental. "Me disculpo por cada una de las heridas que ha causado la gente de la iglesia".

Marek Sekielski, el productor, aseguró que el documental ha sido visto más allá de las fronteras de Polonia: en Islandia, Irlanda, Noruega y muchos otros países. Se han hecho promesas importantes en el pasado, pero "las palabras hermosas de los altos funcionarios de la iglesia a menudo son contradictorias con las acciones de los curas", señaló.

No obstante, aún hay esperanza.

"La recepción de nuestra película ha superado nuestras más altas expectativas", afirmó. "Hemos visto que la cinta ha provocado una búsqueda espiritual verdadera entre el clero. Hemos escuchado voces en el interior de la iglesia que hablan de que ha llegado el momento de hacer un cambio real".

* Copyright: 2019 The New York Times News Service