"No me interesa Fidel; me interesa cómo vamos a lidiar nosotros con ese lastre"

“El castrismo está enquistado en nosotros”, afirma el periodista y escritor Carlos Manuel Álvarez. “Lo que me interesa es cómo vamos a lidiar con esa herencia, cómo vamos a hacer un mejor país con ese lastre”

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"Los sesenta fueron los años del hombre nuevo. Los setenta, la supuesta consumación de ese supuesto hombre nuevo. Los ochenta, las primeras erosiones del hombre nuevo. Los noventa, el derrumbe abrupto, sísmico, del hombre nuevo. Los dos mil, el cadáver danzante del hombre nuevo. Y esta segunda década del veintiuno, el hombre que ya no importa si es nuevo o no, simplemente que sea".

Así describe Carlos Manuel Álvarez el largo medio siglo de castrismo en un libro de crónicas por el que desfilan personajes de la Cuba de hoy en su decepción del pasado y en su lucha por la supervivencia presente. También historias de los nuevos exilios, una sangría que no cesa. "Cuba tiene una especie endémica, los emigrantes universitarios", escribe en uno de los relatos de La tribu. Retratos de Cuba (Seix Barral 2017), el libro que, invitado por el CADAL (Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina)  vino a presentar a Buenos Aires -en la sede de la Revista Anfibia-, una compilación de crónicas que le valió ser seleccionado por el Hay Festival Cartagena como uno de los autores del Bogotá39-2017.

Carlos Manuel Álvarez se dice cansado de tener que hablar siempre de Fidel, pero sabe que al castrismo los cubanos ya lo tienen en los genes y que habrá que lidiar con eso.

Muy a su pesar, es pesimista respecto al futuro de su país, no sólo por la carga del pasado, sino porque el "ingreso triunfal del capitalismo" en Cuba, dice, está siendo controlado por el mismo establishment castrista que por años lo condenó, sin apertura o con una apertura demasiado controlada a la iniciativa individual, que impide el surgimiento y participación de la sociedad civil en esa transición, mientras los recursos se van concentrando en pocas manos.

Es mentira que no haya habido ninguna apertura en Cuba, dice. La hay, la gente ha perdido el miedo a hablar, a quejarse, a criticar. "Estoy completamente seguro de que todos pensamos igual. En Cuba sólo hay dos disidentes: Fidel y Raúl", dice otro personaje -real- de La tribu.

Pero para el poder el límite de esta disidencia es la acción. Por eso frena la iniciativa privada económica, explica Carlos, ésa que les permitiría a los cubanos independizarse materialmente del Estado.

Es probable que me sintiera más exiliado cuando vivía en Cuba

Desde hace dos años, vive en México, en un exilio que califica como "soft", "Es probable que me sintiera más exiliado cuando vivía en Cuba", reflexiona. Con 28 años, ya ha publicado columnas y crónicas en el New York Times, BBC World, Aljazeera, Gatopardo y El Malpensante. En Cuba fundó la revista El Estornudo. Y tiene lista una novela que espera editorial.

Su libro es una acuarela de la realidad cubana actual, del interior y de la diáspora. De sus crónicas, sin bajada de línea, se desprende sin embargo un juicio al régimen tal vez más lapidario que el de cualquier ensayo, porque a través de los relatos de Carlos Manuel Álvarez es la voz de los cubanos la que se escucha.

— ¿Cómo surge en un joven la idea de estudiar periodismo en Cuba, donde rige un monopolio estatal de prensa tan rígido? ¿Qué expectativas tenías cuando empezaste a estudiar periodismo?

— Cuando uno entra a la universidad, con 16, 17 años, no tiene la menor conciencia todavía de a qué tipo de carrera está entrando, una carrera tan política en Cuba. Es a medida que avanza la carrera que uno va tomando conciencia de lo que se espera de uno, del rol que uno debe jugar en la sociedad una vez graduado. De ahí que ya muchos íbamos experimentando esa especie de ruptura interior con lo que se supone que vamos a tener que hacer. Y en cuanto nos graduamos algunos tomamos otro camino. Hay quien de plano no ejerce el periodismo. Otros hacen carrera en los medios del Estado, y ahí están tantísimos periodistas trabajando para Granma, la televisión, la radio.

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— ¿Llegaste a ejercer la profesión en alguno de esos medios oficiales?

— Trabajé en un medio oficial, y no cualquiera, sino en Cuba Debate, cuando era estudiante de periodismo. Todo mi tercer año escribía notas para Cuba Debate. Notas a mi onda, nunca tuve que hacer ninguna cobertura de un tema que a ellos les interesara. Me sirvió empezar ahí, porque sin tener que cumplir los deberes que cumplen otros, me di cuenta de que si seguía en un medio de prensa oficial, ese iba a ser el derrotero final. Empezando cuarto año, decidí no escribir más para este medio y empecé a trabajar en un medio no oficial, en un magazine, OnCuba.

— ¿Quién solventaba ese medio no oficial?

— Es propiedad de un empresario cubano/americano, un marielito que se fue en los 80, empresario de cierta notoriedad en el espacio Habana-Miami, Hugo Cancio, que logró abrir esta revista en Cuba y también la marca OnCuba que tiene otras filiales, de bienes raíces, de cruceros, de revistas de arte. De hecho los dos años que viví en Cuba luego de graduarme vivía de mi salario en esa revista.

— ¿Cómo se informan los cubanos?

— El grueso de la ciudadanía la única información que tiene es a través de los medios del Estado. Y luego llega información de todo tipo, cultural, entretenimientos, películas, series, a través de pendrives, algo que en Cuba se llama "el paquete", que es una suerte de internet offline. Pero noticias propiamente, temas políticos, sólo los medios de prensa del gobierno. No hay otra manera.

Empiezas a sentir un distanciamiento político, también literario, una ruptura completa con la estructura de la sociedad, que te hace sentir desterrado

— Estás viviendo en México desde hace un par de años. ¿Te considerás un exiliado?

— Francamente no me considero un exiliado. Sería en cualquier caso un exilio muy soft. Es probable que yo me sintiera incluso más exiliado cuando vivía en Cuba… Empiezas a sentir una especie de distanciamiento político, también literario, una ruptura completa con la estructura de la sociedad, con cómo se desarrolla la vida en Cuba, que te hace de alguna manera sentir desterrado. Pero yo regreso a Cuba, todo el tiempo la visito. Edito una revista de temas cubanos, estoy pendiente.

— Es un indicio de cierta apertura…

— Es un indicio de que las condiciones son distintas, sin duda. Hace quince, veinte años, un escritor, un periodista en mis condiciones se hubiera ido de Cuba y cerraba la puerta tras de sí, se iba para no volver o para volver quién sabe cuándo, sin certezas de ningún tipo. Hoy no es tan así.

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— Comentabas que esa apertura habilita que los cubanos discutan y aun critiquen al gobierno o hablen mal de Raúl Castro, pero que al mismo tiempo está vedada la acción política. ¿Cómo es ese contraste?

— El estado de cosas en Cuba es tan evidente y tan insostenible que el poder político no tiene tanta fuerza, ni moral, ni física, como la podía tener hace treinta o cuarenta años, cuando llegaba a someterte de tal manera que cualquier tipo de disenso, incluso desde la palabra, incluso en tu casa, estaba condenado. Hoy el cubano se expresa mucho más abiertamente, se encuentra a la gente quejándose o hablando pestes de quien sea en cualquier lugar, en la cola de la bodega, en la calle, en la parada de la guagua, en la misma casa. Pero esa fuerza física y simbólica que tiene el Estado la sigue enfocando donde le preocupa más. Y naturalmente es en la acción. De ahí que toda la disidencia política cubana, e incluso cualquier tipo de activismo de la sociedad civil, no necesariamente de oposición política, también puede sentir todo el peso de la represión, del aislamiento, de toda esa maquinaria cayéndote encima y actuando sobre ti.

Una vía para la democratización social en Cuba es la apertura económica y la autonomía de la gente para gestionar sus vidas

— Decías que un elemento que haría posible la acción sería una mayor apertura en lo económico, porque actualmente el Estado cubano sigue siendo el principal empleador y es difícil vivir fuera de eso.

— Total. Por eso no estoy de acuerdo con las personas que creen que no ha habido una apertura política en Cuba, la ha habido de manera indirecta, porque la apertura económica y los cambios en lo social que ha significado este cambio pequeño, tácito, lento, muchas veces no tan a fondo como muchos quisiéramos, pero cambio al fin, ha propiciado o preparado el terreno para que en algún punto esto pueda generar cierto cambio político en el país. Si así no fuera, el gobierno no habría cerrado abruptamente, hace unos meses, el otorgamiento de licencias a más cuentapropistas y a empresas y a la pequeña propiedad privada en Cuba, porque sabe que eso puede fortalecer a la sociedad civil, a la ciudadanía, que empieza a desprenderse de las estructuras del Estado, con lo que eso podría significar como riesgo político. Entonces yo veo que una de las vías para un proceso de democratización social en Cuba es a través de esa apertura económica y de esa autonomía de la gente para gestionar sus vidas.

— Un mayor espacio para la iniciativa individual.

— Absolutamente.

Donde hay un mínimo resquicio, los cubanos siguen tratando de marchar en fila e introducirse en masa

— En tu libro hay varias historias de cubanos que han tenido que dejar Cuba, una migración más económica que política. Esa fuga constante de gente, ¿sigue actualmente?

— Sí. Una salvedad, es política de otra manera. Es un argumento que el gobierno usa muchísimo para liberarse de culpas, que la migración cubana es una migración económica, cuando el estado de la economía en Cuba, la pobreza de la gente, es resultado directo de una política de Estado determinada. Ahora bien, sí, la gente sigue saliendo. Menos, porque hay menos huecos por donde escaparse. Por ejemplo, con el cierre de esta política de "pies secos, pies mojados", el flujo hacia Estados Unidos se ha detenido. Lo que no cambia es el deseo, el ímpetu de la gente por salir. Donde hay un mínimo resquicio, los cubanos siguen tratando de marchar en fila e introducirse en masa. Empiezan a pasar cosas rocambolescas, que hablan de la desesperación de un país. Estuve en Cuba entre diciembre y enero y uno de los temas que más se mencionaba en la calle, y en todos los estratos sociales, era que en los viajes a Rusia, uno de los pocos países en los que los cubanos no necesitan visa, a través de no sé qué aerolínea, había una escala en Ámsterdam y eso era todo un tema nacional porque estaba pasando de boca en boca que había una posibilidad de quedarse en Ámsterdam y pedir asilo político. 

— ¿Estas crónicas representan el periodismo que te gusta hacer? ¿O lo ves más como literatura?

— No lo separo. A mí me interesa el lenguaje por sobre todas las cosas, en el periodismo o en la ficción. El periodismo que me interesa es uno en el que puedo experimentar con el lenguaje y que esté en función de determinados hechos. Me interesa que dentro de ese lenguaje estén los datos, los hechos, el contraste de fuentes, la historia vista desde todos los puntos de vista posibles. O sea, no hay que renunciar a nada del oficio para poder utilizar ese lenguaje. Encontrar el equilibrio entre estas dos cosas que a la larga son una. Solo las separamos como niveles de concepto pero en los hechos, en la escritura, siguen siendo una sola cosa. Entonces estas historias me interesaban porque eran temas de interés en su momento, por todo lo que define a una nota periodística, pero también porque se podía ensayar con ellas y contar historias de peso.

— Sí, la condición humana…

— Sí, para ponernos un tanto grandilocuentes, pero es exactamente eso. Te interesan por eso y sabes que hay dramas ahí que de algún modo son universales y con los que tú puedes ensayar cierta estética.

Hay determinadas posiciones que no hacen otra cosa que servir argumentos a La Habana y seguir asfixiando a los cubanos

— Estabas en Miami cuando murió Fidel Castro y fuiste testigo de la alegría de cierto exilio y eso te produjo una reflexión interesante sobre que hay gente que prefiere seguir en esa polarización antes que pensar realmente qué le conviene a Cuba.

— Sí, hay cierta posición del exilio histórico en Miami que, no creo que de manera consciente, quiere que el castrismo siga, pero hay algo mucho más vital, que hace que sus métodos de enfrentamiento al castrismo no hagan otra cosa que seguir alimentándolo y legitimándolo. Son completamente funcionales. Entiendo su recorrido histórico, su dolor, su frustración, pero hay determinadas posiciones que no hacen otra cosa que servir argumentos a La Habana y seguir asfixiando a los cubanos. Pero la cubaneidad en Miami es también mucho más amplia y hay mucha representación de los distintos momentos del exilio, de distintas olas migratorias. Lo que pasa es que la política cubana y los medios de comunicación cubanos de Miami proyectan sólo una determinada línea política que me atrevería a decir que hoy sólo representa a una minoría. Mi generación en Miami, por ejemplo, piensa de manera muy distinta pero no está representada en lo que proyectan la prensa y la política de Miami hacia Cuba.

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— ¿Qué imagen te queda de Fidel?

— A mí… todo el tiempo tengo que estar hablando de ello y pensar en algo medianamente interesante o justo que decir y, en realidad, ahora mismo, Fidel Castro no me interesa en lo absoluto. Por otra parte, independientemente de mí, sigue estando y va a ser una presencia de la que uno no se va a poder zafar en Cuba. No estoy haciendo ningún juicio de valor con esto, de hecho, uno nota la presencia de Fidel todo el tiempo; uno sabe que el castrismo está enquistado en la sociedad cubana pero incluso en el gen de la gente, en la manera en que la gente se emociona, siente, se relaciona con su familia. Uno nota todo el tiempo las marcas imborrables del castrismo. Entonces a mí, más que Fidel, me interesa cómo vamos a lidiar nosotros con esa herencia, cómo vamos a hacer nosotros un mejor país con toda esa carga y con todo ese lastre. Es como un país demasiado pequeño para la estatura histórica que él tomó y terminó tragándonos, nos terminó engullendo a nosotros completamente en función del mito y en función de alimentarlo.

— Sí, incluso hacés un paralelo entre las etapas cubanas y la evolución física de Fidel.

— Exacto, está ese guiño de utilizar el discurso del poder a tu favor. Aceptar lo que ellos dicen, aceptemos todas esas sinonimias: "Fidel es la revolución, Fidel es la patria, Fidel es la nación". Trazar un recorrido físico de Fidel y hacer el paralelismo con el recorrido espiritual del país. Hay todo ese deterioro hasta una muerte de alguien que incluso se ha encogido físicamente y es la caricatura de sí mismo. Eso también ha terminado siendo Cuba.

En buena medida, el futuro cubano está entregado ya

— ¿Sos optimista sobre lo que va a venir? ¿Qué imaginás?

— No soy optimista en lo absoluto. A mi pesar. Me gustaría tener un poco más de esperanza en lo que somos los cubanos. Pero siento que el futuro cubano en buena medida está entregado ya. Vamos a tener que seguir pagando precios por todas las cosas que hemos hecho mal. O sea, la idea de que va a ocurrir un cambio en Cuba, un cambio drástico, de la noche al día, que mañana empiece una revolución de terciopelo en La Habana… pero no se sale ileso de una dictadura de 60 años con tantas cosas mal hechas por tanto tiempo; va a haber que pagar un precio. Incluso he puesto el foco últimamente en que la entrada triunfal del capitalismo más condenado por el poder político en Cuba ahora está propiciando ese mismo poder político. Son completamente funcionales en este sentido y están dialogando a espaldas de todos. Si ocurriera en Cuba una terapia de choque como ha ocurrido en países que han pasado por una situación similar, con todo lo que eso puede significar de desahucio social, de desigualdades, de abrir una brecha entre distintos sectores de la sociedad, podríamos culpar en ese momento al capitalismo de mercado, pero la entrada de ese capitalismo de mercado sin tener una respuesta desde la sociedad civil que pueda de alguna manera equilibrar la balanza no se debe a ese capitalismo sino a este socialismo trasnochado que tenemos hoy que es el que está propiciando todo eso, atándole las manos cada vez más a la gente y propiciando que entren grandes empresas y haciendo alianzas entre los grandes funcionarios, los políticos en el poder o detrás del poder, que mañana van a ser los magnates del país.

— Como pasó en la Unión Soviética.

— Exacto. Todo lo que podría pasar en Cuba también va a seguir siendo de alguna manera el efecto de cosas que estamos haciendo hoy, que está haciendo este gobierno. Esas cosas las veo cada vez más claramente, cosas que no me gustaría que pasaran, pero sin duda los cubanos vamos a tener muy malos ratos por delante, efecto de medidas, de posiciones, que sólo se explican hoy.

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