La historia del abogado que fue a visitar un cliente en la cárcel de Bellavista y los guardas no querían dejarlo salir

Los tatuajes y la ropa hicieron que el litigante estuviera en problemas con la guardia del penal del Valle del Aburrá, que lo confundió con un interno

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Un descuido llevó a un abogado litigante a una angustiosa situación, al pasar de defensor a recluso por alrededor de una hora en la cárcel de Bellavista, en Antioquia. Estuvo a punto de ir a patio cuando se resolvió el problema para recobrar la anhelada libertad.

La historia la contó el abogado Jhonier Tello, especialista en derecho penal y profesor en esa profesión, a quien más de una década de litigante no le valieron para un descuido de principiante que, como él mismo dice, lo llevó a estar preso por despistado.

Según contó, asistió a una entrevista con un cliente recluido en la cárcel de mediana seguridad del municipio de Bello, en Antioquia, conocida como Bellavista. Un penal que se atribuye el título de uno de los más pacíficos del país y que lleva alrededor de cuarenta años sirviendo de reclusión para el Valle de Aburrá.

Tello iba a comunicarle los avances del proceso a su cliente en lo que no se demoró más de una hora, según cuenta. Se despidió del recluso sin saber que por unas horas serían casi compañeros.

Fue hasta el dragoneante para salir del penal, quien en el procedimiento de rutina le pidió la tarjeta profesional y la cédula, para verificar que fuera abogado y permitirle la salida. “Me estaba entrevistando con un cliente”, le dijo mientras buscaba los documentos.

Ante la espera, el encargado de la seguridad de la cárcel insinuó su desconfianza: “Usted no tiene pinta de abogado”, le dijo. Tello se escrutó los bolsillos sin éxito, pero trató de ganar tiempo y le dijo al dragoneante que ya le entregaba el documento, pero no los tenía.

“Dizque abogado este man, ¡Diga más bien usted de qué patio es y váyase para su patio!”, le ordenó el guarda de seguridad, quien pensó que estaba siendo engañado por un recluso que buscaba su libertad , sin saber que era un abogado que no la había perdido.

Tello, convencido de que se trataba de un impase momentáneo, le insistió con toda tranquilidad que era abogado. Pero la desconfianza se confundió con el recuerdo: “Pues muéstreme su tarjeta o carnet. Yo a usted lo he visto es como en el patio 8″, le dijo.

Un interno que estaba viendo toda la situación, apoyó al guardia. Tello iba vestido con un buso rojo, un jean y unos tenis negros, que para el otro preso le parecieron la pinta de “un duro” y atinó a opinar: “Ese man tiene que ser una firma del 5″, uno de los patios más modernos de la penitenciaría.

La preocupación le aumentó al abogado cuando se dio cuenta de que los documentos de identidad nos los tenía con él. Con los nervios y la confusión, le confesó al dragoneante que no los encontraba y le solicitó permiso para ir al locutorio donde había realizado la entrevista para ver si estaban ahí.

El dragoneante, seguro de que se trataba de un intento de fuga, se burló con sarcasmo, le dijo que se fuera para el patio y que le levantaría un informe si no obedecía. Pero le permitió ir a los locutorios, donde tampoco estaban los documentos, nadie los había visto.

El abogado preguntó a cuanta persona pudo por una hora pero no su búsqueda no dio resultado. Ya estaba pensando que la única salida sería esperar la revista de presos, rogar al cielo que cuadrada la cuenta, y así poder comprobar que no era uno de los reclusos.

Fue en ese momento cuando desde los parlantes se notificó que unos documentos habían sido hallados en la cárcel y Tello volvió a tener calma. Un preso los había encontrado y se los devolvió para que demostrara, por fin, que su banquillo no era el de los acusados.

“Ahora sí le creo y puede salir, es que usted con esa pinta y esos tatuajes tiene más pinta de preso que de abogado”, le dijo el dragoneante, quien se escusó por el engaño al que lo habían llevado las apariencias. Tello, en cambio, le reconoció que había cumplido con su deber de verificar.

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