Durante meses, Bill Rohr mantuvo tres relojes funcionando en su iPad. Uno contaba los días para su retiro como cirujano: 31 de diciembre de 2015. Otro contaba los días desde que se casó con su esposa, Linda: 15 de junio de 1968. El tercer reloj, el agregado más recientemente y el que más ocupaba la cabeza de Rohr, contaba los días previos a su cirugía del 17 de febrero de 2016 en el Centro Médico Mills Península, en el sur de San Francisco.
A los 70 años, Bill se convertiría en Kate.
Era una operación que él había desechado como imposible, pero una que Linda le indicó que merecía. Ella atravesó el arco de su vida, apoyándolo aún en su confesión.
Minutos antes de ir al hospital esa mañana de febrero, Linda tenía que estar segura. "¿Aún quieres hacer esto?", le preguntó. "Absolutamente", respondió su esposo. Una vez allí, mientras esperaba la operación, los nervios habían desaparecido. En el formulario del centro médico podía leerse su nuevo nombre: Kathryn Rohr. Kate, más fácil. Linda sí estaba nerviosa, mientras esperaba la operación.
Tres años antes, sentados en la mesa del comedor de su casa de Fort Bragg, en California, era su esposo quien se mantenía nervioso, inseguro de lo que fuera a suceder. Desde que era chico, comenzó a contarle a su esposa, creyó que era una mujer en el cuerpo de un hombre. No era cuestión de ropa o juguetes, explicó. Nunca quiso ser una princesa o bailarina. Solamente no podía entender porqué todo el mundo alrededor lo trataba a él como un niño y no como una niña.
"Algo me dijo que era parte de la otra mitad de la población", dijo ese día.
Para un niño brillante con un don para la ingeniería y la lógica, este misterio de un género erróneo ha sido un rompecabezas para armar, pero nunca una pregunta para hacer en voz alta. Ciertamente no podría ser compartido con sus padres o con sus hermanos. O con sus amigos. Aún si lo aceptaran, ¿qué podrían hacer?
Su niñez fue confusa. Su pubertad, una tortura. Sentía las hormonas que se manifestaban en su cuerpo. Evitaba mirarse en el espejo, aún para peinarse. Pero cada día, él intentaba ser el mejor y más típico niño que podría ser. Creció en el suburbio de Fanwood, en Nueva Jersey. Jugaba deportes y estudiaba duro. Y a pesar de que sentía que Dios no hacía caso a sus plegarias, acompañaba a sus padres cada domingo a la iglesia.
Cuando se convirtió en un hombre, a los 20, se casó con su amor, Linda. Se graduó en Princeton y comenzó un posgrado en ingeniería mecánica. En la escuela de medicina se convirtió en un cirujano ortopédico y un ejecutivo de negocios. Trabajaba 18 horas al día. Daba seminarios alrededor del mundo, patentaba nuevas prótesis para rodillas e iniciaba su familia.
Todos esos años nunca dejó de pensar en lo que enterró. Tampoco qué pasaría si... Pero al mismo tiempo, sabía que era un secreto que nunca saldría a la luz. Le costaría todo lo que había logrado
La primera vez
En una simple columna del diario The New York Times fue la primera vez que leyó al respecto: "El Hospital Johns Hopkins comenzó a realizar cirugías de cambio de sexo". Era el 21 de noviembre de 1966. El encargado de ese tipo de operaciones era el endocrinólogo Harry Benjamin. Lideraba una fundación que ayudaba a los transexuales a vivir bajo esa confusa situación. Su libro El fenómeno transexual, había sido publicado hacía poco. Dos días después, Rohr tomó un tren de Princeton a Nueva York para comprarlo.
"Estaba asombrado. Me describía exactamente. También me daba evidencia de que se trataba de una condición médica y que era inmutable", recordó Rohr recientemente. Eso le ayudó a darse cuenta de que no era una persona "rara".
Hoy, los médicos y científicos descartan la idea del ambiente en que crece un niño como condicionante para que una persona sea transgénero. La mayoría concuerda en que la anatomía sexual, la orientación sexual y la identidad de género son el resultado de un proceso de desarrollo en el cerebro del feto. Las hormonas, en apariencia, juegan un papel esencial.
"Como un paciente me dijo una vez, la orientación sexual es con quién vas a la cama, la identidad de género es cómo vas a la cama tú", señaló Norman Spack, un pediatra endocrinólogo y cofundador del Gender Management Service en el Hospital de Niños de Boston.
Bill Rohr conocía esa diferencia. Se sentía mujer, creía que era mujer, pero también se sentía atraído por las mujeres, razón por la cual se cruzó con Linda Sue Schwingel. Vivían a tres kilómetros de distancia en Fanwood e iban a la misma escuela secundaria. Bill invitó a Linda a su baile de promoción. Pero debieron pasar varios años para que estuvieran juntos de nuevo.
"Casarme con Linda fue la mejor decisión de mi vida", dijo Bill.
Mientras tanto, Bill conocía más acerca de volverse mujer. Durante su residencia en la Universidad de Washington en Saint Louis, en una unidad psiquiátrica, vio cómo trataban a los pacientes transexuales. Vio al menos 20 casos en los que se pretendía "curarlos". Con electroshocks. Rohr se horrorizó y enfureció: "Estaban tratando de remover algo que no podía ser removido".
Decidió no atravesar eso y encarar el hecho de tener una familia. Cuando Linda no podía quedar embarazada, los médicos descubrieron que Bill no producía espermatozoides. Adoptarían y eso sería un motivo más para no revelar su secreto: podría perder a sus hijos y a su esposa.
La vida familiar se desarrolló de mudanza en mudanza San Diego, Florida, Indiana, Massachusetts, Fort Bragg... El mantenerse ocupado le permitía pensar poco. "Un día duro y no pensaré en eso".
La decisión
Bill Rohr estaba en sus 60 cuando la palabra transgénero comenzó a emerger desde la oscuridad. El hombre atlético que supo ser en su juventud se había convertido en uno mayor, con finas canas. Un cirujano respetable, un gran esposo y padre, construyó una sólida vida como hombre.
Sólo en una ocasión, cuando tenía 40, Bill pensó en convertirse en Kathryn or Kate, como él se llamaba desde que era niño. Pero no podría hacerlo por su esposa e hijos. Entonces cerró con un corcho la botella y no volvió a abrirla hasta que una serie de eventos lo forzaron.
Una complicación durante una operación de hernia en 2002 llevaron a los médicos a concluir que Bill no producía testosterona. El tratamiento lo colocó en una situación incómoda, tanto física como psíquica. "Parecía que iba a explotar de furia en cualquier minuto", recuerda Linda.
Durante años tomó el suplemento de hormonas, pero entendió que sus reacciones tenían que ver con la evidencia de que él era transgénero. Entonces tomó una decisión drástica: dejó de tomarlas. Y fue más allá: comenzó a suministrarse hormonas femeninas, estrógeno y progesterona, sin decirle nada a su médico o a Linda. Todos a su lado notaron el cambio.
Dejó crecer su pelo, estaba sensible y cariñoso. Típica reacción a su reciente consumo automedicado. Una coleta delicada acomodaba su cabello, sin llamar demasiado la atención. Sus senos comenzaron a crecer lentamente, pero las disimulaba con ropa muy ajustada que le comprimía el pecho.
Las cosas se hubieran mantenido durante mucho tiempo si Linda no hubiera descubierto una botella de hormonas femeninas a comienzos de 2013. En ese momento, ella trabajaba como secretaria de Bill. Él le explicó que la droguería habría cometido un error.
La mentira duró dos meses. Una noche, mientras cenaban solos y una sabrosa comida acompañó la velada, Linda aprovechó el champagne para presionar a su marido: "¿Qué está ocurriendo?".
Bill no tuvo más opción y durante horas le contó sus secretos guardados durante décadas al amor de su vida. A lo largo de la noche, lloraron y rieron juntos. "Creo que podemos trabajar en esto, pero no sé adónde nos conducirá o qué reglas seguir. Necesito tiempo", fueron las palabras de Linda. "No sólo te daré tiempo, sino que como en el metro de Nueva York existe una palanca roja. Tiras de la palanca roja y todo se detiene", respondió Bill.
Vieron a terapistas y siempre la conversación volvía donde empezaba: se amaban el uno al otro y no querían perder eso. "No es acerca del género, es acerca del alma", comentó Linda. Dos meses después les contarían a sus hijos: Megan, de 34 y Matt, de 31 años.
"No me conmovió", contó Megan, quien explicó que creció en una familia con mente abierta. La mayor de las hijas es psicoterapista. Matt tampoco sintió un golpe anímico. "Ésta es nuestra nueva normalidad".
La familia tomó la decisión de continuar siendo Bill hasta el retiro. Eso contaría para sus amigos, parientes, vecinos, colegas.
La operación
El 17 de febrero, Kate Rohr finalmente se operó. Hizo lo que deseó durante toda su vida. Cambió la anatomía externa de su cuerpo de hombre a mujer. Fue el cinco por ciento del viaje, pero un cinco por ciento muy importante.
Ese día, Matt le envió un mensaje de texto: "Buena suerte hoy, ¡estaremos pensando en ti! Te veo del otro lado :)". Kate respondió: "Te amo, Matt. Gracias. Papá". Esa mañana fue especial. Llegó al hospital con una polera negra y jeans. "¿Cómo estás hoy?", le preguntó la mujer que le hacía el check-in. "¡Es Navidad!", replicó.
A las 2 de la tarde, los 25.579 días que Kate había vivido, anatómicamente, como Bill habían terminado. "¡Es una niña!", anunció Marci Bowers cuando salió de la sala de operación. "Es hermosa. En una escala del 1 al 10, es un 11", añadió.
Horas más tarde, el paciente de 70 años fue llevado para su recuperación a su habitación. Linda esperaba a Kate allí. Al llegar, comenzó a reír. "Aún tiene la sonrisa en su cara. ¿Puedes creerlo?"; dijo Linda. "Esto se supone que nunca pasaría", indicó Kate. "Se supone que lo llevaría a mi tumba".
Linda preparó la habitación con orquideas y rosas, sus favoritas. Las compró en la tienda del hospital cuando supo que Kate salió bien de la operación. "Este fue un gran día.. un gran día", susurró para nadie en particular.
Con una mano revolvió el pelo de su esposa, tomó su mano y se recostó para darle un beso.