La dieta de la luna, la de los siete días, la proteica e infinidad de regímenes y planes de alimentación sana que, por más voluntad que se le ponga, no logran el objetivo de perder los kilos de más. La constancia y la flojera, antagónicas en la lucha por bajar de peso o mantenerlo, pueden ser actores secundarios en esta "pelea" diaria.
El protagonista es el "estrés crónico", que a diario se nutre de situaciones plagadas de estresores, el cual se hace cada vez más fuerte. Sucede que la respuesta del cuerpo frente a una experiencia estresante es la misma que tenían los antepasados para lograr sobrevivir a las amenazas: se generan diversas sustancias como la adrenalina y cortisol (la hormona del estrés), preparada para enfrentar situaciones o acciones negativas.
Se puede padecer en el trabajo o en el simple hecho de tener que tomar una decisión rápida bajo presión. También la sensación de insuficiencia porque las metas y demandas son cada vez más grandes: factores que repercuten negativamente en el cuerpo y salud de una persona. El cortisol, en sí mismo, no es negativo. "El cuerpo lo utiliza para mantener los niveles de presión sanguínea y desempeña un papel importante en la metabolización de las grasas y los carbohidratos para transformarlos en energía. Sin embargo, cuando el estrés es constante, el cortisol desajusta el metabolismo, y entre otras cosas, no nos permite adelgazar", explicó la doctora Laura Maffei (MN 62.441), especialista en Endocrinología y directora del Centro Médico Maffei.
"Frente a situaciones estresantes la corteza suprarrenal es estimulada para aumentar la producción de la hormona cortisol, lo que a su vez indica la liberación de grasas y glucosas a partir del tejido adiposo en el torrente sanguíneo para que grandes cantidades de energía corran por el cuerpo y de esa forma enfrenten el estado nervioso", dijo Maffei. Al mismo tiempo, el estrés inhibe las funciones de la insulina (desplazar la glucosa desde el torrente sanguíneo hacia las células que la almacenan y su secreción por las células beta del hígado) para asegurar que las grasas y la glucosa de la sangre permanezcan disponibles para su uso.
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