Del reinado ilusorio a la República

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Viernes 20 de noviembre, 11 de la mañana. Una sucursal bancaria del barrio de Belgrano. En la cola, asisto a la siguiente escena. Una joven –"bien vestida", como se dijo alguna vez de los vecinos del Cacerolazo –, va a completar un trámite para acceder al plan Progresar acompañada de su abuelo. Éste intenta persuadirla de que se vivieron épocas mejores sin los K. La joven, a modo de dictum incuestionado e incuestionable, le responde que "o hay Populismo o hay Dictadura". Son palabras paradójicamente tan ingenuas como significativas. Porque reflejan el imaginario de una generación formateada por un relato perverso. Y porque en esa opción se encierra el verdadero cambio que debemos emprender.

Esa naturaleza dicotómica que parece marcarnos con fuego en la cual la joven bien vestida creció y de la cual se nutrió, constituye en ella una estructura conceptual de difícil aunque no imposible erradicación. Se trata de desarticular, al fin de cuentas, la instalación de una cultura engañosa que, en sus expresiones multifacéticas, distorsionó un presente, un pasado y aspiró a perpetuarse en un futuro: desde el canal Pakapaka hasta la colonización de la justicia, desde el Vatayón militante a la celebración de los barras brava, fuimos atravesados por un pensamiento único que hizo carne en varias generaciones. No fue sólo una batalla cultural: el clientelismo político alimentado por los planes sociales, en lugar de incentivar el trabajo productivo, sólo logró una masa de esclavos con horas ociosas que se tradujeron en una marginalidad creciente.

Por cierto, esta situación comenzó mucho antes de la dekada perdida. No es casual que tras la firma de la ley de ejecución penal 24.660 en 1996, la misma que condensaba la doctrina de los derechos humanos señeros en aquellos años pero cuya prevalencia sufrimos hoy los argentinos, el porcentaje de familias que sufrieron delitos saltó del 27 al 42% en 1997, manteniéndose en ese altísimo promedio desde entonces, según los registros de Latinobarómetro. De allí que tan importante como el Presidente electo y su gobierno, será una oposición que deberá colaborar para sacar adelante un país tan sufriente como endogámico.

El escenario es demasiado complejo y, para muchísimos ciudadanos, es imposible pensar en una "revolución de la alegría". Si según proclamó el Presidente electo, "este es un día histórico que cambiará nuestras vidas", ese cambio sólo se hará realidad si se logra desarticular el populismo perverso que profundizó la pobreza, la cultura de la transgresión, la impunidad. Una impunidad que no sólo habilitó un magnicidio cuyos enigmas crecen tanto como crece la hiedra del olvido que lo va cubriendo y que hasta puede terminar por ocultarlo en un rincón de nuestra memoria.

El cambio sólo será posible si se reconoce las muertes resultantes de las violencias en democracia

Si "este es un día histórico que cambiará nuestras vidas", ese cambio sólo se hará realidad si se logra desarticular una cultura de la transgresión amparada en aquella impunidad que antecede a la era K, pero que ésta legitimó hasta naturalizar el horror y la indiferencia frente a la muerte y el dolor. Si según proclamó por el radicalismo Ernesto Sanz, "Argentina no será igual a partir de esta noche", ese cambio sólo será posible si se reconoce las muertes resultantes de las violencias en democracia. No se trata ni de fiestas ni de globos. Se trata de convertirnos en un país en serio, donde no sólo se castiguen los delitos de corrupción o del crimen organizado sino también los delitos contra la vida. Por cierto, es un triunfo. Pero también es un presente griego porque el próximo gobierno recibe una tierra arrasada, y probablemente sea desafiado por los palos en la rueda impuestos por una oposición adiestrada en el "ir por todo".

La tarea a afrontar por el Presidente electo es desarticular esta falsa dinastía que reinó durante una década atravesada por el autoritarismo y la arbitrariedad. Porque lo que se mostró hoy es que la gente no quiere más ser miembro de ese reinado ilusorio. Y por su parte, la tarea a afrontar por la ciudadanía es impedir que esa falsa dinastía vuelva a empoderarse de la libertad ciudadana en un futuro: que la joven de la sucursal bancaria no vea como única opción "Populismo o Dictadura". Que sepa que es posible una República. Y que de falsas dinastías, de jerarcas que vaciaron las arcas del Estado, de élites protegidas por un poder autoritario, de una Justicia abolicionista, nunca más. Un nunca más que depende de todos nosotros.

Doctora en Filosofía (UBA) y ensayista. Miembro de Usina de Justicia