"Mientras Hermes se muere": la historia del escritor que murió para educar

A Oscar Hermes Villordo lo mató el VIH/Sida el primer día de 1994. Una entrevista de Alfredo Serra rememora sus últimos meses de vida, cuando deseaba que su enfermedad y su muerte sirvieran de algo. El recuerdo del hombre que inauguró la literatura gay argentina

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Nació en la localidad de Machagai, Chaco, el 9 de mayo de 1928. Fue escritor, novelista, cuentista, poeta y periodista
Nació en la localidad de Machagai, Chaco, el 9 de mayo de 1928. Fue escritor, novelista, cuentista, poeta y periodista

La carne, su carne mortal, se ha esfumado lentamente, pero sus ojos -negros- están extrañamente vivos, lo mismo que sus manos. Todo respira dignidad: su pelo blanco, escaso y bien cepillado, su ropa, cada rincón del pequeño departamento (sólo libros y fotografías de muertos queridos, desde Colette hasta Manuel Mujica Láinez), y cualquiera de sus tenues movimientos. Porque el hombre –Oscar Hermes Villordo, 65, chaqueño, bautizado El Negro por María Elena Walsh- tiene sida y sabe que se muere, pero ha decidido cerrar los ojos "… y caminar hacia el gran misterio" sin patetismo ni sollozos. Tanto, que casi en el principio de esta entrevista -un principio formal y hasta baladí– interrumpe una letanía sobre dieta, galletitas sin sal, leche para bebés y rígidos horarios de tratamiento, y dice:

-Si sigo, te vas a aburrir muchísimo, pero estoy entrando en la fase terminal, y…

-Bueno, no siempre se puede hablar de héroes y villanos, de épica, de fragores literarios.

-Tenés razón. Pero, ¿sabés?, sigo escribiendo. Mirá, tocame el dedo. (El dedo es el mayor de la mano derecha y tiene un callo viejo, largo, pétreo) Es que siempre escribí con tinta escolar y pluma cucharita. Eso te deja el dedo marcado y teñido de azul. En el hospital también escribía así, y usaba como pupitre un libro de actas.

-¿Qué escribió?

-Una novela por encargo. Se llama Ser gay no es pecado, y sale en noviembre.

-Más que un título, una proclama.

-Sí. Pero no es mío: lo sugirió la editorial, y estuve de acuerdo. Mezcla ficción con realidad, hechos autobiográficos con hechos ajenos, cambia el tiempo real de los sucesos, pero los temas centrales son la homosexualidad y la marginalidad. Los protagonistas son dos chicos que se conocen y se quieren desde la infancia. Cuando la novela termina, tienen diecisiete y veintiún años, pero jamás se han acostado. Simplemente se quieren.

Oscar Hermes Villordo murió de sida en el Hospital Británico de Buenos Aires el primer día de 1994, a los 65 años
Oscar Hermes Villordo murió de sida en el Hospital Británico de Buenos Aires el primer día de 1994, a los 65 años

-¿Esa circunstancia es una especie de redención de su propia vida, Oscar?

-No, no…, yo jamás oculté lo que fui.

-¿Por qué dice fui en lugar de soy?

-No es por pudor. Soy homosexual, fui promiscuo, y nunca lo disimulé. Ni por vergüenza ni por discreción. Hablo en pasado (fui) porque a los enfermos de sida nos pasa algo muy extraño: cuando conocemos el diagnóstico se nos muere el sexo.

-¿Cómo es esa muerte, exactamente?

-No me refiero a erecciones y esas cosas. Es algo mucho más profundo. Es como si un telón negro y pesado cayera sobre el sexo, sus órganos, sus recuerdos, sus fantasías. Es… tabla rasa sobre la parte de debajo de nuestro cuerpo.

-¿Una forma de culpa, tal vez?

-No puedo explicarlo. Aunque la culpa, en mi caso… Mirá: yo soy católico, muy católico, de esos que creen que Dios es uno y trío, y mi fe y mi homosexualidad vivieron siempre en conflicto, en colisión. Hasta que un día…

-Hasta que un día, ¿qué?

-Hace dieciocho años, mientras estaba internado en terapia intensiva, enfermo de gastritis atrófica y a punto de que me sacaran el estómago, entró a la sala Eugenio Guasta, un cura al que yo conocía desde sus días seglares y hoy es el párroco de La Merced. "Te traigo a Cristo", me dijo. "Padre -le contesté-, usted sabe lo que soy, usted sabe cómo he vivido. Yo no puedo…". Me interrumpió, y mientras me acercaba la hostia a la boca, sonrió con indulgencia y me dijo: "¿Qué le importa el sexo a Dios, hijo? A Dios le importa el pecado de soberbia, y no es tu caso".

-Usted le dijo "… sabe cómo he vivido". ¿Cómo vivió, Oscar?

-Oh… Yo nunca quise disfrazar el sexo, nunca le puse careta. Sabés a qué me refiero: jamás tomé precauciones.

-¿Por qué?

-La culpa que yo me tiraba me impulsaba a dar placer. Ni siquiera a recibirlo. Dar, dar, dar… Eso quería. Y ponerle una careta a ese acto era mitigar el placer.

La primera biblioteca defensora de los derechos LGTBI de Argentina, fundada en 2009, lleva su nombre

-¿Fue feliz así?

-No. Nunca fui feliz.

-Es extraño… ¿Por qué?

-Porque el homosexual arrastra una tragedia básica: quiere el amor de un hombre heterosexual, y para siempre. Quiere reemplazar a la mujer, y eso es absolutamente imposible. Ese hombre puede darle momentos, unos meses, unos años, pero tarde o temprano se irá. Y entonces llegarán la soledad y la desesperación. Porque en definitiva el drama no es el sexo. El verdadero drama humano es la soledad.

-Amó a un hombre, y ese hombre se fue. ¿Qué sucedió entonces?

-Entonces llegó el andar solo de noche. La desesperación. ¿Sabes en qué se traduce la desesperación de un homosexual? En lujuria. Y esa lujuria lleva a la promiscuidad. Pero eso sí: nunca fui un marica con plumas ni manoteé braguetas. Perdón por la crudeza del lenguaje…

-No hay nada que perdonar.

-¿Sabés que me dijo un día Bioy Casares, tan bella persona, tan grande como escritor, tan magnífico amigo?

-Sospecho que algo muy inteligente. Lo conozco bastante bien.

-Íbamos en un ascensor rumbo a la calle, y sentenció: "No es el Mal con mayúscula lo que hace desdichados a los hombres: es la estupidez".

-¿Quién le prendió esa cruz roja en el pecho?

-Las monjitas de San Camilo, uno de los lugares donde estuve internado. Son monjas jóvenes y bellas.

-¿Y esa imagen de la Virgen María?

-La llevaba en su cuello Blanca Isabel Álvarez de Toledo, la mujer de Bartolomé Mitre. Se la sacó y me la puso. Quiero que esté aquí para siempre. Después de todo, lo dice el Evangelio: Cristo está para los enfermos.

-¿Qué clase de católico es usted, Oscar? ¿Cómo maneja lo religioso?

-No puedo explicarlo. Pero un día le dije a un jefe que antes de darme un empleo me preguntó si era católico: "Sí. Pero no de aquellos que les preguntan a los demás si lo son". Creo que eso me define.

La brasa en la mano (1983) fue la novela que inauguró la literatura gay en Argentina. Junto con La otra mejilla (1986) y El ahijado (1990) constituye una trilogía de la biblioteca homoerótica
La brasa en la mano (1983) fue la novela que inauguró la literatura gay en Argentina. Junto con La otra mejilla (1986) y El ahijado (1990) constituye una trilogía de la biblioteca homoerótica

-¿Qué quiere hacer de ahora en adelante, cuando los que mandan son la enfermedad y su plazo inexorable?

-Ser útil a los demás. Durante mucho tiempo oculté mi condición de enfermo de sida para no angustiar a mis amigos. Lo supe en agosto de hace dos años, pero callé, aunque creo que muchos de ellos se dieron cuenta. Más tarde comprendí que el silencio no tenía sentido. Hoy quiero que mi enfermedad y mi muerte sirvan de algo.

-¿De qué modo?

-Diciendo claramente que la promiscuidad es un camino que lleva derecho al sida. Que hay que tomar toda clase de precauciones. Que nadie está libre: ya no es un mal de homosexuales, de drogadictos, de marginales. Es de todos y de cualquiera. Y lo hago con alegría, como una militancia.

-¿También una forma de religiosidad?

-Eso, eso: vos lo definiste mejor que yo.

-Frente a una enfermedad terminal hay cuatro etapas: incredulidad, furia, depresión y resignación. ¿Cómo las atravesó?

-Las tres primeras, en muy poco tiempo. Y ahora estoy resignado. ¿Sabés qué me ayudó mucho? Las Coplas a la muerte del maestre Don Rodrigo, de Jorge Manrique. Don Rodrigo era su padre, y cuando la muerte golpea a su puerta, como en la Quinta Sinfonía de Beethoven, el caballero dice: "Que querer hombre vivir / cuando Dios quiere que muera / es locura".

-¿Le queda tiempo para ser útil, Oscar?

-Los plazos son cada vez más cortos y las limitaciones cada vez más grandes. Horarios severos, tratamientos, dietas, análisis, drogas que sirven y de pronto no sirven, fatiga, debilidad. Pero ya ves, no me rindo, escribiendo, y hasta enfureciéndome cuando repito una palabra.

-¿La enfermedad le cerca el cerebro?

-Se pierde algo de memoria, sí. Pero conservo muy bien la memoria literaria. Puedo escribir, y puedo leer a muertos queridos como Montaigne y Dostoyevski, dos de mis favoritos. Pero hay algo muy extraño…

-¿Qué es?

-Ya no sueño. Es como si lo onírico se hubiera muerto. ¡Yo, que vivía de la imaginación! Recuerdo el último sueño, ya muy lejano. Trataba de consumar el acto sexual con un desconocido en una especie de estadio inmenso y vacío. Después, nada. Cayó el telón.

-¿Y los recuerdos eróticos?

-También se cortan. No funcionan. Sin embargo, en aquél último sueño se refugió mi identidad sexual. Lo que soy. Es muy revelador.

Nunca fui feliz. El drama no es el sexo, el verdadero drama humano es la soledad

-¿Cómo reaccionó ante la aparición del sida?

-La vinculé con el año mil, con la peste negra en Europa y Asia, con el Demonio. Después, por versiones que corrieron, supe que podía ser una enfermedad artificial escapada de un laboratorio donde se ensayaban armas para la guerra bacteriológica. Más tarde pensé en el mono verde africano, y en todo lo que se dijo. Pero…

-Siempre hay un pero, dicen. ¿Qué pasó?

-Jamás pensé que llegaría aquí, y mucho menos que pudiera alcanzarme. Fue como oír una noticia lejana de tierras todavía más lejanas.

-¿De qué vive, Oscar?

-De mi jubilación de periodista. Setecientos pesos por mes, más lo que me pagan por algunos comentarios literarios. Y mis amigos me ayudan.

-¿Qué más quiere decir, en función de ser útil?

-Que el sida está agazapado en cualquier parte, y que quiere tener un cuerpo, abrazar, invadir al otro, ¡vivir! Por eso te atrae y quiere conocerte. Y además, quiero advertir algo que nos lleva al triste tema de la estupidez humana. Una gota de saliva, un beso, una lágrima, no contagian.

-¿Hay segregación contra el enfermo de sida?

-Menos que antes. Pero todavía hay gente que, ante el enfermo, piensa: "Algo habrá hecho". Una frase nefasta de nuestra historia… y no precisamente referida al sida.

-Le recuerdo la última pregunta del famoso cuestionario de Marcel Proust. ¿Cómo le gustaría morir?

-Rodeado de mis amigos. De los más cercanos a mi corazón. Es lo último que quiero ver antes de mi partida hacia el gran misterio.

Post scriptum: hice esta entrevista en octubre de 1993. Oscar Hermes Villordo murió tres meses después, el primer día de enero de 1994. Elogiada por varios medios periodísticos -un halago que hubiera preferido no tener-, se publicó primero en la revista Gente y luego en mi libro Así hablan los que escriben, con el sello de Editorial Atlántida. Pese a que en el presente libro prometí un popurrí de mis entrevista a más de treinta escritores (lo mejor de lo dicho por ellos, a mi juicio), decidí que ésta llegara íntegra a los lectores. No creo necesario explicar por qué.

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