
El siguiente es el cuarto capítulo de los diez que componen las memorias de Nelly Rivas, la joven amante de Juan Domingo Perón, que Infobae publica por primera vez de manera completa en la Argentina.
Nuestra fiesta de Navidad con el General Perón había tenido tanto éxito que decidí organizar otra para el año nuevo.
Me puse de acuerdo con otras cuatro chicas de la Unión de Estudiantes Secundarias y luego de conseguir de nuestros padres la autorización que necesitábamos, nos dirigimos al Presidente.
-General -le dije- quisieramos celebrar el año nuevo con Ud. que ha sido tan bondadoso con nosotras. No queremos que Ud. esté solo en una noche como esa. Y le expliqué que teníamos el consentimiento de nuestros padres.
Nos preguntó cuántas seríamos y cuando le dije las que éramos, estimó que la residencia presidencial en la U.E.S. era demasiado grande para un grupo tan reducido.
Pensó un momento y luego nos dijo:
-¿Uds. no conocen mi quinta en San Vicente, no es cierto? Allí hay muchas cosas que pueden interesarles… Mis colecciones de armas japonesas y muchas otras reliquias. Creo que ese sería el sitio ideal para nuestra fiesta.
La idea nos encantó. Combiné con las otras cuatro chicas reunirnos en mi casa en la mañana del 31 de diciembre. El general mandó un auto a buscarnos y partimos para San Vicente, que queda a más o menos dos horas de Buenos Aires.
Cuando llegamos a la quinta, nos encontramos con el General trabajando en el jardín, vestido con un pantalón viejo y con las manos y los zapatos cubiertos de barro. Nos dio una cordial bienvenida y nos llevó a recorrer la quinta que él mismo fomentado. Por último nos invitó a pasar a la casa, donde nos esperaba un riquísimo almuerzo.
Luego, mientras el General dormía su siesta habitual nosotras nos sentamos alrededor de la amplísima pileta de natación, chapoteando con los pies en el agua y charlando sobre mil y una cosas.
Queríamos recibir el año nuevo con el General, pero comprendimos que si lo hacíamos se nos haría demasiado tarde para regresar a nuestros hogares en Buenos Aires.
-¿Podríamos pasar aquí la noche?, le pregunté al General.
-¿Qué dirían vuestros padres?, preguntó él.
-Los llamaremos por teléfono y averiguaremos, contesté.
-Pero, ¿acaso trajeron sus cosas para la noche?
Le aseguré que nos arreglaríamos perfectamente. Llamamos a nuestros padres, les explicamos la situación y accedieron a dejarnos pasar la noche en la quinta.
Alrededor de las diez de la noche, llegaron el Ministro de Educación, Méndez San Martín, y otros miembros del gabinete a desearle al Presidente un feliz año nuevo. Se despidieron al poco rato para regresar a sus casas y pasar la fiesta con sus familiares.
Celebramos comiendo castañas, almendras y otros dulces tradicionales, mientras cantábamos y entreteníamos al General con nuestra charla. Cuando sonaron las doce campanadas brindamos con Perón y por el año 1954. Yo estaba en el séptimo cielo.
Cuando llegó la hora de irnos a dormir el General nos indicó cuáles eran nuestras habitaciones. Las otras chicas quedaron de a dos; yo tuve una habitación entera para mí sola.

Durante los tres primeros días del año nuevo el General no apareció por la U.E.S. Comencé a pensar que podría haberle ocurrido algo.
Me armé de valor y el 4 de enero me dirigí a la residencia presidencial, en Buenos Aires. El guardián en la reja principal me preguntó qué quería.
-Quiero ver al Presidente, le dije.
-¿Para qué?, me preguntó.
-Para un asunto personal, contesté.
El guardián llamó a Atilio Renzi, el mayordomo de palacio.
Le dije a Renzi que tenía algo importante que decirle al Presidente.
-Dígamelo a mí, me repuso, y yo se lo transmitiré.
-No-insistí-. Es algo muy personal, que sólo puedo decírselo al Presidente.
Finalmente Renzi pensó que posiblemente se trataba de algo verdaderamente serio en lo que él no debía intervenir y me dejó entrar.
El general se alarmó cuando me vió.
-¿Qué pasa?, me preguntó ansiosamente.
-Nada, le contesté. Solamente quería verlo… Hace tiempo que Ud. no va a la U.E.S. Creí que a lo mejor estaba enfermo.
Se dio a carcajadas. Yo lo miraba y lo escuchaba con gran regocijo.
Finalmente me dijo:
-No me pasa nada. Simplemente he tenido mucho trabajo. Quédate a almorzar conmigo…
Me quedé y volví todos los días después de esa primera visita. Le expliqué al General que me sobraba el tiempo, ya que habían comenzado las vacaciones.
Salía de mi casa a las once de la mañana y llegaba a la residencia antes de que Perón volviera de la Casa de Gobierno.
Después de almorzar juntos, Perón dormía una siesta de una hora y volvía a la Casa Rosada. Me quedaba sola toda la tarde, viendo una película tras otra en su cine privado hasta que él volvía al atardecer. Cenábamos juntos y luego yo regresaba a mi casa.
Perón sentía gran cariño por su perro "Monito", un caniche blanco de raza enana. Durante las comidas, "Monito" se acurrucaba a sus pies y cuando su amo se ausentaba -lo supe por los sirvientes- se acostaba sobre sus chinelas, aguardando su retorno.
Muy pronto me conquisté el afecto de "Monito". Lo tomaba en mis brazos y lo tenía a mi lado cuando veía películas.
"Monito" desde entonces dormía en mi cama y yo le susurraba mis secretos. Era mi único confidente.
Una noche, después de seis semanas en que yo concurría diariamente al palacio presidencial, "Monito" se resfrió fuertemente. Para colmo, los sirvientes me dijeron que su compañera "Tinolita", la perrita gris oscura que había pertenecido a Eva Perón, lloraba todas las noches reclamando la presencia de su compañero.
Ese día, cuando papá volvió del trabajo le dije que sería mucho mejor para todos si yo me mudaba a la residencia presidencial.
Expliqué que era incomodísimo tener que volver a casa muy tarde por la noche y regresar a la residencia por la mañana.
No podía tomar la responsabilidad de que "Monito" empeorara con estos continuos traslados. Los perritos lloraban sin mí y yo no deseaba separarme de ellos.
Además, continué, podría hacerle compañía al General y ayudarlo de muchas maneras, por ejemplo, cuidando a "Monito" y a "Tinolita" y atendiendo la casa cuando él no estaba.
Mi padre no quería comprender.
-Pero quiero que Perón esté cómodo, insistí. Tú y mamá se hacen compañía mutuamente. Él necesita de alguien para conversar sobre otras cosas que no sean asuntos de estado. Siento que debo quedarme con él.
-Además, ¿te has olvidado de lo que ha hecho él por tí y los demás trabajadores? ¿Eres tan desagradecido? ¿No será una satisfacción para tí saber que lo estaré ayudando?
Mis razonamientos por fin convencieron a papá y accedió.
Al día siguiente le dije a Perón que quería quedarme esta noche en la residencia y le expliqué mis razones.
Él me preguntó que dirían mis padres.
Le dije que papá estaba de acuerdo.
Ordenó a Renzi que llamara a papá por teléfono para confirmar mis palabras.
Por teléfono, Renzi le dijo que me estaba portando muy bien, que no daba lugar a quejas y que estaría perfectamente bien que me quedara si papá daba su consentimiento.
Papá no se convencía, pero finalmente dijo:
-Bueno, si Ud. me dice que está bien…
Miré a Perón radiante de alegría. Era uno de los momentos más felices de mi vida.
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