"Hace cinco años el ángel de mi hija se fue de acá al cielo"

“Pepe” Pontiroli es el papá de Tatiana, una de las 52 víctimas de la tragedia de Once. El retrato que hizo de él una periodista en el último aniversario conmovió al país.

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(Marcelita Ojeda)
(Marcelita Ojeda)

"Hoy estoy convencido como si supiese la verdad,
Lúcido como si estuviese por morir
Y no tuviese más hermandad con las cosas que la de una despedida,
Y la hilera de trenes de un convoy desfila frente a mí
Y hay un largo silbido
Dentro de mi cráneo
Y hay una sacudida en mis nervios y crujen mis huesos en la arrancada".
Fragmento de "Tabaqueria", de Fernando Pessoa

A Pepe le cuelgan las piernas sobre su propia pesadilla. No tiene nada de surrealista la imagen. Son las 8:32 del 22 de febrero de 2017 y hace cinco años, en ese mismo instante cósmico, en ese mismo lugar, un tren repleto de trabajadores que venía de Moreno y en el que estaba Tatiana, su hija de 24 años, no frenó y sus vagones se apretaron como cuando se contrae un bandoneón y todo -todo- se convirtió en un quejido imperecedero, en una masa informe de hierro, huesos rotos, sangre y dolor.

Pepe está sentado sobre el cemento caliente del andén 2 de la estación Once. Hace un calor dantesco. Una bandera convertida en capa lo cobija del ardor interior. La tela tiene impreso el nombre de su hija muerta. Es como si ella lo abrazara. El observa las piedras de granito que rodean las vías del espanto y a través de estas la ve a Tatiana. No como la ve todas las mañanas cuando se persigna y le regala un beso mirando el cielo. No. La ve partir. Cierra los ojos y ahí va ella, igual de radiante que aquel 22 de febrero de hace media década, cuando la dejó en la estación de Morón y se alejó para siempre con su bolso florido.

Las manos de José Pontiroli -insiste en que lo llamen Pepe- son las de un hombre de 59 años que trabaja desde los 9 años entre las piezas engrasadas de los autos. Como si se hubieran mimetizado con las herramientas que usa, los dedos de este mecánico son anchos y fuertes.

(Gentileza: @Marcelitaojeda)
(Gentileza: @Marcelitaojeda)

Pero ahora, que rozan las últimas baldosas del andén que nunca llegó a pisar Tatiana aquella mañana, se convierten en dedos de papel indeleble. Pepe nunca se secó una lágrima porque nunca la derramó. "No soy de llorar, me angustio mucho, no sirvo para llorar, jamás lloré", le dice a Infobae un día después de que la periodista Marcela Ojeda convierta su foto en símbolo.

Pontiroli tiene las rodillas marcadas. De tanto trabajar en el suelo, y hacerlo en bermudas ("porque los pantalones con el calor se me pegan") cuenta que las tiene percudidas y que Graciela, su esposa, la mamá de Tatiana y de Nahilí, su otra hija, siempre le pasa crema. Pero esa sombra que se le hace a Pepe mientras está sentado en el andén y observa partir a su hija, es marca de solidaridad. Como el sabe pegar los vinilos adhesivos llegó a Once a las seis de la mañana y colocó los 52 corazones por cada una de las víctimas de la tragedia en una de las paredes de la estación el día del aniversario de sus muertes. "Todos los padres van al acto. Yo siempre que voy me siento en otro lado. Y me fui al andén. Me envolví en la bandera de Tati y pensé que hace cinco años el angel de mi hija se fue de acá al cielo", relata con ternura pero sin lágrimas.

Los Pontiroli antes de Once: Tatiana, Graciela, Pepe y Nahilí
Los Pontiroli antes de Once: Tatiana, Graciela, Pepe y Nahilí

La estadounidense Susan Sontag, que pensó mucho sobre la fotografía, reflexionó en uno de sus ensayos imprescindibles: "Estas huellas espectrales, las fotografías, constituyen la presencia vicaria de los parientes dispersos. El álbum familiar se compone generalmente de la familia extendida, y a menudo es lo único que ha quedado de ella".

Pepe nunca habla de lo que le pasó. Es como si no quisiera repasar el album de fotos imaginario. La pesadilla le corre por dentro. "¿Para qué voy a hablar, para que otro se ponga mal?". Pero entonces habla. Está en su casa de San Antonio de Padua, donde todavía resuena el estruendo silencioso de la ausencia de Tatiana. Y entonces relata las fotos de su memoria de aquel día insoportable.

Tras dejar a Tatiana en la estación fue para su taller. La tele estaba encendida y a las 8.40 la urgencia de los noticieros retumbó como eco y le llamó la atención. La tragedia se había consumado. Empezó a llamar a Tatiana. No atendía. Le sonó su telefóno y era Nahilí, para decirle que Tatiana no atendía.

En ese momento, mientras se iba para Once, se le cruzó rápido el momento en que Tati le dijo que prefería no ir en el auto. Pepe recién le había regalado el coche. "Estaba crudita para meterse en la ciudad todavía. Y además el tren le resultaba más cómodo, así que 7.20 la dejé en Morón".

Cuando llegó todo era infernal. José salió por televisión pidiendo datos de su hija. Horas después lo llamaron de la morgue. Graciela sufrió un ataque de nervios. El entró a reconocer el cuerpo. Pero la Tatiana que tenía enfrente no era su hija. Creyó que todo era una confusión y que ella iba a aparecer con su bolso florido.

infobae

No duró nada esa sensación. Al rato lo volvieron a llamar. Se encontró con un cuerpo morado producto de la muerte por aplastamiento y asfixia. Como pudo, Pepe miró el cuerpo de esa chica irreconocible. Buscó en sus ojos inertes. En sus manos. En sus piernas. Cuando llegó a la boca la encontró. Era su hija. "La reconocí por un lunar que tiene debajo del labio. Era ella y me llevé el cuerpo de mi hija", cuenta emocionado pero sin llorar, y corta el relato con un silencio pesado, antes de repetir su decisión hermética: "Todas esas cosas se van a morir conmigo, son cosas mías, no voy a lastimar a nadie".

Después Pepe recuerda el calvario de los miserables. Entre que murió y él se llevó el cuerpo a la chica le robaron el teléfono celular, la plata y los anillos que le había regalado su abuela. "Si ella hubiera estado viva se moría con Tatiana", jura.

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En el fondo, Pepe deja suponer que él también se hubiera muerto con ella. "Es un momento muy difícil, que sólo lo sentís vos, la cabeza te da 200 vueltas por minuto y te dan ganas de hacer cosas que no se pueden ni pensar. Da mucha bronca, nada que ver que mi hija haya estado ahí. Fue un desastre", reflexiona.

Pero acá, en el mundo de los vivos, todavía están Graciela y Nahilí y desde hace un año y medio su nietito Román, el motivo para seguir. "A él hay que mirar para ver el futuro", sonríe Pepe.

Y vuelve a su silencio.

La mirada sensible de una periodista

A los 15 minutos de ocurrida la tragedia de Once, el 22 de febrero de 2012, Marcela Ojeda ya estaba ahí. Cronista radial de raza, fue una de las primeras periodistas en llegar a la estación donde todavía la gente estaba apretada entre los vagones. Vio cómo trabajaban los médicos, los bomberos, los voluntarios. Vio morir a un nene de 7 años que nunca fue identificado. Y la lucha de las víctimas y los sobrevivientes se le hizo carne. No faltó jamás a una marcha, ni una audiencia del juicio, ni a un acto. En el último, el 22 de febrero pasado, observó a Pepe Pontiroli sentado en solitario en el andén y tomó la foto que encabeza esta nota con su teléfono celular.

"Pepe cada vez que son las 8.32 se aleja, nunca está con los familiares, se va cerca del andén, está solo y tiene ese momento de reflexión o encuentro, vaya a saber uno lo que le pasa. Se va solito y está ahí y se sienta", le cuenta la periodista a Infobae.

"Nunca le hice una nota a Pepe. Nunca lo entrevisté porque los tiempos en radio son distintos y uno no tiene la profundidad que se merece el personaje. Por eso esa foto es como el corolario de todo", explica.

Ojeda supone que de haber sido tomada por un reportero gráfico, la foto hubiera sido "mucho mejor". ¿Pero qué es una buena foto? Sontag decía que "la vida no consiste en detalles significativos, iluminados con un destello para siempre; la fotografía sí". Por eso el retrato de Pepe Pontiroli en la estación donde murió su hija duele y conmueve.

"Era mi mirada de Pepe: él solo. Es como la editorial de ese día, de cinco años, de haber escuchado todo lo que esuché, de ver cómo los dejaron tirados, de cómo el Estado todas las veces que pudo le soltó la mano. Eso es Pepe", explica, antes de cerrar con la contundencia de lo simple: "La foto tiene la mirada de una mina que vio gente morir y los acompañó como pudo".

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