Vivir en Carlini, una de las 13 bases argentinas en la Antártida

Infobae acompañó a la canciller Susana Malcorra en su viaje a la península

Compartir
Compartir articulo
infobae

* Enviado especial a Base Carlini

"Lo primero que haces cuando te levantas acá es ver cómo está afuera. Todo depende del clima", dice Pablo. La vida en este rincón del planeta depende de eso: del clima. Aunque en los últimos años se volvió mucho más impredecible. "El año pasado, por ejemplo, hicieron 12 grados", agrega el biólogo de 35 años, flaco, con barba de unos cuantos días y aspecto sencillo.

"¿Sabes lo qué cotiza acá una sandia?", se pregunta risueño. "¿Qué extraño? Eso, las frutas. Y tirarme en el pasto y ver un perro. Necesito ver un perro. Pero nada que me haga volver. Cuando ves como están allá las cosas, te quedas acá", cuenta, y vuelve a reír.

Pablo es uno de los casi 60 habitantes de verano de Carlini, una de las seis bases permanentes de las 13 que la Argentina administra en la Antártida, considerada la mayor usina científica de nuestro país en ese continente. Ubicada en la isla 25 de Mayo, al pie del cerro Tres Hermanos y pintada íntegramente de naranja, Carlini funciona como una pequeña comunidad: un par de casas, otro de laboratorios, una planta de tratamiento, un acuario renovado -donde se estudian las especies marítimas-, un pañol de buceo, una enfermería, una planta de tratamiento, un helipuerto y no mucho más.

La casa principal, uno de los edificios más grandes de la base, está revestida por dentro en madera. Tiene una pequeña barra en la que sobresale un whisky, docenas de placas colgadas de las paredes, una máquina de gaseosas, un juego de arcade, un televisor de plasma de buen tamaño, unos sillones y una decena de juegos mesa a los que apelan para matar el tiempo: "Monopoly", ajedrez, damas, crucigramas o cartas españolas. Según la tradición, en Carlini, los sábados por la noche se come pizza. Y se bebe con ganas.

(Infobae)
(Infobae)

La cantidad de habitantes de la base, cuyo jefe, el Mayor Máximo Lamela, asumió este mes, disminuye a la mitad durante el invierno, como el resto de los refugios. El invierno pasado fueron 28, con una particularidad: solo una mujer, Luna, una morocha simpática de baja estatuta que araña los 30 y a la que no le pesa el noviazgo a distancia. Se encarga del laboratorio multidisciplinario de los proyectos de geociencia y telecomunicaciones, aunque en marzo se va de la base con destino incierto.

Como Pablo, Luna también extraña la fruta, que no está incluida en las provisiones de comida. "Extraño el lemon pie", cuenta y larga una carcajada. "Todas las cosas frescas, no hay nada. Extrañamos mucho esas cosas. Y hace falta el contacto de cariño. Se siente. Acá no se puede acercarse a los animales, mucho menos tocarlos, está todo protegido", abunda más seria.

(Prensa Cancillería)
(Prensa Cancillería)

– ¿Que se siente de ser la única mujer durante el invierno?

Estaría bueno que haya mas mujeres porque es una cuestión de que es normal que en el mundo haya mitad de mujeres, mitad de hombres.

– ¿Es tu primera vez en la Antártida?

Sí. Como lugar es hermoso. Es importante la investigación sobre cambio climático. Es el futuro de nosotros.

– ¿Falta infraestructura?

Falta, como falta en todos lados. Además, acá estamos lejos, es fácil olvidarse de que existimos.

– ¿Y la soledad?

Acá no te sentís muy solo porque al ser pocos en el invierno estamos siempre juntos. Es como una pequeña familia.

– ¿Volverías?

Sí, por ahí no acá. Quiero ir a otra base. Me encanta la Antártida. Es una locura…

(Prensa Cancillería)
(Prensa Cancillería)

El jueves 12, la Antártida amaneció algo soleada, con escaso viento y una temperatura que promedió los 0 grados. "Un día excepcional, raro: es como estar en Mar del Plata con 35 grados", exagera entre risas un integrante de la delegación argentina que visitó Carlini con la canciller Susana Malcorra. Es la primera visita de un canciller a la Antártida -cuya soberanía del "Sector Antártico Argentino" es reclamada por nuestro país desde antes de la firma del Tratado Antártico de 1959, en Washington- desde que el Palacio San Martín se quedó con la competencia exclusiva de la formulación de la política antártica argentina, en el 2003. Carlini y Brown son las dos bases administradas directamente por la Cancillería. El resto -Belgrano, San Martín, Melchor, Primavera, Decepción, Cámara, Esperanza, Petrel, Marambio, Matienzo y Orcadas- dependen de las Fuerzas Armadas, distribuidas entre el continente y el archipiélago Shetland del Sur.

"La infraestructura que tenemos data de los años 50, donde se hizo la gran expansión en la Antártida. Tenemos que mirar un poco esto y decidir que cosas vamos a mejorar y cómo vamos a hacerlo. En este momento la Antártida es cada vez más atractiva, el calentamiento hace que haya poco blanco continuo. Eso hace que haya cada vez más interés, potencialmente comercial, y nosotros tenemos que mantener nuestra presencia y nuestro compromiso con la forma en que se encaró el tratado Antártico", asegura Malcorra a bordo del Aviso Islas Malvinas, el buque de origen polaco de los '80 de la Armada Argentina que la traslada junto al resto de la comitiva y un grupo de periodistas, entre ellos Infobae.

(Prensa Cancillería)
(Prensa Cancillería)

El camino a Carlini es intenso. Dos horas y media en un Hércules de la Fuerza Aérea que partió desde Río Gallegos y que aterrizó en la pista de la base chilena Frei. "Estamos yendo a visitar una base argentina y el primer paso que doy en la Antártida es en la base Frei. Alguien puede interpretar esto como una falta de defensa de nuestra soberanía, todo lo contrario: Esto está en el espíritu del tratado. La base Frei nos da la oportunidad del aterrizaje de nuestro avión", explica la canciller.

Desde Frei, unos minutos en lancha hasta el buque; poco más de una hora de travesía hasta la isla 25 de Mayo y otra vez en lancha hasta la base, sobre un mar extrañamente calmo plagado de pequeños pedazos de hielo. Un trayecto que debía completarse en helicóptero pero que las malas condiciones en la base Marambio -donde descansan las aeronaves- dieron paso al plan B. Para la vuelta, el mismo periplo, con un condimento extra: un rato de aguanieve, que se tolera debajo del uniforme polar. La temperatura del agua promedia los 0 grados, similar a la del ambiente: el tiempo aproximado de resistencia del cuerpo humano para esa temperatura marítima es de unos siete minutos.

(Infobae)
(Infobae)

"Hacemos un monitoreo de los peces. Desde el 82 hasta hoy se nota la diferencia". El que habla es Carlos "Mono" Bellisio, un etólogo que empezó a los 19, que tiene 37 campañas antárticas sobre sus hombros -23 de ellas en Carlini-, que estudia la reproducción de los peces y que es testigo de las consecuencias del cambio climático en la fauna marina. Está relajado: fuma y toma una copa de vino mientras espera a la canciller. El cielo empezó a nublarse, pero el viento sigue calmo. "Este día es excepcional", vuelven a repetir. El invierno pasado, de hecho, fue menos crudo que otros, una constante que empieza a inquietar. "Uno de los grandes temas de oportunidad para la Argentina es la pesca. Con el calentamiento y el impacto en la Antártida, las zonas de pesca van a crecer. Hoy estamos subexplotando como Argentina, mientras que otros están explotando de manera significativa", sigue Malcorra. El continente antártico registra como ningún otro lado el mayor calentamiento global del planeta. Se palpa en los deshielos. Y se sufre en el resto del mundo.

Bellisio pasa parte de su vida en Carlini. El resto del año trabaja en el Museo Rivadavia de Ciencias Naturales en Parque Centenario, en la ciudad de Buenos Aires. El sueldo de un investigador no es alto, pero con el plus por el proyecto antártico puede ascender para un joven a unos 40.000 pesos, que durante la estadía en el continente blanco no se tocan. En la Antártida se invierte la vida en el trabajo.

(Prensa Cancillería)
(Prensa Cancillería)

En esta parte del planeta no se permiten visitas, a menos que sean por un propósito especial. Solo turismo. "Los turistas vienen, bajan y se van. Pero es muy caro. Para viejos ricos", describe entre risas un científico de la base.

Según Bellisio, el más veterano, "la Antártida es de todos". El reclamo de soberanía de nuestro país comprende al sector definido por el paralelo 60º Sur como límite Norte, y los meridianos 25º y 74º de longitud Oeste. Se superpone total y parcialmente con el del Reino Unido y Chile, respectivamente, dos de los países con mayor actividad en el continente junto a China, Estados Unidos, Rusia y Corea.

"Esto es hermoso, ¡y encima me pagan!", ríe con ganas Bellisio, que viste una campera de polar roja y lleva una espesa barba canosa. El entorno impacta y el silencio es imperturbable. Solo se altera por un estruendo aislado, lejano, de algún deshielo. Sobre la playa pedregosa, en la península Potter, cientos de gajos de hielo, algunos muy grandes. Al fondo, del otro lado de la península, una masa de hielo blanco incólume con algunos tonos azulados. Imponente e inexpugnable.

(Infobae)
(Infobae)

En Carlini se concentran la mayor cantidad de investigaciones científicas del Programa Antártico Argentino, con predominio de estudios biológicos y ecológicos. Entre agosto y noviembre pasados, el Ministerio de Ciencia y Tecnología encaró una auditoría sobre dicho programa, que recomendó la necesidad de contar con un plan estratégico. "Teníamos proyectos científicos, cuya calidad era buena, pero no necesariamente respondían en la estrategia a los intereses del país", subraya Rodolfo Sánchez, director del Instituto Antártico Argentino, uno de los integrantes de la delegación que viajó junto a Malcorra y a Fernanda Millicay, directora Nacional del Antártico, y Máximo Gowland, director nacional de Política Exterior Antártica.

Según confirmó Malcorra, Mauricio Macri visitará la Antártida próximamente, aunque no precisó fecha. "La decisión de venir está tomada", aseveró la ministra a bordo del buque de la Armada que la trasladó a Carlini, como publicó anteayer este medio. El Presidente visitaría la base Marambio, una de las seis permanentes de nuestro país, la más popular.

(Infobae)
(Infobae)

El comodoro Enrique Videla, que recibió a la comitiva en el aeropuerto de Río Gallegos, pasó allí decenas de inviernos. Presenció grescas. Soportó encerrado temperaturas de más de 50 grados bajo cero. Vio a compañeros tirar la toalla y fue cómplice de amores. Como en Las Vegas, "lo que pasa en la Antártida, queda en la Antártida", jura que dice el dicho popular también por el continente blanco. "Cuando llegaste apenas me conocías; cuando te vayas me llevarás contigo", lo describe Videla. Y agrega: "Acá los sentimientos están siempre a flor de piel".