Un año de Macri: mejor democracia, peor economía

El presidente calificó con un 8 sus primeros doce meses de gestión, algo que tiene más que ver con la esperanza que con la realidad. Balance de los aciertos y errores

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Mauricio Macri y Marcos Peña tras la conferencia de prensa en Chapadmalal (NA)
Mauricio Macri y Marcos Peña tras la conferencia de prensa en Chapadmalal (NA)

Macri se puso un ocho… claramente la humildad no es lo de él. El que se ensalza será humillado, dice el Evangelio. Vivir en la realidad marca un tiempo de desazón y duda. Al principio, los nuevos oficialistas estaban eufóricos; ahora, las cosas cambiaron y algunos perdieron certezas mientras otros ganaron desilusión: el ejército de los creyentes tuvo algunas deserciones.

Lo bueno es que a los cristinistas les pasó lo mismo, ningún bando posee datos que le permitan la euforia salvo algún encuestador alquilado, pero eso implica otro debate. Las dificultades del presente en nada sirvieron para mejorar la imagen del pasado, no son dos alternativas, sólo una desilusión irrevertible y un presente que se debate entre la esperanza y la nada.

Contra Cristina estábamos mejor, los enemigos permiten una amplitud que los oficialismos siempre limitan. La frustración es lo nuestro, gobernar con acierto exige un esfuerzo y una madurez que por ahora no parece existir. Ya algunos dicen que el peronismo es el culpable, justo ahora que si en algo se cuidaron todos fue en no ponerles palos en la rueda. Me parece que no es que no los dejan avanzar, la imagen que los define es que no saben dónde ir. Los anteriores tampoco lo sabían, pero lo camuflaban entre la mística y la demencia.

Lavagna salió a cuestionar el rumbo, hubo respuestas oficiales; lo cierto es que la economía no crece, que es un logro haber recuperado los índices oficiales reales y  es un fracaso que los mismos sólo sirvan para postergar la esperanza.

Hubo aciertos políticos notables: lograron leyes siendo minoría parlamentaria y avanzaron en lo político donde nadie lo esperaba, pero se estancaron en lo económico donde se sentían más seguros. Duro momento de una sociedad que lleva años perdiendo ciudadanos integrados para convertirlos en habitantes de la pobreza. Es ahí donde deberíamos compararnos con Chile, Uruguay, Brasil y Bolivia, analizar qué logros de integración social tiene cada uno de ellos y qué sangría en el mismo espacio tenemos nosotros. En tiempos de Alfonsín eran medio millón de Cajas Pan, hoy rondamos los ocho millones de subsidios y en aumento.

No es que el peronismo no deje avanzar al Gobierno, es que no saben dónde ir.

Hay una matriz que se inicia en los 90 y que si no se revisa nos lleva al estallido, con Macri o con quién fuera: o cambiamos la distribución de la riqueza  o nada será fácil. La concentración de las concesiones necesita ser revisada; una cosa es el capitalismo competitivo y otra muy distinta el de los monopolios y los saqueos. Los servicios privatizados son todos monopólicos o  al menos actúan como tales y nadie controla la desmesura de sus ganancias. Somos una sociedad que se fue empobreciendo año a año, se nota en las calles y en la ropa de los transeúntes, todo se va degradando.

Cierto es que Macri no es el elegido para enfrentar a las corporaciones. Podría haberlo intentado de todas maneras, estaba en mejor condición que nadie, los conocía desde adentro. Triste, por ahora nuestros gobernantes no se enamoran de la voluntad de trascender.  Los Kirchner lo intentaban poniéndole nombre a las calles, ahora es distinto, por suerte ni siquiera se les ocurre.

Scioli era parecido -o igual-, pero estaba rodeado de mucha gente peor. El peronismo es ya un nombre al que nadie intenta devolverle sus contenidos. Una cáscara hueca que alberga los negocios de demasiados que se ocultan detrás de su memoria para medrar con ella.  No es sólo el peronismo, la política no logra una dirigencia que trascienda su ambición personal para pensar el problema colectivo. Hasta el momento, somos una sociedad que no encuentra una dirigencia a la altura de sus necesidades. Y eso explica el nudo de nuestra decadencia.

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El ocho de Macri también define una manera de relacionarse con la realidad. La sociedad necesita cultivar la esperanza, son muchos los que apoyan al nuevo gobierno y muchos los que lo votamos, primero para huir de la demencia, pero también para encontrar un rumbo definitivo. Y ahí es donde se encuentra la verdadera división que es entre los que imaginan que todo pasa por un ajuste económico y los que -como es mi caso- estamos convencidos que así como está distribuida la riqueza, así como están cada vez en menos manos los negocios, con este grado de concentración económica la sociedad no tiene salida.

Que no nos vengan con el cuento de la globalización y la modernidad, las sociedades pueden ser estructuradas como viables o como inviables. Y en nuestro caso, podemos festejar haber salido de lo peor, haber avanzado en lo político y en las libertades democráticas pero sin mejora económica no hay futuro político. Y si los grandes no achican sus ganancias, si el Estado no les pone límite a los saqueos -gobierne quien gobierne- la crisis seguirá vigente y la pobreza y la miseria que son sus frutos irán en patético aumento.

Un año de Macri, un año de recuperación de la democracia y las instituciones, pero todavía sin lograr detener el atroz aumento de la pobreza.