Llegan los días de los maestros

Alejandro Finocchiaro

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Este 11 de septiembre volvemos a celebrar el Día del Maestro. Se cumplen 129 años del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento y los argentinos tenemos la gran oportunidad de volver a su figura para recuperar, más que nunca, el proyecto de país que soñó el gran sanjuanino.

Allá lejos en el tiempo, cuando Sarmiento asumía la Presidencia de la Nación, lo hacía con la convicción de que estas tierras se transformarían en una patria con oportunidades y valores comunes para todos sus habitantes. Soñaba con hacer cien ciudades como Chivilcoy, con una democracia con progreso empujado por ciudadanos unidos por sus intereses morales, materiales y políticos. Sin dudas, veía en nuestro territorio una potencia inagotable para la que sembró semillas que hoy en día seguimos cosechando.

Al caminar por el Buenos Aires de estos días, y más profundamente en mis recorridos por el Conurbano, veo un territorio de lucha, un mosaico de frustraciones, una conjunción de desigualdades que sumen a sus habitantes en situaciones de indignos padecimientos. Un cambio implica también un rediseño. Y, al igual que Sarmiento pensó que el país tenía que ser renovado desde su componente humano a partir de la formación educativa, hoy necesitamos un Estado que genere las condiciones para que hombres y mujeres desarrollen todo su potencial.

Para Sarmiento, al igual que su otro gran contemporáneo y adversario político e intelectual Juan Bautista Alberdi, el gran "desierto" de las pampas debía ser civilizado y urbanizado a través de la afluencia masiva de inmigrantes europeos. Sólo así se podría llevar a la nación por el camino de las potencias occidentales. Creía que podría democratizarse la sociedad y la política con una población formada intelectualmente desde los inicios a través de la escolarización básica.

En 1868, cerca del 87% de los argentinos no sabía leer ni escribir. Preocupado, comenzó a diseñar un sistema educativo que tendiese a revertir lo que mostraban los números. La escuela fue la célula básica y el analfabetismo, el gran muro que derribó para construir esa nueva patria.

Así fue como ese hombre, que apenas había podido acceder a educación formal pero que se había convertido en estadista, empoderó las aulas y la verdadera argentinidad nació dentro de ellas. "Leer y escribir es la civilización misma", afirmaba. La Argentina nació en la escuela, en la de la ley 1420 por él inspirada, que hizo que los que descendíamos de italianos, españoles, judíos, polacos, ingleses, tuviéramos un guardapolvo y saberes que nos igualaran y que al cantar el himno y honrar a la bandera nos sintiéramos compatriotas.

Ahora bien, todos sabemos que esa escuela, esa buena escuela, hoy fue superada. Sarmiento decía que todos los problemas de la patria eran problemas de educación. Pero los problemas de ese entonces no son los problemas del mundo en que vivimos. Por eso, necesitamos reinventarla para que contenga a los chicos del siglo XXI. Ese desafío es posible: tenemos que romper con las viejas estructuras que nos limitan y avanzar hacia una nueva escena comprendiendo que los estudiantes de hoy ya son el futuro. Para que ellos obtengan aprendizajes significativos necesitamos que estudien a través de proyectos, trabajando en equipo y de manera colaborativa.

La escuela que viene es la que hace a docentes y alumnos protagonistas, que los involucra con sus comunidades y con el mundo del trabajo. La escuela que viene es la que reconoce a la tecnología como una herramienta pedagógica y la aprovecha para que los chicos puedan leer, comprender y escribir textos; resolver problemas científicos y matemáticos; que tengan los conocimientos que requiere la lógica digital; que desarrollen un pensamiento crítico y que puedan asumir un compromiso con sus comunidades. John Dewey, un gran educador norteamericano, decía que si enseñamos a los estudiantes actuales igual como a los de ayer, les negamos el mañana. Los condenamos a vivir en el pasado.

Queremos jerarquizar el papel de los maestros en la sociedad, porque los maestros son el motor para que las escuelas vuelvan a ser un lugar para romper barreras, para educar en valores, para fortalecer los cimientos de una sociedad plenamente solidaria.

La escuela que viene es la Argentina que viene. La escuela que entiende a la diversidad en nuestra sociedad como la entendemos en la naturaleza, donde es sustento de su riqueza, su belleza y de la perpetuación. Las diferencias generan tensiones pero, como lo hicieron los hombres que pensaron nuestra patria, tenemos que asumir el desafío que propone la aventura de la educación como solución que incluye, que nos enriquece en la convivencia, que nos enseña a crecer. Un entorno con multiplicidad de etnias y culturas es el mejor camino para una sociedad más sana. Y por eso queremos transitar el camino hacia un futuro con una Argentina diversa, que siga dando la batalla cultural, que siga poniendo en cuestión valores tan importantes como el mérito, el esfuerzo y el trabajo que para nosotros son parte sustancial de lo que debe transmitir la educación.

Tenemos que transformarnos en una nación educadora, una nación que educa. Solamente así vamos vivir como merecemos.

* El autor es Ministro de Educación de la Nación.

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