La vejez invisible

Diego Bernardini

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En la ciudad de la furia las gentes que la habitan son de todo tipo, color y aspecto. En ese maremágnum vital de movimiento, lo obvio deja de serlo. Especie de despersonalización que despoja a la persona y la convierte en individuo, si es que tiene suerte. El riesgo de volverse invisible acecha, responsable de la velocidad y la vitalidad del propio maremágnum devorador y furioso.

Ella era baja de estatura. Su aspecto curvado ayudaba a que, junto al tono gris y raído de su vestimenta, pasara aún más desapercibida. Se dice que las tres características de una vejez desposeída y vulnerable es ser mujer, solitaria y pobre. Ella reunía las tres. Por si fuera poco, además, era indigente. No se le conocía domicilio, dormía en las calles del barrio y cuando la medicación faltaba, si es que la había, sus gritos se escuchaban por toda la cuadra. Sonaban como maldiciones, blasfemias y reniegos vaya a saber contra quién. Si me decía que tenía 70 años, le creía, si me decía que eran 85, también. Su edad era un acertijo imposible de descifrar hasta para el más avezado. Tampoco creo que nadie en sus cabales se hubiera atrevido a preguntar.

Solíamos coincidir en el café donde por las mañana leo las noticias luego de llevar a mi hijo a su escuela. Desde dentro podía observar su despliegue y trajinar, siempre en la vereda. Lo primero era acomodar la mesa y la silla. Pedía cada día lo mismo. Reconocerla como la dueña de ese peculiar tono cuando daba voces hizo que mi atención se concentrara en sus formas. Para mi sorpresa eran refinadas, a contracara de lo que se podría esperar. Sacaba su billetera con delicadeza. Sus dedos escudriñaban los escasos billetes y así los dejaba, siempre con una propina incluida. El café iba acompañado de un cigarrillo que tomaba entre sus finos y apergaminados dedos. Ese gesto era de una fineza que no hacía más que aumentar mi curiosidad. Su pasado era una incógnita, pero su presente, dramático: los trastornos de salud mental, la esquizofrenia particularmente, suelen ser, junto con el alcoholismo, dos de los problemas de salud que más frecuentemente afectan a personas como ella.

La marginación de los sin hogar es, sin duda, la expresión más grave y dramática de los fenómenos de exclusión social.

Su presencia es la desprotección hecha realidad que sufren algunas minorías de nuestra comunidad. Las personas mayores de 60 años en la Ciudad de Buenos Aires son más de 750 mil según la Encuesta Permanente de Hogares de 2016; de ellas el 2% (equivalente a 15 mil almas) son indigentes según la misma fuente. Ella era parte de ese grupo. A su condición de ser mujer, sola y pobre se sumaba ser una sin hogar en una ciudad donde se regalan tablets a los mayores; vaya a saber con qué motivación política…

Hoy pregunte por ella. La velocidad de la urbe hace que el tiempo pierda consistencia. Su ausencia de días llamó la atención. El camarero que le servía su café, antes de que sus dedos en un delicado ritual fueran a su cartera y de allí al cigarrillo, sólo atinó a decirme que había muerto. La habían matado. Fueron tres chicos que en una noche de furia y exceso quisieron arrebatarle sus míseras pertenencias. Los vecinos corrieron la voz del suceso. Nadie sabía su nombre. Era invisible.

El autor es médico de familia, doctor en Medicina (Universidad de Salamanca, España).