El Big Bang de las nuevas drogas sintéticas

Ni los fabricantes ni los traficantes de estas nuevas sustancias saben los verdaderos efectos de su elaboración sintética hasta que impacta en su mercado objetivo

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Nunca en la historia de la humanidad existió tanta variedad de drogas como ahora. Nunca antes había existido semejante oferta de pastillas, gases y líquidos disponibles para ser ingeridos, inhalados o inyectados. El fenómeno de las drogas de síntesis se asemeja al mito de la Hidra de Lerna: por cada cabeza que se le corta nacen dos nuevas.

En el 2008, la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito alertaba sobre la aparición de 26 nuevas sustancias psicoactivas. En el próximo informe internacional a publicarse en breve, el organismo internacional ya habla de más de setecientas.

Según surge de un reciente artículo publicado en la revista The Economist, la trayectoria histórica de estas sustancias está muy vinculada con principios químicos abandonados por la investigación de los laboratorios farmacéuticos. Las anfetaminas, los barbitúricos y las benzodiacepinas, entre otras, no son más que deshechos o remanentes de esa industria legal. Pero, en manos equivocadas, sirvieron para explorar alternativas lícitas a las sustancias ilícitas, imitando o intentando replicar los efectos estimulantes, alucinógenos o depresores de las sustancias psicoactivas naturales.

No obstante, por ser artificiales y sufrir modificaciones en las estructuras moleculares, sus efectos son diferentes. A veces, imperceptibles. A veces, de verdadero riesgo para la salud. Dos drogas que molecularmente hablando parecen similares, en la práctica las sustancias de síntesis pueden derivar en mayor potencialidad adictiva, o bien en una posible sobredosis.

Ni los fabricantes ni los traficantes de estas nuevas sustancias saben los verdaderos efectos de su elaboración sintética hasta que impacta en su mercado objetivo. Se requieren conejillos de indias dispuestos a experimentar. Nacieron así los psiconautas, jóvenes que acceden a estas nuevas drogas a través de la dark web, las ingieren, discuten sus experiencias personales con otros pares y escriben comentarios en los foros cual críticos gastronómicos.

Del mismo modo, y fruto del desconocimiento de origen, el tratamiento para revertir los efectos de una posible intoxicación también es sumamente complejo, porque estamos ante compuestos que asemejan efectos de otras sustancias y que van cambiando de composición molecular a medida que los gobiernos van prohibiendo la estructura de origen. El mito de la Hidra en su máxima expresión.

Otra faceta compleja radica en que los consumidores ya no eligen sólo por el estatus legal, sino por la promesa de mayores y mejores efectos. Originalmente, la migración fue motivada por razones de inaccesibilidad a la sustancia prohibida. Con el tiempo, las motivaciones migraron a la calidad más que a la facilidad. Por ejemplo, el éxtasis o MDMA (ilegal) fue sustituido por sustancias legales como la mefedrona o la 4-FA (4-fluoroafetamina).

En igual sentido, los cannabinoides sintéticos, como el Spice o el K2, producen efectos más intensos, son más baratos y no son detectados en los exámenes de orina. Provienen en mayor medida de China, con procesos de síntesis absolutamente legales. Llegan a América o Europa en forma de polvos, luego mezclados con solventes y aplicados a sustancias de consumo masivo legal, como el tabaco.

El esfuerzo de los gobiernos por quebrar esta tendencia sólo derivó en que los productores juguetearan aún más con la estructura molecular, alejándola cada vez más del THC, su principio psicoactivo básico, y tornándolas cada vez más heterogéneas y peligrosas para la salud. Tan peligrosas como el Ivory wave (metilendioxipirovalerona), sustancia similiar a la cocaína, que cobró notoriedad en las portadas de los diarios con el caso del "caníbal de Miami", quien tuvo que ser asesinado por un policía que lo encontró desnudo en pleno día, mordiendo el rostro de un indigente.

Otro problema mayúsculo es el fentanilo, una alternativa a los opiáceos que saltó tristemente a la fama tras el fallecimiento del músico Prince, en abril del año pasado. Se trata de una sustancia hasta cien veces más potente que la morfina. Y un sólo gramo de fentanilo (o de sus derivados) puede multiplicarse en miles de dosis, lo cual la convierte en un negocio sumamente lucrativo.

Según la Drug Enforcement Administration (DEA), la heroína puede conseguirse a razón de seis mil dólares por kilo, fraccionada y luego vendida en unos 80 mil dólares. El precio de un kilo de fentanilo ronda los 3.500 a 5.000 dólares. Con la posibilidad de estirarlo a 24 kilogramos de producto, la ganancia estimada es de 1,6 millones de dólares. En marzo, un informe de un periódico canadiense detectó el ingreso de fentanilo desde China, disimulado en sobrecitos de paquetes de gel de sílice. Facilidad para ser traficada. Enorme margen de rentabilidad.

En relación con el impacto en la demanda, para entender la epidemia de opiáceos que hoy sacude a Estados Unidos y que motivó al presidente Donald Trump a lanzar una task force para ponerle freno, basta con recordar la agresiva campaña farmacéutica de Purdue Pharma y su producto estrella, OxyContin (oxicodona), un opiáceo semisintético derivado de la tebaína. Sabido es que cuan más potente la dosis de un opiáceo, mayor es el potencial de dependencia, de sobredosis y de muerte. ¿Números de la epidemia? Más de siete millones de estadounidenses han abusado del OxyContin en los últimos veinte años. Entre 1997 y 2007, la dosificación de medicamentos opioides en miligramos por persona aumentó un 400 por ciento. Durante el 2015, unas nueve mil personas en Norteamérica murieron por sobredosis de opiáceos sintéticos. Y en Ohio, al 62% de las personas que murieron por sobredosis de heroína o de fentanilo les había sido recetado, como mínimo, un analgésico de base opiácea en los siete años previos.

Allá por noviembre del 2009, en una jornada de reflexión convocada por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), la vicepresidencia del gobierno de Colombia y la embajada de los Estados Unidos de Norteamérica, quienes participamos del cónclave incorporamos una serie de conceptos que, con el correr de los años, se transformaron en ideas fuerza de hacia dónde se encauzarían las políticas públicas en materia de reducción de la oferta y de la demanda de drogas.

Frente al auditorio compuesto por periodistas, comunicadores, funcionarios y expertos en la temática, el por entonces director de la Policía Nacional de Colombia, general Óscar Naranjo, pronosticaba la disolución de las viejas estructuras de tipo cártel y la reestructuración descentralizada y globalizada del negocio de las drogas. Pero lo más importante que el general Naranjo vino a postular en aquellas jornadas en la calurosa Santa Marta fue un cambio de rumbo en el negocio mundial de las drogas ilegales: la migración de lo vegetal hacia lo  sintético.

Tras casi una década de advertencias verdaderas, el Big Bang de las drogas sintéticas ya está en marcha. En Argentina, las sucesivas tragedias de Time Warp, estadio Orfeo y Arroyo Seco nos despertaron a patadas del letargo.