El costo político de la reforma económica

Martín Simonetta

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¿Por qué es tan difícil concretar cambios en la Argentina que permitan que el país tome el camino del desarrollo institucional y económico? ¿Es simplemente una cuestión ideológica o existen fuertes —y aparentemente indestructibles— intereses que se niegan a ser trastocados, a competir y salir de su zona de confort?

Varias reflexiones al respecto. Un primer punto hace referencia al Principio 80/20 esbozado por Vilfredo Pareto, quien fuera asesor de Benito Mussolini, que genera fuertes tendencias redistributivas. Es decir, quitarles a unos para darles a otros. Pareto señalaba que el 20% de la población tenía el 80% de las riquezas. En consecuencia, si el fin era que la mayor parte de la gente esté contenta, deberíamos quitarle recursos a ese 20% más rico (perderíamos su apoyo político) y dárselos al restante 80% (ganaríamos su apoyo). Esto, si bien es efectivo desde el punto de vista político, tiene una inevitable consecuencia: la parálisis productiva, pues ¿para qué producir si el Estado sacará el fruto del esfuerzo?

También James Buchanan, padre de la Escuela de la Economía de la Elección Pública, se refirió al caso de sociedades en las que se da la siguiente paradoja: los sectores menos productivos son más fuertes políticamente y se niegan a cualquier cambio que los saque del statu quo, incremente la competencia y la productividad. Por ejemplo, imaginemos (no hay que imaginar mucho en Argentina) si la Asociación de Productores de Guías Telefónicas pide que se prohíba a Google, ya que es un competidor desleal que hace peligrar las fuentes de trabajo. A estos sectores menos competitivos y con más poder político Buchanan los denomina "buscadores de renta" (es decir, beneficiarios de una ganancia derivada de privilegios). Contrariamente, a los que pretenden competir en el mercado abierto, los llama "buscadores de ganancias". Afirma Buchanan que las sociedades cautivas de sectores buscadores de renta se niegan al cambio, se anquilosan y experimentan bajos niveles de crecimiento económico. Consecuencia: atraso y pobreza.

En este marco, Carlos Escudé desarrolló el concepto de "Estado parasitario" para referirse a los Estados que están capturados por grupos de interés que "chupan su energía", como los parásitos la sangre de sus víctimas. En consecuencia, tal Estado recauda y existe para alimentar a los sectores interesados, pero no para proveer soluciones a la ciudadanía que los votó. Algunos ejemplos de los intereses que viven del Estado: empleados públicos innecesarios o ineficientes, contratistas del Estado prebendarios, beneficiarios permanentes y masivos de planes sociales, entre otros.

 

Círculo vicioso: pobreza y redistribución

El presente argentino nos pone una vez más ante una pulseada entre la economía y la política, entre la gente y los beneficiarios de los privilegios. Entre el corto plazo y el largo plazo. Entre corregir heredados números que no cierran y el efecto negativo que puede tener sobre una porción de los beneficiarios de estas medidas en el corto plazo, pero beneficios sobre toda la sociedad en el largo.

Lamentablemente o no, el crecimiento económico necesita cimientos fiscales sólidos, así como —salvo que nos ganemos la lotería— las personas necesitamos tener nuestras cuentas ordenadas para avanzar en nuestro bienestar material. El despilfarro del dinero público difícilmente conduce a la prosperidad de una sociedad.

La gran pregunta es si es posible políticamente remover intereses tan fuertes y arraigados por décadas en los diferentes niveles del Estado argentino o debemos conformarnos con un creciente deterioro socioeconómico, compatible con la dinámica derivada de la visión de Pareto: a mayor pobreza, más redistribución, menos crecimiento, más pobreza.

 

@martinsimonetta

 

El autor es director ejecutivo, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.