Ganancias: entre la demagogia, la hipocresía y la celebración

Iván Carrino

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¿Quién lo hubiera dicho? Por estos días, los argentinos que pagan el impuesto a las ganancias tienen que agradecerle que este vaya a modificarse nada menos que al ex ministro de Economía y ahora diputado, Axel Kicillof.

Aunque usted no lo crea, el ministro que formó parte fundamental del Gobierno que subió la presión fiscal 17 puntos del PBI, que acumuló una inflación cercana al mil por ciento y cuyo resultado fue hacer que todos los empleados en relación de dependencia sujetos al tributo pasaran a pagar la alícuota más elevada (35%), es quien ahora lidera el movimiento para modificar este gravamen. Para más inri, cuando los sindicatos, en 2015, le exigieron al Congreso su modificación, el mismo Kicillof respondió: "Se ha armado una especie de fetiche con ganancias", que había que defender el tributo por uno de los más "progresivos" y que, por si esto fuera poco, el impuesto lo había puesto Juan Domingo Perón. (Este último dato es falso, puesto que el originalmente llamado "impuesto a los réditos" data de 1932 y fue el resultado de un decreto de emergencia firmado por el general José Uriburu por pedido de Raúl Prebisch).

Ahora bien, dicho esto, lo cierto es que, de prosperar el proyecto consensuado en la Cámara de Diputados el martes, las personas físicas sujetas al impuesto a las ganancias tendrán motivos para festejar. El monto destinado a cumplir con este impuesto será muy inferior a lo que es hoy e incluso inferior a lo que estaba planteando el Gobierno. Buena noticia para los contribuyentes.

En este sentido, y por mucho que se queje el Gobierno, creo que lo mejor que podría hacer es aceptar esta modificación y aprobar en términos generales la modificación de ganancias. Bajar impuestos es siempre una buena noticia, porque le permite a la gente disfrutar más del fruto de su trabajo y termina asignando mejor los recursos económicos. Es más conveniente que usted gaste su dinero en usted mismo o sus proyectos personales a que gaste el gobierno su dinero en terceras personas o proyectos políticos electorales.

Ahora bien, para no desfinanciar al Estado el proyecto de la oposición ha planteado una verdadera ensalada tributaria, que incluye, entre otras cosas, la creación de nuevos impuestos a las tragamonedas, a las apuestas en línea, a las ganancias de plazos fijos y Lebac, y finalmente, restituir las retenciones a las empresas mineras.

Esto sí que verdaderamente no debería extrañar a nadie. Progresistas, kirchneristas y massistas son apasionados del papel del Estado en la economía y nada les puede parecer peor que restarle recursos al adorado dios Estado.

Sin embargo, la propuesta es totalmente desacertada. En primer lugar, porque en Argentina ya se pagan 96 impuestos diferentes. Estos nuevos impuestos nos acercarían a la simbólica cifra de cien, lo que nos lleva a ser, como dijera Willy Kohan recientemente, "impuestolandia".

En segundo lugar, porque la presión tributaria ya está en niveles récord, similares a los de los países desarrollados, con la diferencia de que los contribuyentes argentinos no son tan ricos como los de países desarrollados y que los servicios públicos son más comparables a los de Uganda que a los de Suecia. La política a seguir debe ser reducir tasas y eliminar impuestos, no crear nuevos.

En este punto, el Gobierno debería ponerse firme y vetar todos los artículos de la nueva ley que impliquen crear nuevos impuestos o aumentar los existentes.

Un último punto a considerar es qué hacer con el déficit fiscal. El Gobierno kirchnerista no sólo dejó una presión tributaria récord, sino que también legó el desequilibrio fiscal más elevado de los últimos veinte años. En este marco, y frente a este muy posible avance de la rebaja impositiva votada en la Cámara de Diputados, lo que queda por hacer es bajar más el gasto público.

El proyecto del Gobierno estipulaba un costo fiscal de 27 mil millones de pesos. Cualquier monto que exceda el proyectado, entonces, debería ser contrarrestado con una baja del gasto público, lo que resultaría en una menor presión fiscal sin incremento del déficit. Recuérdese que, como decía Murray Rothbard: "Cualquier déficit es potencialmente inflacionario y siempre pernicioso, pero intentar achicarlo subiendo los impuestos equivale a curar una enfermedad disparándole al paciente".

En conclusión, mi consejo para el Gobierno frente a la nueva ley sobre el impuesto a las ganancias es este: aceptar disminución de la presión fiscal, vetar cualquier nuevo impuesto y reducir el gasto público por la diferencia.

Si este fuera el camino a seguir, la economía argentina sin dudas tendrá un motivo para festejar en vísperas del año nuevo. Y cuando digo "la economía", no digo otra cosa que todos los que trabajan día a día para llevar el pan a la casa. Y para pagarle impuestos al Estado.

 

@ivancarrino

 

El autor es editor de “El Diario del Lunes” de Inversor Global. Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y magíster en Economía por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid.