Educando a Donald

En línea con otros países antes, y con otros países que seguirán, el pueblo norteamericano ha virado hacia la derecha. Por eso ha votado por la plataforma del Partido Republicano

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La izquierda de todo el mundo —el progresismo, el populismo, el neomarxismo, la socialdemocracia o como se le quiera llamar— insiste en propalar la idea de que en Estados Unidos ha ganado el Ku Klux Klan, el fascismo, el populismo, el keynesianismo, el racismo, la xenofobia y hasta el machismo. Como es habitual, mucho periodismo ha replicado ese discurso que parece correcto, adecuado, de moda y, sobre todo, sensible y compasivo.

A ello se le agregan profundos análisis sobre la rebelión de los perdedores globales, el Brexit, Le Pen, el resultado del plebiscito en Colombia y otras extrapolaciones e inferencias medulosamente vacías. Tal vez se pueda ensayar otro enfoque: los pueblos no están contentos con lo que ha hecho la versión de la izquierda que les ha caído en suerte, más allá del ropaje con que se vista en cada país.

Argentina, Brasil, Cuba, Chile, Venezuela, Uruguay, son ejemplos del fracaso de las políticas de reparto. Europa y su socialdemocracia no sólo han fallado en lo económico y se han endeudado hasta el abismo, sino que han creado una disconformidad irremontable con el manejo de los refugiados árabes. Esa combinación fue, es y será sancionada en las urnas. Y por más que a la prensa sensible, insegura, autora y al mismo tiempo prisionera de la corrección política le parezca cruel, poco solidario y xenófobo, a los pueblos les disgusta ser invadidos por inmigrantes que no desean y no quieren.

Es posible aplicarles a esos pueblos que rechazan inmigrantes todos los epítetos que los amos del cartabón periodístico e ideológico tengan ganas de aplicar, lo que no es posible es obligarlos a pensar y votar de modo distinto. Por eso Ángela Merkel está siendo apaleada en los municipios, por eso el Brexit, por eso Colombia, por eso Trump. La prensa mundial está perdiendo su batalla ideológica.

Hurgando en Estados Unidos, tampoco es cierto que el Gobierno de Barack Obama haya sido una suerte de think tank de la Escuela Austríaca de economía. En la crisis de 2008, se preservó del castigo penal a los delincuentes que perpetraron la más tremenda estafa contra el sistema financiero mundial y contra el pueblo norteamericano bajo el pretexto de que todos los protagonistas eran "Too Big to Fall". Acaso habría valido para los bancos y otros entes, difícilmente para los autores del fraude. El nuevo orden de keynesianismo a la violeta que se creó a partir de ese momento, si bien le dio impulso a la economía y a la creación de empleo, desde el desastre duplicó la deuda norteamericana a niveles de alerta roja, y nunca consiguió producir efectos condignos con el enorme manoseo monetario que se creó.

También se aumentaron el gasto y el déficit, aunque comparados con un PBI que inevitablemente debía crecer aparezcan ahora como menores. Otro truco estatista: bajar el gasto en porcentaje y no en valores absolutos. El Obamacare fue también una decisión popular y populista. Será sensible y emotiva, pero no tiene financiamiento. Obama, con una enorme imagen de liberal ortodoxo fuera de Estados Unidos, hizo un gobierno típico de izquierda distribuidora y gastadora puertas adentro.

Tras ocho años de gobierno demócrata donde sólo se postergaron las consecuencias del vaciamiento financiero mundial de 2008 con deuda y emisión, y donde se influyó al resto de los países centrales para hacer lo mismo, las mayorías están diciendo que se cansaron de esa política.

En línea con otros países antes, y con otros países que seguirán, el pueblo norteamericano ha virado hacia la derecha. Por eso ha votado por la plataforma del Partido Republicano.

Y aquí llegamos al centro de la discusión. Más allá de los modos, de la zafiedad del personaje, del ego y de la burla, las ideas de Donald Trump son las del Grand Old Party (GOP). Lo que dice hoy sobre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) el nuevo Presidente es lo que decía Condoleezza Rice en 2000 al asumir George  W. Bush: "Páguennos por defenderlos", "Nuestro único aliado estratégico es Israel", "Nuestro enemigo es el terrorismo del islam y lo destruiremos". Que Estados Unidos termine ahora de aliado financiero de Hezbollah y Al Qaeda en Siria, y que use a ISIS como ariete, no gustó demasiado a los conservadores.

La rebaja de impuestos no es otra cosa que la proverbial servilleta con que Arthur Laffer explicó tal idea a Ronald Reagan, otro ariete con mejores modales y más humor. Este y todos los temas que agita el hombre de las torres son los que se han venido discutiendo en su partido en los últimos ocho años. Puede que lo haga más burdamente o golpeando la mesa, pero su oferta fue republicana. En esa concepción se incluye el predominio WASP, que no por ser silenciado es inexistente. Y el predominio protestante insertado en ese concepto, igualmente poderoso aunque no explícito. Los votantes norteamericanos simplemente han elegido Republican.

Así como se puede ver a Trump como alguien que se apoderó de un partido, también se puede ensayar la idea inversa. El partido, deliberada o casualmente, ha encontrado providencialmente una suerte de Ralph el Demoledor, un Golem que le sirvió para ganar y que servirá para atemorizar y acelerar las negociaciones de ajustes de la globalización —como alguna vez Nikita Kruschev con su zapatazo— y revisar algunos tratados sin necesitar de elegancia diplomática. El GOP siempre creyó que Obama era demasiado concesivo.

Donald también será parte y árbitro de la lucha interna entre el Tea Party y el sector moderado republicano que se trasladará luego al Congreso, y la que se sumará el establishment. El empresario ya ha empezado su curso acelerado de gobernante. No cambiará su estilo, porque no puede cambiar su naturaleza, pero debe aprender a usarlo. De su velocidad de aprendizaje y de su habilidad de adaptación y comprensión del complejo esquema de poder norteamericano y de una economía universal en continua negociación, dependerá la política norteamericana, su éxito y también el futuro de la sociedad mundial a mediano plazo.

Para Argentina, podría ser un estímulo hacia una política económica madura y decidida, no municipal como la actual. Un cambio de tendencia que ayude a hacer lo que hay que hacer con menos miedo al discurso emocional barato y a la presión seudosensible de la prensa, desde el New York Times hasta un pasquín local. El mundo se ha inclinado un poco más a la derecha, lo que no debería ser ignorado por todos los países y por todos los gobiernos. Por supuesto, incluyo en ese listado a Mauricio Macri, que, sin los elementos desagradables de Donald Trump, tenía bastante para aprender antes, mucho más ahora.