Incursión turca en Siria: ¿por qué ahora?

Por Federico Gaon

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El miércoles 24 de agosto, las Fuerzas Armadas turcas lanzaron la operación terrestre Escudo del Éufrates para expulsar al Estado Islámico (ISIS) del área de Yarablus, en la frontera con Turquía. Con esta jugada, Ankara interviene militarmente en el conflicto sirio por primera vez. Según fuentes oficiales del Gobierno turco, el objetivo de la operación consiste en abrir un corredor para que la oposición moderada tome posesión del área, lo que representa un duro golpe al grupo terrorista. Es a través de la frontera con Turquía que los militantes islámicos contrabandeaban armas y recursos para su campaña, y también reclutas hacia el campo de batalla.

Por lo pronto, Recep Tayyip Erdogan anunció que la ciudad ha sido vaciada de elementos yihadistas en beneficio del Ejército Libre Sirio (FSA, por sus siglas en inglés), la oposición moderada, que —aprovechando las circunstancias— tomó las posiciones del ISIS. Se dice que este es un acontecimiento significativo, pero vale la pena indagar sobre el asunto y preguntarse por qué Turquía actúa ahora, cuando lo podría haber hecho un año atrás.

El escenario

Para poner las cosas en perspectiva, es importante considerar una serie de eventos relacionados entre sí. En primera instancia, es evidente que la operación turca es una consecuencia de la ofensiva de Manbiy. Después de luchar durante casi tres meses, las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF, por sus siglas en inglés) ocuparon la ciudad el último 12 de agosto. Se trata de un sitio ubicado a sólo 32 kilómetros de Yarablus, y también lindante con el Éufrates. Este grupo es una amalgama de combatientes de distinto origen étnico, sobre todo minorías. Sin embargo, lo revelador es que la mayoría de sus integrantes son kurdos. Las SDF tienen una agenda secular, están vinculadas con el Partido de la Unión Democrática (PYD) y son subordinadas a su brazo armado, las Unidades de Protección Popular (YPG). Aunque no necesariamente cuentan con apoyo ideológico por parte de Washington, sí cuentan con asistencia táctica en el terreno. Lo que es más, la misión de estos insurgentes se integra a la lucha más amplia que se produce por la emancipación del Kurdistán sirio, también llamado Rojava. Justamente, esta región, adyacente a Turquía, presenta una mayoría de origen kurdo (el 60% de la población) y, como consecuencia del conflicto sectario, está moviéndose hacia la autonomía.

La captura de Manbiy es especialmente importante, porque tal como lo expresa Kamal Sheikho, el punto sirve como nexo entre cuatro provincias sirias. Al norte, Manbiy es rodeada por las ciudades y los pueblos del este de Alepo, incluida Yarablus. Al sur, colinda con las provincias centrales de Hama y Homs; y al este, cruzando el Éufrates, delimita con Raqqa, la capital de facto del Califato islámico. Aunque no todos los kurdos quieren una independencia completa, el común denominador entre ellos es el anhelo por una administración autónoma, con mandato sobre un terreno contiguo en las áreas donde históricamente los kurdos han sido mayoría. Esto significa que, como mínimo irreducible, los kurdos pretenden transformar la estructuración administrativa de Siria. Este es el punto en donde no están dispuestos a negociar. Dada la ausencia del Estado sirio en la región, en la práctica ya han conformado un sistema federal para autogobernarse.

En términos de la geopolítica mediooriental, la toma de Manbiy, dos semanas atrás, representó algo así como una línea roja para Ankara. Con este acto, los militantes kurdos echaron su suerte. Cruzaron exitosamente el Rubicón sirio, es decir, el Éufrates, y se posicionaron para continuar anexando el resto del territorio a lo largo del llamado corredor de Yarablus. Tal como lo adelantaba en marzo de este año, de controlar este tramo de 96 kilómetros, entre Azas (al norte de Alepo) y Yarablus, los elementos kurdos estarían alcanzando su objetivo estratégico. Para los turcos, esto representaría una amenaza sustancial a sus intereses nacionales. De concretarse semejante escenario, la posibilidad de un Kurdistán independiente sería una gran fuente de inestabilidad regional. Ankara teme las repercusiones que dicha entidad podría proyectar sobre el Kurdistán turco, en el este y en sureste de Anatolia. Cabe recordar que, en lo concerniente a principios, Turquía no hace distinción alguna entre las milicias kurdas. Ankara insiste en que todas ellas comparten la misma afinidad con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), un grupo ampliamente visto en la comunidad internacional como terrorista.

Esta es la razón por la cual se explica la reticencia de Ankara por combatir al ISIS. Visto en función de los intereses estratégicos de Turquía, el grupo yihadista es un mal menor comparado con el prospecto de una entidad política kurda congruente. Por este motivo, muchos analistas sugieren que Turquía prefirió que sus enemigos se desangraran entre sí.

Cuando los militantes del bloque Rojava (o sea, las fuerzas paramilitares del PYD: las YPG y las SDF) tomaron Manbiy, se prendió la alarma en Ankara. En este sentido, aunque Yarablus no estaba en manos de las milicias kurdas, de continuar la tendencia, este bastión del ISIS podría haber caído en sus manos en no mucho tiempo. Al hablar del pueblo kurdo, cabe destacar que sus facciones armadas vienen ganando territorios desde el inicio de la presente conflagración sectaria, y que luego de haber repelido al ISIS, ya han asegurado su autonomía política en el norte de Irak. Por algo los turcos aprovecharon su incursión para posicionar al FSA en Yarablus. Este grupo no tiene ningún aprecio por las aspiraciones segregacionistas de las minorías del país. Además, por si su postura no fuese lo suficientemente clara, los turcos dispararon fuego de artillería hacia el norte Manbiy. La salva es una advertencia al bando kurdo: "O se devuelven al margen oriental del Éufrates o vamos contra ustedes".

Si bien ya se está diciendo que las milicias se están retirando, quedará por verse si en efecto esto se cumplirá, o si los turcos avanzarán más adentro. Lo cierto es que ambos bandos están probándose entre sí. En palabras de Timur Akhmetov, un colega especializado en Rusia y Turquía: "El objetivo de la operación militar es demostrar que Turquía es bastante capaz y que está lista para llevar a cabo más incursiones transfronterizas para prevenir la formación de cualquier entidad política que pondría en peligro su seguridad nacional".

Acuerdo entre Turquía y Rusia

Volviendo a las premisas, en segunda instancia, es posible que Escudo del Éufrates haya contado con el visto bueno de Rusia. Tengo la impresión de que Ankara no habría arriesgado una intervención directa sin la aquiescencia del Kremlin, especialmente tras las fuertes tensiones que hasta ahora venían socavando las relaciones entre las partes. En este punto, no cabe duda de que la recomposición de las relaciones generó cierto memorándum de entendimiento entre Erdogan y Vladimir Putin. Lo que no está claro es hasta dónde están de acuerdo las partes, o hasta dónde tienen permitido los turcos avanzar. De momento, se dio a conocer que el jefe de Estado Mayor ruso viajará a Turquía para aclarar este asunto.

Rusia es el único actor de peso que ha reconocido políticamente al grupo paraguas que supone ser el PYD, porque reconoce que cualquier paz sustentable será inviable sin acomodar cierta autonomía para la región kurda en Siria, lo que no significa necesariamente que Moscú vaya a reconocer un Estado kurdo independiente. Según lo que me dijo Akhmetov, Rusia consintió con Escudo del Éufrates porque —así como entiende que el PYD es un actor con preocupaciones legítimas— considera que no puede alienar a Turquía. Por su parte, también es plausible que esta última haya derogado su objetivo de alcanzar una Siria sin Bashar al Assad.

El mando de Erdogan está asegurado

Ahora bien, por otro lado, es válido notar que Turquía podría haberse adelantado a la situación de hoy. A mediados del año pasado —antes de que las relaciones con Rusia se precipitaran, en noviembre, como resultado del caza de combate derribado— el ejército turco podría haber creado un cordón sanitario alrededor de la frontera siria-turca, acaso un buffer zone (zona de amortiguamiento), para así poner coto a la expansión kurda. Pero, según lo percibí entonces, discutía que esto no ocurriría en la medida en que Erdogan tenía elecciones que ganar. Aunque el mandamás en cuestión podría haber capitalizado políticamente una incursión en Siria para atraer al campo nacionalista, al mismo tiempo tenía aversión al riesgo. La presencia turca en territorio ocupado, además de resentida, podría haber avivado violencia contra los uniformados y motivar atentados en Turquía —cosa que de todos modos sucedió. No obstante, en mis artículos también planteaba que la inacción turca estaba dañando la imagen del país como potencia regional, ya que se estaba mostrando inerte frente a lo que se percibía como un deterioro importante de su posición en el tablero. En un intento infructuoso por revertir parcialmente esta realidad, Ankara exigió que Washington estableciera una zona de exclusión aérea y que se ocupara de desalentar el avance kurdo.

Para ser claros, la intervención militar turca responde a los intereses nacionales del país, y no se trata meramente de una ofensiva impulsada exclusivamente por el oficialismo. Sin embargo, también es cierto que Erdogan ya no tiene elecciones por delante y que tampoco tiene que preocuparse por lo que le diga la oposición. Reafirmado como sultán y con cierto margen acordado con Rusia, el riesgo que inhibía al Gobierno turco con anterioridad es ahora a lo sumo más tolerable. En cualquier caso, la operación no representa un golpe mortal a la campaña kurda. Bajo estas circunstancias, lo único que logrará es contener a las YPG y a las SDF, y evitar que se hagan con más territorios al oeste del Éufrates.

El autor es licenciado en Relaciones Internacionales, consultor político, y analista especializado en Medio Oriente.