Ser o no ser república

Por María Herminia Grande

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Por los acontecimientos que son de público conocimiento, todo indica que Argentina está atravesando un momento bisagra entre ser o no ser una república. Esta enorme decisión, como ya lo he mencionado, depende de la Justicia. La sensación es que la ciudadanía en general ha tomado conciencia sobre los efectos de la corrupción, pero no así de la responsabilidad principal en ella del Poder Judicial. Si la Justicia espera la presión ciudadana para actuar, me temo que llegaremos tarde a la república. Cuando la corrupción ya caminaba cómodamente por las instituciones; con sus bolsillos más cómodos, la ciudadanía no la ponderó. Hoy la velocidad de la Justicia parece no encontrar su motor en la convicción, sino en los acontecimientos que por atropello la obligan a reaccionar.

En estos días se recuerdan los 50 años del gobierno de Arturo Illia, un presidente que no se preocupó en tener casa propia. Un presidente que desde Balcarce 50 pasó a su consultorio particular de médico de pueblo. En 50 años y habiendo padecido los argentinos las peores dictaduras, luego de recuperada la democracia, no se supo mantener desde el poder el valor de la honestidad. Con las excepciones del caso, la política ha naturalizado que el poder es para enriquecerse y no para transformar una realidad empobrecida. Este entendimiento encontró la pareja perfecta en empresarios inescrupulosos, también con las debidas excepciones, quienes fueron cómplices del poder de turno para las prebendas y luego naturalizaron la importancia de enviar su dinero al exterior para no pagar impuestos en su patria. Recuerdo lo que le oí decir a un empresario: "Ni loco pago los impuestos, porque encima de la que les doy con la mano izquierda, se roban la que tributo con la mano derecha".

La decadencia de Argentina tiene su razón de ser en la decadencia de valores sobre los cuales las familias han declinado. Por eso el engranaje del poder que está aceitado para lo ilícito encuentra conciencias flojas que se dejan seducir. Esta es la oportunidad histórica para erradicar o no la corrupción. Si pensamos y nos conformamos con "un poquito menos", habremos matado a un país que, si aprehendiese los valores de convivencia social, tiene todo para desarrollar una vida digna.

El kirchnerismo, hoy reducido a la mínima expresión por la corrupción explícita, ganó inicialmente musculatura política aupándose en el peronismo, al que intentó sepultar y ocupar su espacio. Esto no es nuevo. Carlos Menem también lo intentó, al igual que Augusto Vandor en vida de Domingo Perón. Estos intentos se deshilachan cuando el poder del dinero y del látigo desaparece. Lo imperdonable, especialmente en el caso del menemismo y del kirchnerismo, fue decir que sus políticas iban dirigidas a los más necesitados.

El Frente para la Victoria tiene en sus filas muchos ingratos que abandonan el espacio cuando sus conductores más los necesitan. Entiendo que es muy difícil soportar el blanqueo de la corrupción; sucede que muchos dirigentes de este espacio, cuando aceptaron ser candidatos por este sector, no repararon en que las manos que los abrazaban eran las mismas que mataban real y literalmente, dado que la corrupción mata. Hoy esos dirigentes debiesen realizar un acto de contrición y renunciar no sólo al espacio sino a los cargos obtenidos. Fueron cómplices silenciosos de esta tragedia argentina. Y digo tragedia argentina porque, en el largo camino de la corrupción, a la ahora de los efectos nocivos esta no distinguió entre kirchneristas, radicales, socialistas, macristas, a los que, cuanto menos, les empeoró la vida.

Hoy toda la política está enjuiciada. Algún sector será condenado y si es así, deberá ir preso. Otro sector tendrá penas menores. Y un último sector, de ser absuelto, quedará con su inocencia bajo la duda, la sospecha sobre si su absolución fue a justicia justa o a justicia sumisa al poder de turno.

El presidente Mauricio Macri surfea en silencio en medio de este atropello. Debiese usar esta pausa para reacomodar su Gobierno, dado que cohabitan en él variables políticas fuera de control. De los 22 o 25 ministros o secretarios con rango de tal, se conocen cuatro o cinco y sus declaraciones no impactan.

Carlos Melconian, al igual que el ministro Juan José Aranguren, sigue ostentando impunidad explícita. Ni uno debiese ser ya presidente del Banco de la Nación Argentina ni el otro ministro de Energía. Si Macri los cobija, se irá apartando del camino del cambio que se comprometió a emprender.

‏@mhgrande

La autora es periodista, analista política y conductora de radio y TV