Diez lecciones borgesianas

Por Pedro Luis Barcia

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Todo escritor se asocia, incorpora y participa de una tradición literaria de la que se nutre y a la que aporta, en un juego de recibir y donar. En El escritor argentino y la tradición, Borges dice: "¿Cuál es la tradición argentina? (…) Creo que nuestra tradición argentina es toda la cultura occidental, y creo, también, que tenemos derecho a esa tradición, mayor que el que pueden tener los habitantes de una u otra nación occidental". Y luego, una reflexión salutífera: "Podemos manejar todas las literaturas europeas, manejarlas sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, concreciones afortunadas". Años después, en 1974, expande mucho más la propuesta de la libertad hereditaria: "No nos debemos a una sola tradición; podemos aspirar a todas"

Al definir su posición frente a la tradición cultural, como heredero, Borges nos da la lección inicial a las generaciones futuras sobre cuál es el primer bien que nos lega: el saber heredar. Lo primero, librarnos de complejos de inferioridad frente a la herencia occidental y universal. Tenemos derecho a ella. Segundo, debemos manejar ese caudal heredado sin condicionamientos, "manejarlo sin supersticiones, con irreverencia", son sus palabras.

Un segundo constituyente de su legado es la lección: "No nos debemos a una tradición; podemos aspirar a todas". Y esa es la forma en que se evita el predominio de una sobre otras. La oferta es abierta y el heredero es poroso, absorbente. Tomará según su interés y posibilidades. El refrán dice, ratificado por Goethe: "Cada cual toma aquello para lo que tiene pico u hocico". Esta apertura y esta libertad nos libran de la enajenación cultural. Y así propone el tercer constituyente de su legado: la forma de leer.

Un cuarto componente del legado de Borges es su lección de idioma: qué atención le brindó a su instrumento, cómo lo trabajó con ostinato rigore, con agudo discernimiento filológico.

Un quinto componente del legado es la incorporación a sus ficciones literarias de elementos tomados de las matemáticas, la filosofía, la teología.

Un sexto componente, fue otra forma de contaminatio que ejerció: la hibridización de los géneros y especies, para hablar a lo biólogo. Sus cuentos viran hacia el ensayo, sus ensayos asocian elementos narrativos, de allí el acierto de mantener el vocablo "ficciones" para estas creaturas misturadas, enriquecedoramente híbridas.

Un séptimo beneficio que nos legó fue la ruptura de la jerarquización de géneros y subgéneros marginales, o estimados como menores, a los que les hizo sitio y les brindó tratamiento de alta calidad, como el cuento policial, la nota bibliográfica o el relato de ficción científica.

Recordemos un octavo aporte: la lección de su imaginación disciplinada. Su negación a la tendencia criolla de la improvisación.

Un noveno bien que supo legarnos fue la lección de la densidad de sentidos en sus textos. Frente a tanta literatura insensata, él plenificó de acepciones cada frase, cada palabra, como dije antes, de sus ficciones. Sus textos son multívocos para quien sabe escucharlos.

Y para cerrar, en un cabalístico decálogo, esta enumeración de los elementos que integran el legado borgesiano, he dejado para el final lo que Carlos Fuentes ha llamado con acierto la constitución borgesiana. Borges organizó, con interior coherencia y sostenida unidad, una obra que participa de la variedad y de la unidad al tiempo, y mantuvo la unidad en esa diversidad. Consteló un conjunto de temas dilectos, asociados interactivamente, constituyendo un plexo temático propio: el universo como factura de un dios, incomprensible para los hombres, la filosofía como esfuerzo por dar con la clave del aparente caos, el escepticismo del conocimiento, un hombre es todos los hombres, el instante revelador en que uno sabe para siempre quién es, las formas y figuras del tiempo, el coraje como virtud esencial del hombre, y así parecidamente.

Así es de unitivo el universo borgesiano. Ahora bien, a esta constelación temática Borges la selló con un estilo personalísimo, poniéndole así su impronta. Y temas y estilo fueron la expresión de una literatura fantástica renovadora, que rompió los barrotes de la jaula del realismo estrecho, que él estimaba como "una lamentable convención del siglo XIX".

Cuatro posturas frente al legado de Borges

Estimo que frente al legado borgesiano se están dando cuatro posturas diferenciadas. La de los negadores, los incontaminados, los epígonos y los discípulos.

Los negadores, herederos atenuados de los borgicidas de ayer, rechazan en bloque la obra de Borges, disintiendo con ella, con sus temas, con sus declaraciones, con sus rasgos definitorios. Las reacciones pueden ir desde simple desentendimiento al rechazo más agresivo.

Los incontaminados son aquellos que proclaman que no han cursado ni cursarán la obra de Borges. Quieren mantenerse lejos de su influencia para que no se contamine su originalidad. Es una postura adolescente, porque, como decía Goethe: "No hay buenas o malas influencias. Hay buenas o malas naturalezas digestivas".

Los epígonos son clones borgesianos, hipóstasis del maestro. Repiten calcadamente las páginas de Borges. Nada aportan de nuevo. Hay entre los epígonos una especie que es la de aquellos que toman una sola de las teclas del instrumento borgesiano, y la pulsan hasta el extremo, haciendo de ella su única expresión. Son los generadores de manías

Los discípulos son los que entran con la de Borges para salir con la propia. Se apoyan en la obra del maestro como estímulo y motivación para generar su personalísima expresión. Operan con Borges como él operó con sus maestros. Es señalable que todos aquellos que han logrado una voz auténtica se iniciaron tras las huellas de un maestro  al que imitaron. Algunos "lorquizan", otros "nerudizan", "lugonizan", "borgesizan". Cuando el maestro es verdadera autoridad, los libera de sí, con el tiempo. La  voz "autoridad" viene de augere, que en latín equivale a "promover, hacer crecer". La autoridad verdadera es liberadora, no castradora.

Cuando se publicó, en un grueso tomo toda la obra editada y autorizada por Borges hasta 1974, el autor escribió para el volumen un "Epílogo" que ha sido olvidado por los lectores y los críticos.[1] El texto es atractivamente curioso. Inventa un asiento posdatado de una apócrifa Enciclopedia Sudamericana, Santiago de Chile, 2074, es decir, un siglo posterior al primer volumen colector de sus Obras completas y ese asiento está destinado a consignar los datos sobre un escritor llamado: "BORGES, José Francisco Ireneo Luis", que comienza: "Autor y autodidacta, nacido en la ciudad de Buenos Aires, a la sazón capital de la Argentina, en 1899. La fecha de su muerte se ignora, ya que los periódicos, género literario de la época, desaparecieron durante los magnos conflictos que los historiadores locales ahora compendian", y sigue en tono de parecida burla o profecía. Resulta interesante demorarse en este asiento apócrifo enciclopédico que adelanta, imaginativamente  cual será la fortuna de Borges. Dice: "El renombre de que Borges gozó durante su vida, documentado por un cúmulo de monografías y de polémicas, no deja de asombrarnos ahora. Nos consta que el primer asombrado fue él y que siempre temió que lo declararan un impostor o un chapucero o una singular mezcla de ambos. Su secreto y acaso inconsciente afán fue el tramar la mitología de un Buenos Aires que jamás existió".

Este fue un irónico y anticipado balance que, a tres décadas de la muerte de Borges, todos desmentimos.

[1] Obras completas, Buenos Aires, Emecé Ediciones, 1974, "Epilogo", en 1143-1145.

Acerca del autor: Lingüista, profesor universitario, miembro correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, entre otras. Fue presidente de la Academia Nacional de Educación. Es director de la Diplomatura en Cultura Argentina, CUDES, Buenos Aires. Miembro del Consejo Asesor de varias publicaciones y autor de numerosos ensayos.