Cuando el psicoanálisis argentino conoció el LSD: una valija perdida en un basural y cuatro investigadores que resistieron para saber más

El libro “¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD” recorre la llegada del ácido lisérgico a la Argentina y la experimentación que llevaron adelante los pioneros, que decidieron poner el cuerpo a los efectos de la sustancia. El repudio a su alrededor y la insistencia hasta obtener resultados.

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El cruce entre la disciplina desarrollada por Freud y la lisergia del LSD.
El cruce entre la disciplina desarrollada por Freud y la lisergia del LSD.

Un descubrimiento fascinante, un hallazgo fortuito de un químico curioso en la búsqueda de un estimulante del sistema circulatorio. Un encuentro en dos tiempos con una sustancia nueva que altera nuestros modos de percibir el mundo.

El primer paso, en 1938, la investigación sobre los alcaloides del cornezuelo de centeno -un hongo imperceptible- condujo a Albert Hofmann a una síntesis química que resultó infructuosa. Sin embargo, cinco años después y sin un motivación evidente –otro de los misterios de esta historia-, Hofmann vuelve a insistir con sus experimentos y abre una puerta desconocida para las sociedades occidentales. LSD 25, “droga maravillosa”, “mi hijo monstruo”, distintos nombres con los que su creador involuntario bautizó a esta sustancia.

Un descubrimiento que podemos mirar como un nudo en el que se cruzan multiplicidad de historias de las que derivarán recorridos imposibles de anticipar en la primavera de 1943. Por un lado, la historia de la ciencia, la química y la medicina en la búsqueda de remedios eficaces en estrecha relación con el desarrollo de la industria farmacéutica. Por otro lado, una historia social en la que confluyen los efectos de la segunda postguerra, el clima de la Guerra Fría y los usos del LSD como herramienta de espionaje, junto con la contracultura de la década del ‘60, una nueva sensibilidad artística y producciones geniales como el álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de Los Beatles.

En este cruce de caminos, emerge también una larga tradición de médicos aventureros, dispuestos a experimentar sobre sí mismos y sus propios límites, para penetrar en los misterios de la locura. Entre ellos, vale la pena mencionar al psiquiatra francés Moreau de Tours (1804-1884) quien descubrió el hachís en un viaje por Oriente y comenzó a utilizarlo para entender las relaciones entre el delirio y el sueño.

Ficha

Título: ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD

Autor: Damián Huergo y Fernando Krapp

Editorial: Ariel

Precio: Papel: $19.500 Digital: $4.199,99

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De este descubrimiento fascinante, el ácido lisérgico, y sus reverberaciones en nuestro país en el campo del psicoanálisis, se ocupa el libro de Damián Huergo y Fernando Karpp ¡Viva la pepa! El psicoanálisis argentino descubre el LSD, publicado recientemente por Paidós en su colección Ariel/Notanpuan. La historia arranca en el laboratorio Sandoz, en Basilea, y nos cuenta cómo una valija con ampollas de LSD, que había cruzado el Atlántico en un vuelo de la empresa Aerolíneas Argentinas -creada en 1950- terminaría en un basural junto a las vías del ferrocarril en la Estación Retiro.

¡Viva la pepa! reconstruye anécdotas divertidas, despliega colores, impresiones vividas en una narración atractiva que busca transmitir al lector la experiencia de conquistar un umbral subjetivo nuevo -”las puertas de la percepción” como las llamaría el escritor Aldous Huxley en 1954- primero por parte de Hofmann en 1943 y más tarde por un grupo reducido de psicoanalistas argentinos dispuestos a atravesar este umbral.

Los protagonistas principales de esta historia fueron cuatro médicos con distintos niveles de jerarquía en la institución psicoanalítica oficial: Alberto Tallaferro, Luisa “Rebe” Gambier de Álvarez de Toledo –quien llegó a ser presidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) en el período 1956-57-, Alberto Fontana y Francisco “Paco” Pérez Morales.

La valija con ácido lisérgico que terminó en la basura fue encargada al laboratorio por Alberto Tallaferro, quien vuelve a pedirla y comienza a trabajar con ella en 1955. El objetivo del Laboratorio Sandoz era el de promover la investigación científica en el uso de la nueva droga con las siguientes condiciones: la realización de autoensayos por parte del investigador antes de administrarla a otros, y luego la publicación de los resultados en revistas especializadas.

Albert Hofmann, científico desarrollador del ácido lisérgico.
Albert Hofmann, científico desarrollador del ácido lisérgico.

Esta política de circulación de la sustancia se mantuvo vigente hasta 1966, cuando su difusión más amplia y la generación de una contracultura juvenil alrededor de su uso recreativo frenaron la continuidad de los proyectos científicos. Esta es otra historia que también involucra la utilización del ácido por parte de militares norteamericanos en tareas de espionaje y contrainteligencia.

Volviendo a la Argentina, Tallaferro inicia sus investigaciones y publica en 1956 los primeros resultados en el libro Mescalina y LSD25. Experiencias. Valor terapéutico en psiquiatría, donde recoge las experiencias con 63 sujetos transcribiendo relatos de parte de los mismos. Posteriormente, se suma “Rebe” Álvarez de Toledo y convoca a otros dos psicoanalistas, Alberto Fontana y “Paco” Pérez Morales, quien estaba completando su formación en la institución.

A partir de aquí, tal como señala el investigador de historia de la psicología Hernán Scholten, se produce un pasaje desde los usos clásicos de la droga para producir psicosis experimentales a su utilización como “coayduvante de la psicoterapia”. Durante la década del ‘60 estas experiencias irían de la mano del desarrollo de herramientas terapéuticas no tradicionales como la psicoterapia de grupo, el psicodrama, la utilización de masajes y música y las sesiones prolongadas que podían durar desde seis horas a un fin de semana completo. No podemos dejar de mencionar aquí el espacio brindado por el psicoanalista Enrique Pichón Riviére en sus clínicas de las calles Copérnico y Oro para la realización de estas primeras experiencias terapéuticas.

Damián Huergo y Fernando Krapp van recorriendo las biografías de los cuatro psicoanalistas, jóvenes inteligentes e inquietos dispuestos a experimentar nuevas estrategias terapéuticas y, también, los límites que encontraron en la APA para poder hacerlo. En 1961, la institución rechazó la petición de “Paco” Fernández Morales de convertirse en miembro titular con su tesis “Psicoanálisis y LSD-25″. En respuesta a esta situación, Fernández Morales renuncia y, en solidaridad con él, también lo hace Alberto Fontana. Cinco años después, esta tesis será presentada en Madrid, en el IV Congreso Internacional de Psiquiatría, para dar cuenta de los ocho años en los que trabajó combinando LSD y psicoterapia junto a sus colegas.

Krapp y Huergo, autores de "¡Viva la pepa!".
Krapp y Huergo, autores de "¡Viva la pepa!".

Los autores consultan tesis, artículos de congresos y de revistas pero recurren sobre todo a entrevistas. Hilvanan fragmentos de vida que surgen de los relatos de los herederos –hijos, parejas-, las investigaciones del historiador Hernán Scholten y de pacientes que participaron de estas experiencias. Sobre todo, artistas, cineastas, escritores.

La historia de los pacientes del psicoanálisis es una cantera rica, todavía por explotar, para comenzar a contar el otro lado de esta historia, la de quiénes consultaban y por qué, qué esperaban de los divanes y qué es lo que encontraron efectivamente allí. ¡Viva la pepa! se desliza por la superficie de estas aguas, en una zona especial, en la que confluyen el psicoanálisis y la experimentación con psicodélicos en una apuesta subjetiva y estética que, posiblemente, procuraba avanzar más allá de los conflictos edípicos y la novela familiar.

Los autores dialogan con los entrevistados y tratan de construir una historia que se arma como un rompecabezas atractivo al que le faltan algunas piezas importantes. Nos quedamos con ganas de saber más, de entender mejor las motivaciones de los protagonistas en sus indagaciones innovadoras. ¿Fueron las limitaciones del psicoanálisis tradicional los que impulsaron estas búsquedas y, en ese caso, tuvieron que ver con el encuadre, los tiempos y los costos de los procesos, las inquietudes de los pacientes, la insatisfacción con los resultados terapéuticos?

Y una vez inmersos en estos viajes, ¿qué descubrieron, cuánto y cómo se ayudaron a sí mismos y a sus pacientes? ¿Qué aportaron concretamente estas experiencias con drogas psicodélicas al campo de la psicoterapia? Una pregunta que adquiere plena vigencia hoy, cuando los investigadores vuelven a probar estas mismas sustancias para sortear los límites que enfrenta la industria farmacológica para dar respuestas efectivas a las depresiones profundas, las adicciones, el tratamiento del dolor y el estrés postraumático. Más allá de las anécdotas, la relación entre el psicoanálisis y el LSD constituye un capítulo necesario de la historia de la psicoterapia que vale la pena explorar.

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