Las huellas del fracaso soviético que aún sobreviven en Europa del Este

La escritora polaca Margo Rejmer publicó “Bucarest: polvo y sangre” y “Barro más dulce que la miel: voces de la Albania comunista”. Son retratos del proyecto soviético que naufragó del otro lado de la Cortina de Hierro.

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Margo Rejmer investigó el pasado y la idiosincracia de Rumania y Albania.
Margo Rejmer investigó el pasado y la idiosincracia de Rumania y Albania.

Al otro lado del Atlántico, la escritora y periodista polaca Margo Rejmer se entusiasma, comienza a hablar rápida y tajantemente aun antes de la primera pregunta. Quiere discutir sobre la guerra en Ucrania, sobre la democracia en su propio país, sobre los derechos de las mujeres. Tiene tantos temas sobre los que quiere hacer llegar su opinión a otro continente que se le atropellan algunas palabras. Luego se ríe y continúa.

Se disculpará por su inglés, que no es malo pero de todas formas compensará con una tendencia al detalle y a la reflexión, a la que le suma la evidente pasión por contar, por conocer. Así habla y así también escribe la autora de Bucarest: polvo y sangre y Barro más dulce que la miel: voces de la Albania comunista (publicados por La Caja Books), dos libros en los que recopila historias de la represión y las persecuciones durante las décadas en que Rumania y Albania se convirtieron en cárceles detrás de la Cortina de Hierro. Pero antes de sumergirse en ese pasado y en sus consecuencias, Rejmer quiere hablar del presente.

La autora dice que todo el mundo necesita una idea fuerte en la que creer y que, al final, la guerra es de significados e ideas. “Tal vez por eso Putin está fracasando ahora mismo”, dice. “Porque empezó con esa idea de proteger a Rusia, de luchar contra el fascismo y todo eso, y después todos vimos a esos soldados rusos robando un inodoro o una lavadora o un televisor de la forma más ridícula y abominable. Svetlana Alexievich habla de eso en Los muchachos de zinc, un libro que muestra cómo los rusos entraban en Afganistán llenos de ideales. Y luego, a partir de las historias, va deconstruyendo y mostrando el fracaso. Y en Ucrania ves el fracaso de la narrativa”.

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-El socialismo también fue una narrativa, una construcción de que todos somos iguales y más fuertes juntos, ¿por qué colapsó en Rumania y Albania?

-El patrón fue diferente en cada país, aunque la causa del colapso fue más o menos la misma: la ineficiencia total del sistema en términos económicos. Nací en Polonia en 1985 y recuerdo las historias de hacer fila: “Todos tenemos que esperar en fila al menos desde las 6 de la mañana”, decían. Luego escuché esas historias en Rumania y me dijeron que hacían fila desde las 4 de la mañana para conseguir leche o pan. Y luego, en Albania, dijeron que tenían que hacer fila desde las 2. Eso es algo que queda en la memoria colectiva: el proceso agotador y ridículo de hacer fila y esperar para comprar productos básicos. Y en Rumania existía una generación de ciudadanos adicionales que no podían ser absorbidos por el sistema y no había suficientes lugares para ellos. Había una frustración constante de una masa de personas que no podía obtener lo suficiente para satisfacer sus necesidades básicas. La ejecución de Nicolae Ceausescu fue el estallido de ira de un pueblo que al menos en los últimos doce años había tenido que hacer frente a una escasez creciente. Pero en Albania el patrón fue distinto, la vida era cada vez más modesta pero no había reacción ni enfado. No supieron cómo ganar su independencia y cómo ganar su libertad.

-¿Por qué elegiste a Albania y Rumanía?

-Viajé a Bucarest en 2009, cuando tenía 24 años, y me enamoré. No se puede explicar racionalmente. Era como si ya la conociera, como si ya llevara dentro de mí a su gente, la forma en que me hablaban y actuaban. Su extravagancia, su amor por la vida, su maldad, fue algo que inmediatamente resonó en mí. Me sentí muy similar a ellos. Y, por un lado, era un lugar muy difícil para estar: caótico, denso, sucio, de tanta pobreza. Pero sentí que podía vivir allí, un lugar de anécdotas y relatos. Solo tenía que encontrar una manera de coleccionarlos. Me mudé dos años después y comencé el proceso de conectarme con la gente y hacer entrevistas. Fue muy fácil encontrar personajes, sentí que todos me estaban esperando. Una vez conocí a una antropóloga de Noruega que estaba haciendo una investigación en Rumania y en Albania, y me dijo “tienes que ir a Albania, es un lugar para ti”. Y fui y tuve la impresión de que iba a ser un trabajo más complejo. Pero en ese entonces yo era bastante joven. Sentí que si iba allí y me esforzaba en escribir estos libros, aprendería mucho. Ese tipo de proceso de escribir, de conocer gente, te da mucho conocimiento sobre tú mismo. Es como tener una vida alternativa, paralela a tu vida local. Estás viviendo con el doble de intensidad que si te hubieras quedado en casa. Es un proceso increíble el incorporar herramientas completamente diferentes para entender una realidad completamente diferente. Me gusta mucho esta forma de vivir: entrar en una realidad que tiene modelos culturales completamente diferentes y tienes que aprender todas las herramientas para entender a las personas lo mejor posible.

Nicolae Ceausescu, que encabezó un régimen en Rumania, fue ejecutado en ese país. (Getty)
Nicolae Ceausescu, que encabezó un régimen en Rumania, fue ejecutado en ese país. (Getty)

-Te acercaste mucho a la gente a la que entrevistaste, recopilaste historias muy personales. ¿Cómo es tu método de trabajo?

-Es cuestión de tiempo. No se puede obtener las historias que está buscando así como así. Necesitas crear un vínculo con las personas, sacar de ellas lo más interesante, más inspirador y profundo. Los primeros seis meses cuando viví en Albania escuché muchas anécdotas cortas sobre el sistema comunista que no me ayudaron a entender del todo cómo funcionaba. Luego comencé a aprender albanés muy intensamente y a seguir los debates públicos. Y hablando, hablando, hablando. Cada vez que podía, hablaba con la gente solo para entender su forma de pensar. En Rumania fue mucho más fácil: fui allí, todos sabían inglés, pensaban de una manera muy similar a la mía. Me sumergí inmediatamente en Rumania y fue muy sencillo encontrar personajes interesantes para el libro. En Albania me tomó dos años ganarme la confianza de la gente y crear la primera red de informantes que me daría acceso a otros personajes. Creo que durante los seis años de trabajo del libro entrevisté a por lo menos 300 personas y aun así no fue suficiente para recopilar historias sobre la humillación de las mujeres. Porque la narración sobre la violencia sexual en Albania es tan vergonzosa que, aunque pasé tantos años allí, todavía no podía encontrar mujeres que hablaran abiertamente sobre eso.

-¿Qué hiciste entonces? ¿Cómo se supera esa barrera?

-Cuando hablas de un tema que es tan traumático necesitas tener una atmósfera adecuada para que las personas se abran lo suficiente. Como la violencia sexual sigue siendo un gran tabú en Albania, ninguna mujer de 50 o 60 años quería hablar de ello. Cuando hice las primeras preguntas, inmediatamente las mujeres se cerraban. Me resultaba mucho más fácil hablar con hombres mayores que fueran intelectuales o escritores o que ya tenían la rutina de hablar de sus experiencias. En este trabajo, en el que te basas principalmente en los testimonios de otras personas, también es muy importante encontrar una persona que sea perspicaz y que simplemente sepa hablar. Porque puedes encontrar a una persona que tiene una historia increíble, sabes que esta persona experimentó algo absolutamente asombroso, pero luego haces como 100 preguntas y esa persona te habla constantemente a través de atajos. Necesitas extraer cada detalle, cada metáfora, lo que sea que esta persona esté construyendo bajo la superficie. Lo llamo “excedente”. Además de contar la historia de un individuo que le da el marco histórico, también tiene que ser una historia con un plus que le dé una dimensión universal, que sea algo que genere empatía entre los lectores, sin importar de qué cultura provengan. En este proceso de recopilar historias, siempre estoy buscando personas que me puedan dar ese significado universal, encontrando una respuesta de qué es la libertad, qué es la felicidad, cuáles fueron las estrategias de supervivencia, lo que es bueno, lo que es malo. Algo que lleve la historia a otro nivel.

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-¿Tu origen polaco ha influido en tu trabajo en Rumania y Albania?

-Sí, particularmente mi libro de Albania. Y me dio pautas para analizar la actualidad. Cuando los gemelos Kaczyński llegaron al poder en Polonia, primero en 2006 y, luego, desde 2015, inmediatamente empezaron a dividir a la gente entre los buenos y los malos. Buscaban culpar o humillar a los intelectuales, a la clase media, a los empresarios. Como escritora y periodista, obviamente yo estaba entre los malos. Esta atmósfera de una sociedad dividida tuvo un impacto en mi forma de pensar y me dio las herramientas para entender cómo Enver Hoxha lideró Albania: una división muy fuerte entre gente con una mala biografía y con una buena biografía. Hay una gran diferencia en los resultados, porque en la Albania comunista por tener una mala biografía podías terminar en la cárcel por al menos una década, así que digamos que los castigos eran más efectivos y dramáticos. En Polonia se hizo tan sólo para crear tensiones sociales y dividir, destruyendo la solidaridad entre las personas.

-Una de las personas que entrevistaste dice que Enver Hoxha creó seres humanos débiles, albaneses que no sabían cómo lidiar con el mundo exterior. ¿Hoy vemos las consecuencias de eso?

-El sistema comunista de Albania fue muy particular: operaba en un país pequeño y el gobierno podía controlar absolutamente a todos. No podía haber oposición ni disidencia. Y ahora mismo, treinta años después, los lazos entre el gobierno y el crimen organizado son tan fuertes que la gente siente que de nuevo es imposible oponerse y lo único que se puede es migrar. El 80% de los jóvenes albaneses quiere irse de inmediato y para siempre. Esta es la única forma en que pueden cambiar su vida porque no puede cambiar el sistema.

-Nada ha cambiado.

-Exactamente. Esto es lo que dice la gente, que no hay libertad ni democracia ni esperanza.

Bucarest, una de las ciudades investigadas por la periodista polaca. (Getty)
Bucarest, una de las ciudades investigadas por la periodista polaca. (Getty)

-¿Y el escenario de Rumania es diferente?

-Sí, es mucho más optimista porque hubo protestas de la sociedad civil tan masivas que tuvieron la capacidad de cambiar el gobierno. Saben que si salen a la calle tienen control sobre los políticos. Saben que los más corruptos finalmente se irán. Pero luego, después de esta ola, hubo un retroceso. Lo intentaron, consiguieron su representación en el poder y la gente que se suponía que los representaría está fallando. Parece que este círculo está cerrado y los rumanos hoy necesitan nueva energía para volver a las protestas como herramienta de control del gobierno elegido democráticamente.

-Conociste y entrevistaste a cientos, miles de personas ¿Qué pasa con esas personas una vez que cierras los libros?

El libro como proyecto puede estar cerrado, pero todavía tengo mi vida albanesa. Y cada vez que regreso a Albania, toda esa gente me está esperando. En cierto modo, esa aventura que comenzó en 2013 continuará hasta que me muera. He establecido mi vida paralela, mi vida albanesa y será así para siempre porque estoy constantemente en contacto con mis amigos de allí. No puedo simplemente desconectarme y olvidarme de Albania o Rumania. Siempre será una parte importante de mi vida. El libro es tan solo un elemento de una realidad muy compleja que creé allí. Es algo precioso saber que la vida se pueda multiplicar: vida polaca, vida albanesa, vida rumana. Y de alguna manera lo estoy remodelando y reviviendo todos los días. Es un privilegio increíble para los que hacemos este trabajo. Y es difícil parar cuando tienes esta profesión: solo quieres escuchar más y más historias.

“Bucarest: polvo y sangre” (fragmento)

Vinieron por la tarde, aporrearon la puerta. Elena Samoilă tembló y se llevó la mano al vientre. Unos días antes había notado por primera vez que se había movido.

Eran de piedra. Miraban alrededor. A Elena, no. Uno levantó el mantel de la mesa. Otro se puso a girar el jarrón entre las manos. Tocaban los objetos solo para que ella supiera que podían hacer lo que les viniera en gana.

En el patio el perro ladraba como loco. La madre no estaba en casa. El marido todavía no había vuelto del trabajo. El gato dormía en el alfeizar, al otro lado de la ventana. Finalmente, el hombre alto de pelo negro y cejas negras le dijo a Elena que debía acompañarlos a la comisaría para hacer una declaración.

- Todo irá bien – añadió por si ella todavía no había empezado a tener miedo.

El sol se teñía de rojo, los objetos perdían sus contornos, los colores se difuminaban. Septiembre era excepcionalmente sofocante aquel año. Ni siquiera refrescaba al caer la noche. Pese a todo, Elena se puso una gabardina sobre el vestido de verano.

Salió con ellos a la calle. Echó una mirada a los montes Făgăraș, que se extendían alrededor, más oscuros en la lejanía, más poderosos que el ser humano. Se dio cuenta de que llevaba sandalias en los pies. Calzado para el verano, el buen tiempo y la alegría, no para el frío y el miedo. Quiso volver a casa a buscar zapatos de otoño, pero el policía, el alto, dijo:

- No.

ARCHIVO - El fundador de la Unión Soviética, Vladimir Lenin, izquierda, y Josef Stalin, que posteriormente sería su presidente, disfrutan un parque en la residencia Gorki en 1922, en las afueras de Moscú, Rusia. (AP Foto, archivo)
ARCHIVO - El fundador de la Unión Soviética, Vladimir Lenin, izquierda, y Josef Stalin, que posteriormente sería su presidente, disfrutan un parque en la residencia Gorki en 1922, en las afueras de Moscú, Rusia. (AP Foto, archivo)

Subió con ellos al coche. Tuvo la impresión de que todo a su alrededor se petrificaba. Como si mirase una postal de un lugar remoto en medio de las montañas donde había una casa, un camino trillado, una hilera de tilos y bajo el azul cristalino del cielo volara un pájaro. De las estacas de la valla colgaban la pequeña alfombra multicolor que había lavado aquella mañana y un mantel con flores púrpura y rojas que no hacía mucho que había acabado de bordar.

El perro ladraba y se agitaba en su cadena hasta que finalmente enmudeció y se quedó quieto. Intentó reunir fuerzas pero solo consiguió aullar. El aullido llenó el vacío y se elevó a lo alto, hacia las montañas.

Por aquel entonces en Rumania ya soplaba un fuerte viento procedente de Rusia.

Quién es Margo Rejmer

♦ Nació en Varsovia, Polonia, en 1985. Es escritora y periodista.

♦ Sus dos libros, Bucarest y Barro más dulce que la miel, han sido traducidos a cinco idiomas.

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