Norman Manea, un escritor del exilio en la Feria del Libro de Guadalajara

La Feria del Libro de Guadalajara festeja 30 años de existencia y el escritor rumano, siempre candidato al Nobel, inaugura el “Salón Literario” con una conferencia sobre la lengua como lugar de residencia.

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Norman Manea inauguró el “Salón Literario” de la FIL (FIL/Nabil Quintero)
Norman Manea inauguró el “Salón Literario” de la FIL (FIL/Nabil Quintero)

(Especial desde Guadalajara)

La Feria Internacional del Libro de Guadalajara —una de las más importantes de la región junto con la de Buenos Aires—está en marcha. Están presentes autores de la talla de Mario Vargas Llosa, John Irving, Noman Manea. El próximo fin de semana llegará también George R. R. Martin.

Han sido invitados muchísimos escritores de América latina: Laura Restrepo, Leonardo Padura—a quien todos esperaban para hablar de la muerte de Fidel Castro—, Eduardo Saccheri, Edmundo Paz Soldán, Luiz Ruffato y un largo etcétera. Además, hay una sección especial dedicada a las nuevas voces, los "ochenteros", entre quienes se destacan los argentinos Camila Fabbri y Mauro Libertella, la boliviana Liliana Colanzi, la chilena Paulina Flores, el costarricense Carlos Fonseca.

La inauguración del Salón Literario

Una de las actividades más esperadas fue la apertura del "Salón literario", que esta vez estuvo a cargo del escritor rumano Norman Manea. Con más de 30 títulos entre novelas, cuentos y ensayos, Manea es un autor universal traducido a una veintena de idiomas. Sin referirse a la política actual, su lectura fue un llamado por la paz a través del recorrido autobiográfico de quien padeció las persecuciones del nazismo y el comunismo.

Nacido en 1936 en el seno de una familia judía de Bucovina, Manea tenía 5 años cuando fue deportado al campo de concentración de Transnistria en Ucrania, del que regresaría recién en 1945. Para entonces Rumania era otro país, uno que estaba del otro lado de la cortina de hierro. "Bajo la administración soviética cursé la primaria en ruso", contó. "Luego seguí estudiando en rumano y tuve un profesor particular de alemán. En el bachillerato aprendí francés para leer la prensa occidental y casi olvidé al ruso, la lengua de los ocupantes".

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Manea es ingeniero, profesión que sostuvo hasta 1974, cuando decidió dedicarse por entero a escribir. Enfrentado abiertamente al régimen de Ceaucesu, tuvo grandes dificultades para publicar: "Debía defenderme de la censura que en cada página quitaba palabras, frases, párrafos". En 1988, poco antes de la caída del muro, y tras haber estado en Berlín gracias a una beca, tomó la decisión de exiliarse. En su autobiografía novelada El regreso del húligan (Tusquets; 2003) da cuenta de los dos exilios que debió atravesar a los cinco y a los cincuenta, dos hechos que, como escribió entonces, tenían una "diabólica simetría". Actualmente vive en Nueva York, donde es profesor de Literatura comparada.

"Llegué a Estados Unidos sin saber inglés", dijo. "En mis primeros 10 años pasaba por crisis de pánico cada vez que tenía que participar en un congreso. Me sentía identificado con Pnin, el héroe de Nabokov a quien le parecía que Hamlet sonaba mejor en ruso que en inglés".

Nabokov, Conrad, incluso su compatriota Paul Celan abandonaron la lengua materna. Manea, en cambio, nunca dejó el rumano. "Exiliado de mi patria encontré en la lengua mi ansiado domicilio", dijo, "y tenía que trabajar para defenderla".

Con los muchos idiomas que atravesaron su vida —rumano, ucraniano, yiddish, alemán, ruso, francés, inglés—, Manea se preguntaba en qué lengua diría sus últimas palabras. Recordaba a Chejov, que había preguntado en alemán "Ich sterben?" (¿Me muero?). "No sé en qué lengua diré mis últimas palabras", dijo. "La lengua de la muerte a veces es distinta de la vida a la que le pone el punto final".

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