
La felicidad invade el cuerpo de Wilmar Barrios, lo que siempre soñó hoy lo ve cristalizado. El futbolista colombiano, en su primer año en el fútbol argentino, consiguió su primer título y comenzó a ganarse el corazón del hincha de Boca. Sin embargo, llegar a este presente le costó demasiado.
La infancia del volante central no fue sencilla. La Candelaria, un barrio humilde y marginal de Cartagena, vio nacer al futbolista un 16 de octubre de 1993. Dentro de esa zona difícil, su familia vivía en el borde de la Ciénaga de la Virgen, donde están las peores condiciones.

Rápidamente conoció lo que es el desamparo: su padre trabajaba todo el día y con el correr del tiempo formó una nueva familia. Su madre decidió mudarse a Venezuela, por lo que fue criado por su abuela, Doña Celia.
Para no caer en las tentaciones que rodean a La Candelaria, Barrios se enfocó en su gran amor: la pelota. "El que quiere, puede. Yo me enfoqué en lo mío, el balón. Me crié y en un barrio donde se vive en condiciones difíciles pude salir adelante. Hay violencia, matanzas. Muchas veces quedé en medio de tiroteos y la tentación de la delincuencia siempre estuvo. Y siempre estaba la droga", rememoró hace un tiempo el propio jugador.

Su primer escape fue una canchita -que era más bien un playón polvoriento y sin líneas divisorias-, donde forjó la personalidad que ahora cautiva a los simpatizantes del Xeneize. Algunas veces descalzo, y otras con zapatillas prestadas, desplegó sus primeros destellos.
En paralelo a la época dorada del Boca de Carlos Bianchi, Wilmar dio su primer paso hacia adelante en la carrera por cumplir su sueño. Por medio del colegio llegó a Comfenalco, un programa de integración social que organizaba actividades para los chicos del barrio. El inconveniente fue que la cancha le quedaba muy lejos y el dinero no sobraba en la familia como para poder tomarse un colectivo y acudir a las prácticas.

"No teníamos para mandarlo a practicar y le agarraban berrinches. Lloraba y lloraba y debíamos salir a buscar dinero. Le dabas lo justo y arrancaba", explicó su tío Richard. Pero cuando no aparecía ese dinero, Barrios se las ingeniaba para conseguirlo. Llenaba bolsas de plástico con agua para congelarlas y vender hielo en las calles.
De Comfenalco pasó a Ciclones, una academia. Tras transformarse de un típico 10 al clásico 5, pasó a Ciclones de Cali, donde se encontraban los proyectos más prometedores. Sin embargo, le costó adaptarse y decidió volverse.
Pero ese paso atrás se transformó en un envión para tomar carrera y convertirse en lo que es hoy en día. Tucho Ortiz, un cazatalentos de Deportes Tolima, lo encontró y se obnubiló con ese joven de 16 años. Pese a su corta edad, se hizo patrón en el club y dio una vuelta olímpica.

En Boca, como en su vida, también la luchó. Al principio no era tenido en cuenta por Guillermo Barros Schelotto, pero el colombiano aprovechó al máximo cada minuto que tuvo en cancha. Con su entrega se ganó rápidamente la ovación de la hinchada y le hizo cambiar la idea al Mellizo.
Con su titularidad (pasando a Fernando Gago a un costado), el Xeneize obtuvo presencia en el mediocampo y el nivel del equipo se incrementó considerablemente. Wilmar Barrios hoy es una pieza clave dentro de Boca y gracias a su forma de jugar va camino a la idolatría.
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