La piel de la ciudad y una estética del derrumbe, en una muestra de Marcela Astorga

La artista mendocina presenta su muestra "Territorio Vulnerable", que puede verse hasta el 16 de agosto. Infobae habló con ella sobre esta exposición y sobre su mirada del arte contemporáneo.

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Arquitecturas 7
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"Si las paredes hablaran…", suelen replicar diversas bocas, en innumerables ocasiones y en distintas circunstancias. No obstante, ¿quién ha dicho que no lo hacen en su propio idioma? La artista plástica Marcela Astorga afirma que "las paredes comunican". En su muestra Territorio vulnerable, actúa como traductora de "la piel" de la ciudad.

Nacida en Mendoza, hija de Alberto Astorga, militante político y hombre de campo, y de Clara Landesman –del inglés "hombre de campo", touché-, de profesión obstetra, Marcela siempre tuvo en claro que el leit motiv de su vida era el arte. Quizás, de manera inconsciente, tomó del oficio de su madre la vocación del auxilio para dar a luz. Hoy día, Astorga ayuda a alumbrar aquellos mensajes que las paredes intentan parir.

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Su niñez la transitó en el campo, su progenitor tuvo carnicerías y una finca, y, si bien hoy se define "absolutamente citadina", toda su infancia y su formación, tanto en el hogar como en el colegio, se ven materializados en su obra: "Hice un trabajo muy instrospectivo, un trabajo de memoria, para intentar recordar mis primeras imágenes para ver si tienen que ver con lo que hoy estoy produciendo. Y sí, la montaña, la texturas, el polvo que cae de la montaña en la llanura, la provincia, la carne, el cuero, la matriz visual, están ahí".

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La esencia es el fondo y la potencia la forma. El fondo, el universo del trabajo de Astorga es la piel: "Empecé por adentro con la exposición de la carne de vaca, luego a realizar obras con cuero y, más tarde, con cerda de caballo. Es la idea de los lugares que nos contienen, que nos constituyen y que nos identifican. El discurso y el interés son siempre los mismos, cambian las formas, los materiales".

Para la artista, las paredes son la piel de los edificios, así como la epidermis el revestimiento del cuerpo. Como una excavadora que trabaja en reversa desde el núcleo de la tierra, traspasando la corteza hasta llegar al manto, Astorga es una especie de perforadora del ser que trabaja desde la psiquis, pasando por la carne, lo más entrañable y mundano, hasta llegar a la piel. Luego, en un eterno retorno, va desde la capa más superficial de todo su universo, hasta volver a indagar en lo más íntimo del yo, un trabajo de suma introspección que se centra en develar el trauma. El mismo ejercicio lo hace con las construcciones, recogiendo desde el grafitti esbozado sobre la última capa de pintura de un mural, destacando cada grieta y hasta la última partícula de granito que compone esa pared.

Sin título (2012)
Sin título (2012)

La muestra actual de Astorga representa la erosión de la ola del tiempo en las construcciones, en la piel, en el ser, en la vida.

Tanto su persona como las piezas que exhibe transmiten calma y armonía. Su voz y su hablar pausado denotan poca prisa, no así sus ideas, que en constante movimiento, marchan a la velocidad de un Fórmula 1. Es esa inquietud dentro la quietud la que le impide resguardarse en una técnica o en un ismo determinado, y la lleva a reinventarse, a investigar e investigarse: "me aburre mucho hacer siempre lo mismo", confiesa con un gesto digno de retrato.

En una charla íntima, en las instalaciones de la galería Henrique Faria, la "artista de la piel" habló con Infobae.

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-Se nota que su relación con el arte es de amor, ¿cuándo comienza este romance?

-Desde muy chica. Me encantaba. Me perdía en la clase de pintura, me fascinaba. Podía estar todo el día en ese taller y cuando llegaba a mi casa me pasaba horas dibujando. El arte era y es un lugar muy mío, era como mi mundo, me abstraía de todo. En mi colegio, el Universitario Central de Mendoza, fuertemente enfocado en las Ciencias Humanísticas, cursé como materia extracurricular mi primer taller de escultura, con la artista Eliana Molinelli. Me encantaba ir los sábados a la mañana, y me sentía sumamente feliz con la situación del taller.

-¿Cuál fue el motivo que la impulsó a mudarse de Mendoza a Buenos Aires?

-En mi casa me decían "del arte no vas a vivir", y nunca pensé en convertirme en artista, pese a que era mi mayor deseo. Lo otro que me gustaba era arquitectura, que en Mendoza era una carrera privada, y mis padres no podían costearla. Decidí venir a Buenos Aires para estudiar teatro. Luego entré a la Facultad de Diseño, y terminé abandonando porque nunca sentí que las instituciones fueran mi lugar. Siempre me resistí un poco a la cosa establecida. Más tarde me puse a diseñar ropa y en paralelo comencé en el taller de Diana Dowek para estudiar color. En ese momento, a mis 25 años, vuelvo a tomar contacto con la pintura, a encontrarme con esa situación del taller que amé toda la vida, y fue un gran punto de inflexión en mi vida.

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Por esos días Marcela ya había formado pareja con el diseñador gráfico Alberto Oneto, uno de los fundadores de la Facultad de Diseño de la UBA. Al quedar embarazada de Lara, su primera hija, motor definitorio de su quehacer, se dijo a sí misma: "Ya está, me voy a dedicar al arte, porque lo que quiero enseñarle es que en la vida hay que ser feliz". Seis años después ese impulso se vio renovado con la llegada de Juan, su segundo hijo.

-¿Qué pensamientos sobrevinieron con aquel mandato de ser feliz?

-Yo creo que venimos con una tarea. De verdad lo siento así. Agradezco poder dedicarme a aquello que vine a hacer, sino te convertís en un ser muy triste. Todos vinimos para algo, y esa es la práctica que tenemos que hacer. No lograrlo o al menos intentarlo, es una frustración enorme que se termina trasladando a los hijos primero, luego a la sociedad y, en definitiva, a la humanidad toda.

-¿Cuándo expuso por primera vez?

-Fue en Buenos Aires en la Casa de Mendoza, era muy joven, y no fui a la inauguración porque me agarró un ataque de pánico. Luego, la primera exposición más formal fue en el Espacio Giesso, en 1998, con la muestra Algo huele a podrido, en la cual presenté carne de vaca con diferentes técnicas y diferentes propuestas. A lo de la carne llego cuando retomo la pintura. Comencé a emplear tela en las obras y ahí apareció la textura. Me encantó jugar con el volumen y empecé a salir del bastidor para ocupar el espacio.

Sin título (1998)
Sin título (1998)

-Mostrar carne en los 90 debió haber sido todo un desafío, ¿cómo reaccionaron los visitantes ante Algo huele a podrido?

-En esos años lo que se veía era otro tipo de producción artística. Hubo personas que se vieron interesadas. El texto me lo escribió el curador e historiador de arte Marcelo Pacheco. Como ocurre con todo, alguna gente lo apoyó y otra no. Me quedé muy tranquila más allá de las reacciones porque fui muy honesta, que es la coherencia en mi obra, la sinceridad conmigo misma. Quería mostrar la crudeza, el olor que me quedó de mi adolescencia, la cual transité en el medio de la dictadura en Mendoza, y que fue un horror. Tenía una amiga que a los 15 años se fue a vivir a Alemania que me escribía y me decía "Marce, me dicen que en Argentina hay campos de concentración", y yo le contestaba "Ay Gaby, por favor, no". Acá se ocultaba todo. Yo era en definitiva inconsciente de lo que estaba pasando, pero algo no me olía bien.

-De la corteza al manto, ¿de dónde surge Territorio vulnerable?

-Surge desde el concepto de resiliencia. Son todos objetos encontrados en la calle. Cuando uno se enfoca en observar y en buscar, algo encuentra. Cuando uno tiene la pulsión bien enfocada, aquello que buscamos, aparece. No es que estoy esperando que demuelan edificios, amo la arquitectura y la construcción, no siento que recolecto escombros sino que los rescato, que les coloco las prótesis o los soportes que necesitan para seguir estando.

“La reina del Plata” (2000)
“La reina del Plata” (2000)

Al respecto, Federico Baeza, curador de la muestra, expresó: "Hoy la sala de la galería se encuentra poblada de diversos fragmentos de edificios que podemos imaginar aledaños a aquellos pozos profundos de tierra recientemente removida. Se desconoce la procedencia de los cascotes: no sabemos si el desplome negligente, la remodelación o una implosión altamente tecnificada les dieron su forma actual. Asidos con alambres de acero, sostenidos por estructuras de metal, inclusive intervenidos por prótesis brillantes, descansan en sus bases. Ahora estos trozos se descubren desafectados del deterioro, de la acción del clima o de las topadoras. También de las renovaciones, del hidrolavado o del vandalismo urbano. Son testigos supervivientes que Marcela Astorga eligió rescatar, y de algún modo sanar, para situarlos en los perímetros de su minuciosa exploración material".

-Dice que las paredes al fin están hablando, ¿de qué manera lo hacen?

-De la misma manera en la que lo hace la piel, a través de las marcas. Las huellas que quedan hablan de esos seres que la habitaron, de su forma de vida, de la historia de esas casas, de las fachadas. Las paredes comunican mediante las rasgaduras, el óxido, las escamas, las grietas, los graffitis -cuando tienen razón de ser-.

-Los artistas suelen ser reticentes a la hora de ponerles títulos a sus trabajos, ¿cómo eligió el nombre de esta muestra?

-Creo que como humanidad estamos en una situación de vulnerabilidad total. Se viven momentos muy heavys, la vida se está volviendo muy difícil, el ser humano la está haciendo muy complicada. Percibo como un retroceso, una involución hacia lo primitivo, hacia la ignorancia. Lo veo, me da miedo, no entiendo cómo llegamos acá. Los extremistas, el terrorismo, la pobreza, la falta de amor al prójimo.

Marcela Astorga
Marcela Astorga
 

-Eso si abarcamos el mundo entero. Y en el país, ¿dónde percibe la mayor vulnerabilidad?

-Es mucho más difícil hablar de lo que a uno le toca de cerca. Puedo mencionar que a partir de 2001 hubo un quiebre que nos dejó a todos locos como sociedad. Por otro lado, creo que hace varios años se acrecienta cada vez más esa brecha entre ricos y pobres. La miseria se hace cada vez más visible, más palpable, y me duele. Me da mucha bronca, me pregunto qué estamos haciendo. Y no vislumbro una solución, sino tendríamos otra educación que creo que es la base de todo, y que viene muy golpeada hace muchos años. Me entristece. El nodo está en la educación si eso falla, falla todo.

-Habiendo sido criada en el seno de una familia política, ¿qué rol cumple o debería cumplir en la sociedad?

-Creo y entiendo a la política como lo amoroso, antes del poder, si no tenés esa vocación de amor hacia el otro estamos complicados. La real empatía de entender que ese otro podés ser vos. Veo una gran falta de decisión política, hace ya muchos años.

-¿Considera al arte como un lugar de salvación?

-De conocimiento, y veo en la educación y en el conocimiento la llave y la salvación.

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-Dijo que cree que todos venimos para algo a este mundo. ¿Cuál es su misión como artista?

-Respirar más profundo y contar mi mundo. En el arte está todo hecho, lo único distinto son las individualidades. Me emocionó mucho la muestra de Marcia Schvartz en Fortabat, ver cómo ella sigue mostrando su mundo. Si el artista tiene una misión es ser coherente en su obra, y eso se logra respirando muy profundo, viendo cada vez más hacia adentro. Si no hay una sinceridad, un compromiso con uno mismo o con su universo, no es obra, no hay arte.

-¿Qué la vuelve vulnerable?, ¿a qué le teme?

-A la humanidad, a la pobreza, a la violencia, a la falta de educación. La muerte no me gusta… ¿algún temor más liviano? No ver, perder la visión. En todos los sentidos, tanto físicamente, como en el hecho de no darme cuenta, de no ser consciente de lo que sucede a mi alrededor.

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* "Territorio vulnerable", de Marcela Astorga
Henrique Faria Buenos Aires
Libertad 1628 – Buenos Aires 1016
Tel.: + 54 11 4813 3251
Lunes a viernes: 11:30 a 19 hs
Sábado: cita previa
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