–Martín, me gustaría hablar de la incapacidad que se está viendo en la gente de conversar, discutir y poner arriba de la mesa argumentos y no posiciones políticas… ¿cómo se llegó a eso?
–No lo tengo muy en claro… Evidentemente debe ser un signo de la época y me resisto fuertemente a las visiones apocalípticas con respecto a las nuevas tecnologías. Yo soy de los que tuvo una fuerte expectativa respecto a este ágora verdaderamente permeable y abierta que las nuevas tecnologías sin duda propician y al mismo tiempo, algo parece no estar funcionando del todo bien ahí, en el sentido de una combinación que viene siendo fatídica, que es esa combinación entre impunidad y anonimato que lejos de haber habilitado una especie de libertad que promoviera eventualmente un debate generalizado y un intercambio de argumentos no tan condicionado y por lo tanto más plural y más dinámico, lo que parece ir haciendo una y otra vez es detonar formas de agresividad.
–Pero vuelvo al punto, me da la sensación de que los chicos que salen de un colegio en muchos casos no tienen la capacidad para entender el manual de un electrodoméstico sencillo, entonces, cuando ese es el chico que tiene a cargo el blog, es probable que el resultado de eso, sea equivalente a su nivel de instrucción.
–Al mismo tiempo, en ámbitos destinados a la circulación de la palabra con un nivel de preparación y de calificación mayor, uno puede advertir un empobrecimiento análogo. La circulación de intervenciones sobre literatura (o sea que ya estamos hablando sobre un horizonte de expectativas razonables en cuanto a lectura, preparación, formación específica), Está cada vez más destinado a la arbitrariedad caprichosa y eventualmente agresiva de alguien que toma la palabra, se expide y no considera que algún tipo de argumento sea pertinente para sostener eso que está diciendo.
Yo creo que en los últimos 20 años, el empobrecimiento del discurso político es alarmante. Alfonsín hoy en día nos remite al ágora griega en cuanto al manejo de amplitud del vocabulario. Tenemos un cuadro de dirigencia política predominantemente integrado por personas que tienen las mismas dificultades que vos señalabas de un egresado de colegio secundario con un manual de electrodoméstico, sólo que lo que tienen que explicar es un proyecto de estado y lo explican con las mismas cuarenta palabras que no podrían dar cuenta del funcionamiento de una licuadora.
–Respecto al vínculo arte-mercado: Antes, una obra de arte era considerada como tal por personas capacitadas… Ahora, el que determina qué es un buen cuadro es el mercado y no la gente. Y en la literatura pasa algo parecido…
–Las artes visuales mueven un mercado en el sentido más estricto, es decir, mueven dinero. En el caso de la literatura te diría que por momentos es casi una ficción del mercado. En rigor, si uno quiere decir "mercado" la literatura argentina actual en cuanto mercado está compuesta por dos personas: Eduardo Saccheri y Claudia Piñeiro. ¿Después cuánto más? ¿vos dirías con ocho mil ejemplares que eso es un mercado? Y eso ya es exitoso para los parámetros de la literatura argentina contemporánea. Lo que tenemos es un imaginario de éxito de mercado puramente abstracto. Hay algo que no ha dejado de funcionar en los términos que vos decías que es que el reconocimiento genuino y la validación genuina no pasa por esos parámetros y la prueba es muy sencilla: los que estaban en el centro de la escena de un arte más comercial, que parecían las figuras de referencia de nuestra literatura hace veinte años son personas de las que no queda casi nada.
–¿Qué cambiarías del sistema escolar, si pudieras hacerlo, para mejorar la situación?
–Activar y propiciar genuinamente modos de la lectura, tiempos y lugares. Una de las cosas más difíciles de encontrar en cualquier ámbito educativo es un lugar donde sentarte a leer un rato con el suficiente silencio. Tiempos muertos. Yo tuve experiencias grandiosas como docente: horas destinadas a leer, que no iban a ser evaluadas, y ha ocurrido que alguien se olvidaba el libro (porque ellos en gran medida los elegían) y recibía la indicación de que durante esas dos horas no hiciera nada. Nada es nada, tampoco deberes de otra materia, nada. La experiencia de una hora y veinte de tedio. La experiencia de tedio en el tiempo muerto resulta un estímulo de lectura que para mí es muy eficaz.