Nadia Sánchez: "Las mujeres tuvieron una mínima injerencia en el proceso de paz en Colombia"

A los 28 años, la emprendedora colombiana dirige una fundación que trabaja con mujeres víctimas del conflicto armado. Habló con Infobae sobre los desafíos del feminismo en la región y el empoderamiento de las latinoamericanas

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Nadia Sánchez acumula reconocimientos, premios y distinciones dentro y fuera de Colombia. Fue premiada por la OEA, becada por la ONU y elegida representante por Latinoamérica en el Women Economic Forum de la India. Su fundación, She Is (en español, 'Ella Es'), nació en Colombia pero ya tiene sucursales en Panamá, México y Perú y planea seguir expandiéndose.

Con apenas 28 años y no más de un metro y medio de altura, Sánchez se ha ganado todo ese reconocimiento por su trabajo enfocado en las mujeres que fueron víctimas del medio siglo de conflicto armado en Colombia. Esta semana estuvo en Buenos Aires, donde participó en el "Primer encuentro sobre equidad de género y empoderamiento de la mujer latinoamericana", organizado por la Universidad Metropolitana para la Eduación y el Trabajo, durante el cual conversó con Infobae.

—¿Cómo afectaron los 50 años de conflicto armado a las mujeres colombianas?

—Las poblaciones más vulneradas dentro del conflicto armado fueron y siguen siendo las mujeres y los niños; la mujer, de hecho, fue utilizada como un objeto sexual en el marco de la guerra. Eran violadas como un mecanismo para crear terror. Esto significó que durante muchos años estuvieran vulnerados sus derechos humanos, sociales, económicos y políticos. Por eso las mujeres hemos venido haciendo cada vez más fuerza para reclamar esos derechos, que se plasmaron de alguna manera con la creación de una ley de víctimas del conflicto, orientada a políticas públicas para la mujer.

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—¿Cuáles son las secuelas que sufren esas mujeres?

—Imagínate lo que sucede cuando a una mujer le matan a toda la familia, destruyen su núcleo familiar y queda absolutamente vulnerable: sin derechos, sin ni siquiera tener un espacio para vivir con sus hijos. Pero hay algo más importante y es que la mujer fue invisibilizada en el conflicto armado. Las mujeres empezaron a hablar y a contar hace poco tiempo, cuando se dieron cuenta de que habían sido las más afectadas por lo que llamamos la pobreza multidimensional. El no acceso a derechos, no acceso a la educación, carencia de oportunidades. Ahí se empezó a generar un proceso de reparación colectiva y de memoria histórica.

—Ahora que se firmó la paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, ¿qué rol tuvieron las mujeres a lo largo de ese proceso tanto en La Havana como en Colombia?

—Yo soy la principal opositora a que no existiera un porcentaje significativo de mujeres en el proceso de paz. Dentro del conflicto armado hay más de 8 millones de víctimas, de las cuales el 52% son mujeres. Y, sin embargo, las mujeres tuvieron una mínima injerencia en las decisiones que se estaban tomando en el acuerdo de paz; primero, con relación a las víctimas del conflicto y, segundo, con relación a la mujer como tal. Recién el año pasado se creó una comisión de la mujer observadora, pero si tu ves las grandes decisiones del proceso de paz, la injerencia de mujeres es mínimo.

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—¿Y qué se puede hacer con eso?

En Colombia yo tengo una fundación para mujeres víctimas del conflicto armado, y nos hemos dado la tarea de redignificar su memoria histórica. Yo pienso que hoy la mujer víctima del conflicto no necesita más asistencialismo. No necesita más revictimización, que es muchas veces lo que recibe. Lo que esta mujer necesita es acceso a oportunidades, acceso a la educación, igualdad de condiciones tanto económicas como políticas, participación política y ser escuchadas. Realmente, ellas piden ser escuchadas.

—¿En qué consiste concretamente el trabajo de She IS?

La fundación She Is busca visibilizar y potenciar a las mujeres víctimas del conflicto armado, que no han sido nunca visibilizadas. No nos quedamos con darles capacitaciones y asistencia técnica, sino que buscamos insertarlas en un proceso integral. Capacitación, identificación de habilidades y aptitudes, luego reparación colectiva a través de la memoria histórica, ser escuchadas, actividades y procesos para que ellas puedan generar una nueva inclusión a la vida civil. Partimos de la base de que la mayoría de ellas son muy pobres y no han sido escuchadas ni han tenido una reparación, y tratamos de transformar ese dolor en la generación de emprendimientos.

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—Por ejemplo, ¿qué tipo de emprendimientos?

Fundación Magdalena, por ejemplo, es un grupo de 40 mujeres víctimas directas del conflicto armado: familias desaparecidas, muchas de ellas abusadas sexualmente, y otras que han sido testigos de la muerte de sus hijos y esposos. Con ellas desarrollamos un proceso que fue desde la capacitación técnica, que obviamente es muy importante, hasta la reparación colectiva desde el punto de vista de la memoria histórica. Y finalmente terminamos en el emprendimiento, que en su caso son unos telares tejidos a mano por ellas mismas. En ellos dibujan el antes y el después de la guerrilla, sus vidas en los pueblos. El resultado es que visibiliza su historia y su dolor, y sirve para reinsertarse en el mundo.

—¿Y qué pasa después con esos telares?

La idea es que esos telares se vendan y que con eso consigan recursos que les permitan reinsertarse en el mercado laboral. Porque una de las dificultades con las que se encuentran es que producen y producen y después no tienen un mercado dónde colocar sus productos, no tienen un canal de comercialización. Eso es lo que aporta nuestra fundación-empresa, a la vez que brinda una marca social que potencializa y visibiliza las historias de estas mujeres. Siempre digo: Coca Cola vende felicidad, bueno, She Is vende historias. Hay otros grupos de mujeres que hacen mochilas muy bonitas, otro que se dedica a elaborar jaleas; lo importante es que con lo que ellas saben puedan producir y lograr un ingreso. En uno o dos años, estas mujeres pueden salir de la extrema pobreza en la que se encuentran.

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—Están empoderadas…

—Sí. De hecho, apostamos muchísimo al empoderamiento económico porque hemos observado lo siguiente: el empoderamiento femenino reduce la violencia intrafamiliar. Porque muchas de las afectaciones en estas familias de entornos pobres y rurales es que el esposo es el único trabaja y, por tanto, es el único sostén del hogar. Llega a la casa y le pega a su mujer, les pega a sus hijos, y ella se lo tiene que aguantar por la dependencia que tiene. Cuando las mujeres entran en She Is, tienen otra oportunidad, que consiste en que son escuchadas, generan ingresos y están empoderadas. Eso, aunque no se crea, disminuye significativamente las brechas de desigualdad y de violencia.

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