Estar sentado puede matarlo: cuál es la receta simple para vivir más y mejor

El libro “Spring chicken” alerta sobre los males de la vida sedentaria y brinda fórmulas sencillas para mantenerse activo

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Pasar mcuhas horas al día sentado, sin actividad física, puede ser tan letal como el cigarrillo (iStock)
Pasar mcuhas horas al día sentado, sin actividad física, puede ser tan letal como el cigarrillo (iStock)

Bill Gifford comenzó a pensar en el envejecimiento alrededor de los 40 años. "Puntualmente", calificó en su nuevo libro Spring Chicken: Stay Young Forever (or Die Trying) [Chavitos: mantenerse joven para siempre (o morir en el intento)]: "Algunos científicos creen que las aflicciones de la edad mediana reflejan el hecho de que hemos llegado a una suerte de momento crítico biológico, cuando el daño de envejecer ha comenzado a sobrepasar la capacidad de nuestro cuerpo y nuestra mente para repararse".

Analizaba la cantidad aluvional de estudios sobre cómo vivir más y mejor —con frecuencia contradictorios— que inundan los medios de forma cotidiana; leía los descargos de responsabilidad de los suplementos para esto o aquello y averiguaba que la crema anti-envejecimiento La Mer, que se vende a unos USD 1.000 por libra, tenía un costo de producción de USD 50, cuando un hecho aceleró su deseo de entender por qué los seres vivos envejecen y mueren.

Su perro Theo, bueno y veterano, necesitaba una cirugía. El veterinario le había dicho que sería el primer paso de un camino muy difícil para el animal. Él decidió operarlo de todos modos. La noche anterior al procedimiento, había tormenta y Theo no quiso salir a pasear. Odiaba las tormentas, Gifford ya sabía. Un par de horas más tarde lo encontró muerto. El perro parecía tener otros planes, escribió el autor, que atravesar un calvario veterinario.

La muerte de Theo incrementó la ambición de sus preguntas: "¿Cómo nos transforma el tiempo?", "¿En qué se diferencia mi ser de cuarenta y tantos años de mi ser adolescente?", "¿Qué es esta fuerza invisible llamada envejecimiento que afecta a todas las personas?".

Su motivación era personal: "Quería aferrarme a mi juventud, o a lo que quedaba de ella, por tanto tiempo como fuera posible".

Quería aferrarme a mi juventud, o a lo que quedaba de ella, por tanto tiempo como fuera posible

Al comienzo de la investigación, el periodista —Outside Magazine, Wired, Men's Health, Slate, The New Republic— temió encontrar sólo pilas y pilas de datos deprimentes. Pero no fue el caso, y lo contó en este libro que no sólo desmitifica los sucedáneos modernos de los elixires de la juventud sino que profundiza en lo que se sabe y se puede hacer en un lenguaje muy sencillo y hasta con humor.

"Los científicos están descubriendo que el envejecimiento es mucho más maleable de lo que habíamos pensado, que en realidad se lo puede intervenir", escribió. "El modo en que envejecemos está parcialmente, al menos, bajo nuestro control".

“Spring chicken”, el libro que da recetas simples para extender la vida saludable
“Spring chicken”, el libro que da recetas simples para extender la vida saludable

Y no se debe a tomar —o dejar de tomar— café o vino tinto, comer —o dejar de comer— pescados o vegetales de hoja, incorporar colágeno o vitamina E o hidratarse por vía endovenosa con cócteles de suplementos hechos a medida. Se trata de elementos de sentido común, que ilustró con la comparación de dos hermanos: su abuelo Leonard y su tío abuelo Emerson.

El primero, con más de 60 años y sólo 17 meses más joven que el segundo, se batía contra el oleaje en el lago Michigan; el segundo, malhumorado por el ruido que hacían los niños, se mecía en su silla en el porche. Poco después de ese recuerdo del autor, Emerson comenzó a mostrar síntomas del Mal de Alzheimer, del que moriría en un hospicio a los 74 años. Leonard se dedicó a cultivar cítricos en California y vivió hasta los 86.

Las diferencias centrales entre los hermanos fueron la medicina preventiva (que Leonard respetó), el tabaquismo (que Emerson nunca abandonó) y sobre todo la actividad física.

Vivir sentado es tan malo como fumar

"Quedarse sentado es hoy lo que fumar era ayer, creen algunos científicos: un mal hábito que inevitablemente lleva a la enfermedad", escribió el autor de Spring Chicken, cuyo trabajo se ha incluido en antologías sobre periodismo deportivo.

Quedarse sentado es hoy lo que fumar era ayer, creen algunos científicos: un mal hábito que inevitablemente lleva a la enfermedad

"El problema es que a la mayoría de la gente mayor no se la anima a hacer mucho de nada, y como cuando lo hacen suele dolerles, no lo hacen", explicó. De hecho, hasta la década de 1960 se creía que el ejercicio implicaba riesgo cardíaco: los médicos solían recomendar reposo a los pacientes con problemas del corazón. "Eso cambió en la década de 1960, cuando el Estudio de Framingham [que actualmente está en su tercera generación de personas analizadas a lo largo de la vida en ese pueblo de Massachussetts] descubrió que la gente que hacía ejercicio regularmente tenía mucho menos riesgo de ataques cardíacos que quienes no lo hacían; y que quienes fumaban, por otra parte, tenían un riesgo mucho mayor".

Vivir sentado conlleva un riesgo de muerte: "Un análisis publicado en 2013 en [la revista médica británica] The Lancet halló que la inactividad era responsable de más de 5,3 millones de muertes prematuras cada año en todo el mundo, por causas que van desde la enfermedad coronaria hasta el cáncer de colon". Según el estudio, la actividad regular podría traer beneficios como reducir esas dos enfermedades, también la diabetes de tipo 2 y el cáncer de mama, entre el 6% y el 10%, y aumentaría la expectativa de vida global en nueve meses.

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Gifford recordó una mañana de verano en la que se encontró en un campo de entrenamiento con los atletas Ron Gray, Don Leis y Bernard Ritter. "Todos ellos se habían distinguido en sus campos. Sesenta años atrás", aclaró. Los encontraba, viejos, en los Juegos Nacionales para Personas Mayores de 2013, en Cleveland. Tenían ropa de lycra y calzado deportivo de última generación; uno de ellos también tenía un audífono.

Uno de ellos, de 92 años, practicaba salto con garrocha.

"Una cosa que estos atletas tenían en común era que rompían las reglas", argumentó. "No las reglas de la competencia en pista y campo, sino las normas no escritas que regulan la conducta aceptable para lo que se denomina gente mayor. Todo el mundo aplaude a las abuelas que arrastran los pies en la maratón local de 5K. Pero cuando la abuela comienza a dejar atrás a sus hijos de edad mediana en la carrera de 100 metros llanos, las cosas se ponen raras".

Gifford —autor también de una biografía de John Ledyard, el explorador del siglo XIX— notó que Gray, Leis y Ritter entrenaban para envejecer igual que para competir, "como si la vejez en sí fuera una especie de evento atlético". Gray se mantenía joven, según sus palabras, con una dieta que evitaba la inflamación: nada de lácteos, de trigo ni de azúcar. "Había experimentado con esta nueva dieta anti-'inflamables' durante los seis meses pasados, dijo, y parecía que le funcionaba. 'Hace un año me desperté una mañana y no me dolía nada', dijo con cara de poker. 'Pensé que me había muerto. Ahora me levanto y nada me duele porque ¡no me duele nada!'". En la competencia, salió segundo.

El autor de Spring Chicken se concentró en los atletas porque sienten el efecto de la edad antes que todo el mundo: debido a la competitividad, se retiran jóvenes.

Otro de los atletas ancianos que encontró Gifford, Howard Booth, no sólo era gimnasta: también experto en biología de la Universidad Estatal de Michigan: su interés en el envejecimiento era personal y profesional. "Compacto y muscular, con pelo blanco y una barba recortada, tenía pegado a la piel un leotardo que mostraba que estaba en una buena forma envidiable para cualquier edad". Supo que solía ganar medallas nacionales en las competencias de adultos mayores.

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"Uno puede despertarse con dolor muscular y preguntarse por qué hace esto", reconoció Booth ante el autor. Y le respondió: "Porque volar en el aire es realmente, realmente divertido. Mentalmente, somos como niños que juegan". A Gifford le interesó la mención a lo mental: le recordó el experimento de Ellen Langer, psicóloga de la Universidad de Harvard, que reunió a ocho ancianos en una casa decorada como en la década de 1950, cuando habían sido jóvenes. Sin espejos por razones obvias, pronto se los vio comentando las noticias políticas y deportivas de su juventud. "Al final de la semana, los hombres habían rejuvenecido milagrosamente, con resultados mejores en los exámenes comunes de fuerza y resistencia, y hasta habían jugado touch rugby espontáneamente en el pasto".

El cuerpo que no se usa, decae

Entre las muchas pruebas que ofrece en Spring Chicken, Gifford citó un estudio de más de 650.000 personas que demostró que quienes mantenían un peso normal y se ejercitaban moderadamente —"el equivalente a caminar a paso rápido más o menos una hora por día"— vivían un promedio de siete años más que quienes no hacían ejercicio. También el experimento de John Ioannidis, de la Universidad de Stanford, que comparó más de 300 ensayos clínicos de medicaciones con 57 estudios de ejercicio, "y halló que en casi cada caso el ejercicio resultó tan efectivo como las medicaciones, y en ocasiones mejor para prevenir la muerte por enfermedad cardíaca, accidente cerebrovascular y diabetes".

Como no se ha inventado una píldora que concentre los beneficios del ejercicio, Booth se inició en el salto con garrocha a los 60 años, cuando se preparaba para retirarse como profesor de biología. Quería algo que lo entretuviera y lo desafiara; hacía ya demasiados años que corría y andaba en bicicleta.

Un día se le ocurrió que sus estudiantes encuestaran a sus compañeros del circuito de pista y campo. Descubrieron que los atletas comprometidos de 60 y tantos años podían desempeñarse en un 80% en comparación a su mejor época. Después de los 75 años la performance se desplomaba, pero eso era nada en comparación con lo que le sucedía a los adultos sedentarios de la misma edad: mantenían sólo el 22% de su capacidad física.

"Úsalo o piérdelo", concluyó Gifford. Cuanto más se ejercita el cuerpo, menos funciones se pierden y más salud se mantiene.

Y al contrario, no usar el cuerpo puede tener consecuencias: "Sólo retirarse del trabajo —el remate del sueño americano— puede ser peligroso para la salud", escribió, y citó un ensayo de la Oficina Nacional de Investigación Económica (una institución privada) según el cual "retirarse completamente lleva a un aumento del 5% al 16% de las dificultades asociadas con la movilidad y las actividades cotidianas, un aumento del 5% al 6% de las enfermedades y una caída del 6% al 9% de la salud mental" en seis años.

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Cuando eligió el salto con garrocha, Booth pensó no sólo en el uso de los músculos sino también en la habilidad física y la coordinación fina, que se pierden más rápidamente que la masa muscular. El tenis tiene las mismas ventajas.

"Al saltar y correr en la vejez, Howard Booth y sus colegas atletas no sólo desafían el tiempo y la gravedad, sino que imitan, de algún modo, la clase de cosas que nuestros ancestros cazadores y recolectores debían hacer", escribió Gifford. "Podrán perseguir a sus nietos en el parque, o simplemente caminar por, digamos, París, durante sus vacaciones. El individuo sedentario no podrá".

De hecho, el sedentario no sólo habrá perdido masa muscular gradualmente desde los 40 años —"entre los 50 y los 70 perdemos 15% de nuestros músculos por década; luego, se salta al 30% por década"— sino que la habrá reemplazado por la grase que invade las fibras musculares y obstruye la función. Si a eso se le suma una dieta mala, el resultado es previsible: "La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre", según la frase de Philip Roth que Gifford utilizó como epígrafe en uno de los capítulos de Spring Chicken.

Testículos de perro molidos y otros mitos de la eterna juventud

Cuando el autor cumplió 40 años sus colegas le regalaron una torta con forma de tumba que decía "R.I.P., juventud mía". El mensaje era brutal pero real: "En el mundo de los medios, donde he pasado toda mi vida profesional, 40 se considera mucho. Aunque uno no sea realmente viejo —lejos de eso— nuestra cultura, de todos modos, lo ubica como de mediada edad. Demográficamente indeseable. De salida desde el punto de vista de la carrera. Acaso haya sido un usuario de AOL".

Por dentro algo estaba cambiando, había sentido: "Una resaca me podía durar días, mi billetera y mis llaves solían ausentarse sin aviso y leer el menú de un restaurante a la luz romántica de las velas era imposible. Tenía una sensación de cansancio constante. Un puñado de amigos ya había muerto de cáncer o habían estado cerca. En momentos de inactividad me afligía más y más por los remordimientos de la edad mediana, obsesionado con la idea de que mis mejores años ya habían quedado atrás y que Dios miraba su reloj. Un examen de rutina a los 43 años lo mostró con un aumento de quince libras y niveles de colesterol altos. La médica le sonrió al anunciárselo: "Es el envejecimiento normal del cuerpo". No se tenía que preocupar.

Uno de los momentos más interesantes del libro es el menos práctico: aquel en que describe algunos ejemplos de la obsesión humana por contradecir a la médica, por hallar "una 'cura' para el envejecimiento, una forma de derrotar a la muerte". Gifford citó el Poema de Gilgamesh, la épica más antigua que se conoce: data de entre 2500 y 2000 aC.; también uno de los textos médicos más remotos que se conoce, un papiro egipcio de cerca del 2500 aC, que contiene una "Receta para transformar a un hombre viejo en un joven": una crema facial hecha de fruta y barro, "no demasiado diferentes de esas cremas anti-envejecimiento con infusiones de granada, melón y leche en las que los estadounidenses gastan una cantidad descomunal de millones de dólares".

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Desarrolló el caso de Roy Walford, profesor de la Universidad de California en Los Angeles, que en 1935 experimentó una subalimentación extrema en ratas y descubrió que vivían más; publicó un libro, La dieta de los 120 años, y atrajo simpatizantes que formaron la Sociedad de la Restricción Calórica, cuyo credo los obliga a comer entre 15% y 30% menos que la nutrición normal. "Walford se propuso como voluntario para ingresar al delirante terrarium humano llamado Biósfera, una decisión que pudo haber dañado su salud severamente. Murió hecho un desastre a los 79 años".

Acaso la mejor historia sea la de Charles-Édouard Brown-Séquard, un científico francés que a los 70 años se sintió cansado, con menos ideas y menos fuerza física, y se puso a buscar un remedio. "El 1º de junio de 1889, el profesor Brown-Séquard se presentó ante la Société de Biologie y ofreció una disertación que cambiaría para siempre su carrera, su reputación y las actitudes populares ante el envejecimiento". Informó que había recuperado la capacidad de dormir sólo cinco horas y levantar pesas de 110 libras tras inyectarse una mezcla de testículos molidos de perros jóvenes y de cobayos, reforzada con sangre testicular y semen.

"Sus colegas en el público se dividían entre el horror y la vergüenza. ¿Extracto de… testículos de perros? ¿Había enloquecido en la vejez?" Pero Brown-Séquard, impertérrito, regaló su mezcla mágica a otros médicos y científicos, para que experimentasen por sí mismos. "Es un regreso a los sistemas médicos de la Edad Media", opinó uno de ellos en el Boston Globe. Fuera de la academia lo vieron como un gran negocio: "Casi de la noche a la mañana, varios emprendedores comenzaron a vender por correo el 'Elixir de Vida de Séquard': 25 inyecciones por USD 2,50", negocios de los cuales el buen doctor no vio un centavo en los cinco años que le quedaron de vida.

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