La confesión de Esther Goris: el día que no se animó a adoptar un niño de forma ilegal

La actriz y escritora protagoniza la comedia Divino divorcio en el teatro Enrique Carreras de Mar del Plata junto a Rodolfo Ranni. En una charla a fondo revela que sus arrepentimientos son fuente de anécdotas más que de martirio. La vez que rechazó a De Niro. Cuando se negó a venderle una obra suya a Hollywood. Su presente amoroso. Y su relación con el dinero y con la maternidad

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Esther Goris en Infobae

“No me lo recuerdes”. El pedido –que repetirá a lo largo de la entrevista- se ubica más cerca de la complicidad que del ruego, más próximo al guiño que a la trampa nostálgica. Porque Esther Goris parece usar el arrepentimiento como fuente de anécdotas, no de martirio. Es una mujer que ha vivido, como quiso, como buscó, como pudo. Y que se permite detenerse en el pasado y las decisiones tomadas -quizás inadecuadas, vistas en el irrefutable cristal del presente- con una sonrisa sincera, procurando colocar “las cosas en su justo punto”.

Su diálogo con Infobae oscilará como un péndulo, retrocediendo y avanzando en sus vivencias personales y su carrera profesional. Resulta oportuno. Por caso, a tres décadas de haber compartido elenco en la emblemática serie televisiva Zona de riesgo, en esta temporada veraniega vuelve a coincidir en un proyecto artístico con el Tano Ranni. El reencuentro es teatral: protagonizan la comedia Divino divorcio, de jueves a domingo en el teatro Enrique Carreras de Mar del Plata, y las otras noches, en distintas localidades de la Costa.

“Estoy muy agradecida con el público argentino, que es muy amable: siempre se guarda su dinerito para ir al teatro, más allá de las dificultades económicas que esté atravesando –destaca la actriz-. En otros países no sucede lo mismo. Por algo Buenos Aires es la ciudad con más teatros y estrenos teatrales del mundo, mucho más que Nueva York y Londres. Es insólito”.

—Esther, ¿es verdad que quisieron comprarte los derechos de una obra por 150 mil dólares y dijiste que no?

—Es verdad. Pero fue hace mucho tiempo. Ahora no diría que no.

—¿Cómo fue?

—Era Agata Galiffi, una novela literaria que escribí sobre una chica de 19 años que condujo la mafia en la década del 30. Si la historia no fuera real, sería completamente inverosímil. Era la hija de Chicho Grande, un hombre que se dedicaba a actividades mafiosas, pero ella trabajaba con anarquistas, no era una mafiosa: quería instalar lo que llamaba una bomba simbólica en el corazón del sistema. No robaba para quedarse con el dinero sino que se proponía cambiar el dinero verdadero por falso. Que de golpe, no sirviera. Para eso, hizo cavar un túnel de 94 metros de largo que daba a la caja de caudales del Banco de Tucumán.

—¿Quién te la quiso comprar?

—La compañía Silver Street, que tenía a Martin Landau como uno de sus dueños. Querían hacer una película. Pero esta novela tuvo varias idas y vueltas: me había costado tanto escribirla… Y lo mejor de los libros no es escribirlos, sino haberlos escrito. Yo la paso muy mal escribiendo. Por eso no lo hago más, aunque escribí cine, teatro, televisión, y también esta novela.

—¿Pero por qué no aceptaste que Hollywood la llevara al cine? ¿No te gustaba cómo la iban a encarar?

—Ellos compraban una opción por dos años, pero si no la hacían en ese tiempo, luego quedaban como socios de cualquiera que la quisiera hacer. Entonces me parecía que nunca se iba a hacer, digamos, porque era muy difícil conseguir unos socios que estuvieran a la altura de esa vara tan alta que era Hollywood. Tenía mucho miedo de que compraran la opción pero luego no hicieran la obra. Hoy, no tendría tanto miedo. La vendería muy contenta.

—¿Y es verdad que Robert De Niro te quiso seducir?

—Después de acá yo me voy a ir llorando, recordando todas las cosas que desaproveché....

—Aprovechaste un montón, también: la has pasado muy bien.

—Eso es cierto. Sí, absolutamente. Bueno, resulta que yo era muy joven y fui a una fiesta. La dueña de casa era traductora de inglés y me había dicho especialmente que fuera. Tanta recomendación y tanta insistencia me parecía… Casi no voy. Finalmente decidí ir. Llegué tarde. Había un círculo de gente y empecé a saludar. Al final de toda esa hilera estaba De Niro. No se sabía que estaba en el país. Había venido para el estreno de una obra que hacía Lito Cruz.

—Ellos eran amigos.

—Claro. Y yo miraba a la gente, lo miraba a De Niro, miraba a la gente… No podía creer lo que estaba viendo. Luego lo saludé casi por casualidad, porque estaba tan perpleja, tan sorprendida... Mi inglés era peor que el actual, así que en un idioma que no sé cuál fue, estuve charlando con él y con el autor de la obra. Después De Niro se va con Lito. Yo lo conocía a Lito, pero él a mí, no.

—Estabas arrancando.

—Sí. Lito vuelve a subir. Y dice: “Esther, Bob quiere tomar un café con vos”. Y hace una seña. Ese fue el final de todo y el principio de la tragedia. Porque ese gesto en realidad no había sido hecho por De Niro. A ver si nos entendemos: había sido hecho por Lito Cruz.

—¡Qué poco tacto Lito!

—Pero claro… Grabé con Lito una de las últimas tiras que él hizo, y le encantaba contar esta anécdota. Y lo que agregaba era: “¡No saben las minas que había, y De Niro se había encaprichado con Esther!”. Bueno, así que esa noche me di vuelta y le dije: “Decile que por lo menos suba él a pedírmelo”. Después, me volví a dar vuelta: “Decile que ni siquiera se moleste, que ya es demasiado tarde”. Creo que había tomado un poquito de champancito, porque tanta rebelión, tanta rebeldía… Al día siguiente estaba arrepentidísima, pero ya no había forma de hallarlo a De Niro en Buenos Aires. Su paradero era un secreto guardado bajo siete llaves.

—¿Después fuiste así de exigente con todos los hombres?

—No. Justo con De Niro...

—Esther, ¿qué queda de aquella nena de Banfield?

—Ah, la ilusión. No te digo que está intacta porque sería una exageración de mi parte, una mentirita, pero sí que se conserva mucho. Y lo considero un mérito, porque no es fácil conservar el entusiasmo y la ilusión después de cierta edad.

—En esa casa, todo costaba mucho.

—Sí, sí. Soy de un origen muy humilde.

—Y ahí, ¿la ilusión por dónde pasaba?

—Por ser actriz y escritora. Sobre todo, actriz. Y a esas dos cosas me he dedicado.

—¿La actriz sufre como la escritora?

—No, no. La actuación es absolutamente placentera. Pero bueno, a veces sí, a veces se sufre un poquito, sobre todo antes del estreno. Los nervios son tales que uno primero empieza a cuestionarse la obra: “¿Por qué este proyecto?”. Y ya cuando estás ahí, a punto de salir al escenario, te cuestionás la profesión entera: “¿Por qué?, habiendo tantas otras…”.

—¿Con qué necesidad?

—¡Pero claro! Pudiendo uno trabajar en la ruta, en una de esas casetas, dando los tickets.

—Pudiendo haber vendido la obra a 150 mil dólares…

—No me lo recuerdes. Una sola cosa me consuela.

—¿Cuál?

—Que ya los hubiera gastado. Nunca fui ahorrativa.

—¿Y cómo hiciste para ir administrándote a lo largo de los años, en una profesión tan inestable?

—Nunca me he ido administrando. Siempre sufrí la inestabilidad de mi profesión. Es algo a lo que los actores no nos acostumbramos nunca. Lo seguimos padeciendo siempre.

—¿Pero tenés un resto, hoy?

—Mínimo, mínimo. Tan mínimo que casi que no sé si amerita como resto…

—Hay que seguir trabajando.

—Hay que seguir trabajando. Yo creo que no solo es mi caso, sino el de muchísimos actores y actrices: trabajamos porque nos gusta, pero también tenemos una relación muy mala con el dinero, muy mala. Bueno, quizás desde otro punto de vista, muy buena en tanto que nos encanta y lo gastamos. Pero no sé por qué, no somos personas cautas. Creo que nos gusta tanto lo que hacemos que, cuando empezamos en la profesión, sentimos que al dinero nos lo regalan, de alguna manera, viene como un agregado, no como aquello que se busca. Más allá de hacer sacrificios y trabajar muy duro, con esa misma facilidad con la que ganamos el dinero, lo gastamos. Hubo épocas donde los actores de reparto, haciendo una telenovela, compraban un departamento por mes, o cosas por el estilo.

—¿Eso sucedió en la Argentina?

—Eso sucedió en la Argentina. No es mi época, lo quiero aclarar.

—Noto en la calle, en la gente, que hay algo en el imaginario colectivo: el actor está salvado para siempre.

—Ah, sí, sí. Debe haber quedado de allá lejos y hace tiempo, de la época de oro del cine, donde realmente las estrellas ganaban muchísimo dinero.

—Alguna vez dijiste que, si no hubieras sido famosa, habrías evaluado la posibilidad de adoptar “por izquierda”.

—Sí, es verdad. Ahora se ha facilitado un poco más (el proceso de adopción), pero en ese momento las leyes eran mucho más duras. Yo me había separado, es decir que iba a ser una mamá soltera y se me dificultaba muchísimo. Y yo lo quería hacer sin los trámites, digamos, porque además no tenía problema en que el chico siguiera viendo a su mamá. Era una situación muy particular. Igual, la ley no lo habilitaba, y finalmente no me animé.

—Estuviste anotada para adoptar durante varios años.

—Sí, sí. Estuve tres años.

—Y no es que querías un bebé.

—No, en absoluto. Lo que pasa es que me querían dar tres hermanos, pero para mí era completamente imposible adoptar tres chicos. Ya era una cosa de mucho cuidado adoptar uno: darle todo lo que un chico se merece, una buena educación, cubrir todas sus necesidades. Con tres, me era completamente imposible.

—Cuando pensaste en adoptar de otra manera, ¿habías identificado algún niño o solo era una fantasía?

—No, no. Había identificado un niño.

—¿Había un vínculo?

—Sí, sí. Por eso dije que lo hubiera hecho. Pero finalmente no lo hice. Pero también hay que decir otra cosa. Si bien es cierto que primero hice tratamientos para tener y luego, quise adoptar, también es cierto que no tenía una vocación maternal tan exacerbada, porque si no hubiera seguido y hubiera seguido y hubiera seguido. Y probablemente lo hubiese logrado. Hay que poner las cosas en su justo punto.

—¿De cuánto tiempo atrás estamos hablando?

—Y… diez, 13 años atrás.

—¿Qué edad tenía ese niño?

—Era un bebé.

—¿De una familia que lo quería entregar?

—La mamá lo quería dar. Además, estaba contenta con dármelo a mí. Pero era muy complicado legalmente, muy complicado. Pero sí, digamos que si bien hoy me gustaría, no es algo que me pese. Quiero ser justa. También hay que decir que ahora las cosas son más sencillas.

—Menos mal que que no lo hiciste de esa forma, porque hoy imagino que te pesaría, probablemente.

—Sí y vaya a saber el destino que hubiese corrido.

—Si bien es cierto que si uno mira el recorrido de la ley de adopción o de algunas cuestiones vinculadas a la adopción han sido muy complejas es fundamental en la historia de los argentinos y de los niños en general el derecho a la identidad. Tiene un por qué que no se permitan las adopciones directas.

—No claro. Sin lugar a dudas, tiene un por qué. Pero también hay que decir que ahora las cosas son más sencillas y yo quiero muchísimo a José María Muscari, lo adoro. Adoptó a Lucio, un chico de 15 años. Y no le costó: o sea, lo vio porque se viralizó el video donde Lucio pedía ser adoptado.

—¿Hablaste con José? Ustedes trabajaron juntos en Plagio.

—Sí. Cuando fue su cumpleaños, yo estaba en la mesa comiendo y vino, se sentó enfrente mío y me lo contó. Me conmovió muchísimo. Es una gran, gran persona. Y Lucio tuvo una suerte enorme de encontrarse un papá como José.

—¿Cómo anda el corazón, Esther?

—Anda bien. Y tranquilo.

—¿Noviando, soltera?

—Noviando, noviando.

—¿Hace mucho?

—No, no hace tanto. He sido feliz varias veces en mi vida, pero cuando más feliz he sido es justamente de a dos. Quizás no por la pareja en sí, quizás por un tema laboral que me hizo muy muy feliz, pero estando de a dos, compartiéndolo con alguien, ¿verdad? Ahí reside la verdadera felicidad, por lo menos la mía.

—Y hoy, ¿estás feliz?

—Hoy estoy feliz.

—¿Te tratan bien?

—Me tratan bien, sí. Yo creo que a esta altura, si no me trataran bien, ya no me quedaría. Quiero pensar, no sé...

—¿Te quedaste mucho en situaciones en las que no te trataban bien?

—No, la verdad es que no. En eso hice bien las cosas: hay que decir que no me he quedado mucho.

—¿Eras un poco una novia fugitiva?

—Sí, a veces un poquito sí. Falta de paciencia o de tolerancia: frente al mínimo deseo no cumplido, ya vamos a hacer otra cosa, hacia otro lugar…

—¿Sos más de irte vos de las relaciones? ¿Preferís dejar o que te dejen?

—Toda mi vida pensé que me gustaba más que me dejaran, porque dejar me parecía... ¡Uff!, la culpa.

—Fuiste más de dejar.

—Sí. Pero no estoy muy contenta ni muy orgullosa de eso.

—¿Por qué?

—Por haberme ido en ocasiones donde, tal vez, tendría que haber perseverado un poco en el amor.

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Esther Goris con Tatiana Schapiro