Su hija se suicidó y hoy quiere ayudar a otros: “Tenés que tomar una decisión: seguís viviendo o te morís con ella”

El doloroso testimonio de una madre que perdió a Maia, de 19 años. El duro proceso que le tocó atravesar, sus vivencias y un mensaje para las personas que vivan situaciones similares

Guardar

Nuevo

El desgarrador relato de una madre que perdió a su hija y hoy quiere ayudar a otros

¿Cómo se sigue tras la muerte de una hija? ¿Y si fue ella misma la que se quitó la vida? ¿Cómo se piensa siquiera un dolor semejante? ¿Qué se hace con la culpa y el dedo acusador que señala?

Esta introducción no debería existir. En rigor, es la entrevista en sí la que no debería haber existido: duele. No hay palabras ajenas que puedan estar a la altura de las que pronuncia una mamá que perdió a su hija.

Luciana Piñero recibió el peor llamado de su vida el 6 de Noviembre de 2022, hace poco más de un año le avisaban que su hija había intentado quitarse la vida al arrojarse de un balcón y que estaba internada.

Desde ese momento decidió compartir su dolor en las redes sociales, particularmente en Twitter. Cuenta que es como arrojar al mar una botella con un mensaje. Pero lejos de extraviarse en las aguas inabarcables del océano, sus sentimientos, sus emociones, sus vivencias, terminan encontrando -según describe- un archipiélago, habitado por muchas personas dispuestas a abrazarla. Y también, a descubrir lo que enfrentan con su propio drama.

El 12 de noviembre se cumplió un año de la muerte de Maia, que tenía 19 y había estado internada en un neuropsiquiátrico de Banfield para, a las semanas, recibir el alta y continuar un tratamiento ambulatorio.

“Tenemos que dejar de mirar para otro lado: el suicidio existe. Y es más común de lo que creemos, de lo que pensamos. Es una problemática urgente que hay que atender -le dice Luciana a Infobae, en esta entrevista vía Zoom desde su casa en Necochea-. Pero también debemos atender la problemática de lo que pasa después. Hacemos mucho hincapié en la prevención, ¿y qué pasa con los que sobrevivimos al suicidio de los que amamos, con eso que nos parte la vida? ¿Con quién hablamos? Necesitamos visibilizar esto que tanto estigma tiene”.

Maia luchaba contra la depresión y el trastorno límite de personalidad
Maia luchaba contra la depresión y el trastorno límite de personalidad

Es momento de escucharla. Porque escuchándola a ella, quizás logremos escuchar a quienes atraviesan la muerte de alguien amado. Y también, escuchar a otras Maia..

—Contame de vos, Luciana: ¿quién sos?

—Bueno, yo soy una mamá de tres hijos: Maia, la mayor, de 19; Marco, que tiene 13; y Merlí, que cumple cinco. Maia… sigo siendo mamá de Maia. Ya no está en este plano terrenal, está en otro. Maia decidió terminar con su vida el día 6 de noviembre (de 2022). Se tiró de un tercer piso. Sobrevivió seis días: estuvo en coma, internada en el Hospital Santojanni.

—¿Quién era Maia?

—Era una adolescente a la que le pesaba la vida. En un momento empezó a mostrar signos de disconformidad con su vida, con su persona, con sus emociones. Teníamos una relación tormentosa, por así decirlo. No le gustaban los límites: como todo adolescente, quería vivir como a ella se le antojaba. No era fácil vivir con Mai: tenía un carácter muy fuerte. Entonces iba pimponeando; conmigo vivió 16 años, hasta que decidió irse de casa y se fue a vivir con su abuela. Y cuando cumple la mayoría de edad se va a Buenos Aires; se fue un poco con su papá y un poco con su tía. Se pone a estudiar auxiliar de farmacia; se pone de novia. En enero del 2022 viene a Necochea de vacaciones con su novio, Valentino. La vi súper bien: había madurado, estaba contenta. Esa fue la última vez que la vi. El último abrazo se lo di ese día.

—Hasta ese momento, ¿había algún tipo de diagnóstico que se estuviera siguiendo?

—No, no. Lo que pasa es que con Maia pasamos un tiempo desconectadas, cuando ella estuvo viviendo con su abuela. Antes de su muerte yo me entero de un montón de cosas: había estado internada unos meses en un psiquiátrico. Y estuvo haciendo tratamiento ambulatorio. (Podría decirse que) Maia hizo una quimioterapia para un cáncer que no pudo vencer. Qué sé yo... A veces pasa eso, ¿viste? Tomó la medicación, hizo el tratamiento…

—¿Con qué diagnóstico estuvo internada en el neuropsiquiátrico?

Maia tenía trastorno límite de la personalidad y depresión. Estaba tratando de hacer un tratamiento ambulatorio, pero no estaba funcionando. Ya había manifestado querer quitarse la vida. Todo esto, telefónicamente; yo estaba en una situación de violencia intrafamiliar acá, en Necochea, y era imposible viajar a Buenos Aires; no podía. Y tuve que delegar la responsabilidad en su tía y en su papá. La pedí a su tía que por favor la internaran: era preferible eso y que no se quite la vida, porque estaba mostrando signos de querer quitarse la vida. Estuvo internada en una clínica privada en Banfield, primero en un sector VIP, por así decirlo, con un poquito más de privilegios, teniendo el celular. Y después hizo irregularidades dentro de la institución, así que la pasaron con los mayores, porque ella ya era mayor de edad; su tía no estaba muy contenta con eso, no le parecía que estuviera bien. No sé en qué condiciones a Maia le dan el alta. Esta es toda la información que tengo: a mí nadie me dijo nada, yo no he hecho preguntas. No sé si está bien o está mal, pero hay cosas que no sé si me sirve saberlas...

—¿Se decidió su internación porque Maia había intentado lastimarse?

—Sí. Aparte, lo decía, lo manifestaba: que se quería morir, que no tenía ganas de nada, que lo único que quería era estar con su novio. Después se peleó y también entró en crisis. Era como que todo la detonaba: no quería vivir, no quería hacer nada. Le pesaba todo... Le pesaba tanto todo, que no quería nada.

Maia y Luciana en el egreso de 7° grado
Maia y Luciana en el egreso de 7° grado

—Y un día, a vos te llaman por teléfono.

—Un domingo. Era el único día laboral libre de mi marido, y estábamos contentos: íbamos a cenar. Hacía dos o tres días Maia había tenido un episodio: se había ido de la casa de su papá, que hizo la denuncia policial. Y la encontraron en la terraza del edificio de su papá. Esa noche ya me había llamado: que se quería tirar, que se quería morir. Vos imagínate: yo, acá, a 600 kilómetros… ¿qué iba a hacer? Lo único que le pedía era que se amara, que yo no la podía amar por las dos porque estaba acá y ella, estaba allá. Le pedía a su tía que por favor que me la traiga: “Subila a un micro y traémela”, le decía. Y a veces las cosas pasan como tienen que pasar. Capaz que yo no tenía que estar cerca cuando Maia decidiera quitarse la vida. Qué sé yo.

—¿Cómo fue ese llamado?

—Su tía Alejandra primero me llama por WhatsApp al mediodía. Yo decido no atenderla porque veníamos de repetidos días con la misma situación y yo ya no podía más con mi corazón. Trataba de reponerme de una situación de violencia intrafamiliar: estábamos viviendo con mi mamá y ella, en medio de un brote psicótico, nos dejó encerrados a mí, a mi marido y a mis dos hijos en un galpón, sin agua, sin baño. Y mi hija, internada en un psiquiátrico. Yo no podía creer lo que me estaba pasando... No podía viajar, no podía hacer nada. Hasta que logramos venir a la casa donde vivimos actualmente. En medio de eso, mi hija queriéndose matar. Y cuando tuvimos un día de respiro, que nos habíamos levantado contentos, con ganas de vivir, dije: “Necesito apagar mi cabeza y disfrutar el domingo. Hoy no puedo con lo que le está pasando a mi hija”. Necesitaba que resuelvan su tía y su papá. No atiendo pero voy a ver el teléfono; había una llamada perdida y había un mensaje: “Maia está internada, se tiró del balcón”. La llamo: me dice que la estaban trasladando al Santojanni para hacerle una tomografía. Me vuelve a llamar para decirme que la entraban al quirófano para una operación muy riesgosa: no sabían si iba a salir viva. Me quedé en blanco. Me quedé parada. Lo miré a mi marido. Mi marido automáticamente se sentó en la computadora para sacar un pasaje: no tenía micro hasta las 22:30 de la noche. No podía salir de acá. No tenía plata para pagarme un auto privado que me llevara, no podía hacer trasbordo en Mar del Plata. Empecé a dar vueltas por la casa. No sabía qué hacer.

—¿Qué te pasaba por la cabeza?

—Nada. Me senté en la computadora. Necesitaba contar lo que me estaba pasando. Entonces, conté en Twitter que la estaban operando a Maia, que me acababan de llamar, que se había tirado del balcón, y así estuve todo el día. Charlaba con la gente, hablaba con mi marido. A la noche me subí al micro y el viaje fue otra odisea. Sentía que iba a llegar y que mi hija iba a estar muerta. Recuerdo cada paso que di, pero fue todo como muy automático. Estaba como perdida. De terror, verla ahí, tirada en la cama, con el respirador. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Me parecía irreal.

—¿Qué le dijiste cuando la viste?

Le pedí perdón por haber tardado tanto. Me derrumbé encima de ella, llorando. Le pedí perdón y le hice saber que estaba ahí, que estaba con ella, y que lo que ella decidiera para mí, iba a estar bien. No quería que se muriera enojada. Yo sabía que se iba a morir, sabía que no iba a zafar… Aparte, los médicos eran muy realistas: decían que la actividad cerebral de Maia iba disminuyendo. No pintaban un panorama favorable.

—¿Pudiste despedirte?

—Sí. Yo creo que Maia no se murió en el acto para que nos podamos despedir. Y ella necesitaba irse en paz. Y necesitaba irse en paz conmigo, también. Y agradezco que así haya sido. Le dije que era libre y que yo la iba a amar siempre, decidiera lo que decidiera. Si ella se quería quedar, de ese hospital íbamos a salir juntas; y si ella decidía irse, en algún momento nos íbamos a volver a encontrar. Y que la iba a amar toda mi vida. Y que no estaba enojada. Ella me escuchaba, yo sé que me escuchaba. En uno de los días, no recuerdo con exactitud cual, ella estaba asustada. ¿Viste cuando tu hijo tiene cara de susto? Tenía cara de susto. Entonces le dije: “Mi amor, no te asustes. Estás en el hospital. Estamos todos: tu tía, tu mamá, tu papá; hay amigos. Estás rodeado de mucha gente. Y te están cuidando. No tengas miedo, mi amor. Está todo bien”. Yo sé que me sentía. Yo sabía que se moría, Tati… Necesitaba despedirme de ella de la mejor manera.

—¿Estabas ahí cuando murió?

—No. La última vez que la veo con vida es el viernes 11, a la tarde. Hacía seis días que los médicos nos venían diciendo lo mismo, entonces voy a hablar con la médica, para ver qué era lo que realmente pasaba. Le pregunto: “¿Que sigue?”. “Nada -me dice-, estamos esperando que se muera”. “Eh… ¿así?”. Me tomó de las manos. “¿Y qué sigue…?”. Me dice: “El cuadro de Maia es irreversible”. Estaban esperando al neurocirujano, para que decrete la muerte cerebral. O que Maia tuviera una falla cardíaca. Me pidió perdón por ser tan directa. “Pero bueno, en momentos así nadie me quiere escuchar”, me dice: “Y la verdad es esta: Maia no va a salir, no va a mejorar”. Y me fui. Iba a ir a visitarla el sábado a la tarde, y Rosana, la pareja del papá de Maia, me llama a las 11:00 de ese día: había fallecido. En el momento la noticia no me sorprendió: yo ya me lo veía venir la noche anterior, cuando me despedí de ella, vi signos en su cuerpo que delataban una muerte inminente.

—¿Qué le dijiste en tu despedida?

—”Sos libre mi amor, volá alto. No temas”.

Maia y Luciana
Maia y Luciana

EL DESPUÉS

“Por la muerte de Maia yo tenía una tristeza profunda, muy muy grande -dice Luciana-. Lloraba mucho: me levantaba llorando, me acostaba llorando. No podía salir a la calle, no podía hablar con nadie, no podía hablar, no podía hablar… Lo único que hacía era escribir. Recurrí a un centro de salud mental acá, en Necochea. Fui a la guardia: dije que estaba muy mal, que necesitaba ayuda. Me recetaron un antidepresivo y una medicación para no tener alucinaciones, porque yo veía a Maia en la calle, en todos lados. Pero abandoné el tratamiento porque me di cuenta de que estaba me estaba haciendo bien: me estaba haciendo efecto y yo quería estar mal. Quería llorar. Quería estar triste. Porque se me murió mi hija. Se suicidó mi hija. Se murió mi bebé… Y pensaba que si estaba mal, conectaba con ella”.

—¿Cómo se sigue?

—Tenés que ir buscando. En un momento clave tomás una decisión: si seguís viviendo o te morís con tu hijo. A veces la tristeza es tan grande, el dolor es tan grande, el no entender es tan grande. Te duelen las entrañas. Es una sensación muy parecida a cómo te queda la panza después del parto: como vacía. Y te duele el corazón, posta. Sentís que se te parte. Fue ahí cuando decidí retomar el tratamiento.

—Fuiste relatando en Twitter, paso a paso, todo lo que sucedía en este año sin Maia: tus estados de ánimo, tu desesperación, tu tristeza; también cuando algo bueno ocurría. Y tus ganas de acompañar a las familias que estén transitando esto. ¿A partir de ahí te empiezan a escribir chicos que están con cuadros de depresión y de mucha angustia?

—Sí. Y también mamás, que no saben qué hacer, que están pasando por lo misma. Y yo lo primero que les digo es: “No es culpa tuya”. Porque lo primero que sentís como mamá, como papá, es culpa. Pero tiene que ver también con ese dedito que señala, que dice: “¿Dónde estaba la mamá, dónde estaba el papá?”. A Maia, no había nada que la hiciera feliz: ni la relación con alguien, ni tener un trabajo, ni estar en Buenos Aires, que era lo que ella tenía ganas. O sea, hubo algo en su cerebro que se disparó. Que le hizo un chispazo bárbaro. Y no pudimos apagar el incendio.

—¿Alguien te señaló y te quiso responsabilizar, Luciana?

—No sé si directamente, pero cuando ella estaba internada era: “¿Y qué habló Maia con vos por teléfono?”. Porque nuestras conversaciones no terminaban bien: ella se quería matar, yo no quería que se matara y no sabía qué hacer, entonces, lógicamente, terminábamos mal las conversaciones porque no me dejaba ayudarla. Yo quería que se viniera para Necochea porque yo no podía ir a vivir a Buenos Aires.

—Y más allá de lo que dijera la familia de su papá, ¿vos, te sentiste culpable?

—No. Sí tuve mis errores como madre. Sí: 8000… Pero yo siempre le decía: “Tu vida es tuya. Usala bien, hacé lo que a vos te haga feliz”. Lo único que yo le exigía es que fuera feliz, que hiciera cosas que la hicieran feliz.

—En este año que pasó, ¿en algún momento pudiste volver a estar contenta?

—Sí, sí. Gracias a mucha gente. Mucha, mucha. Primero, gracias a mis hijos: la sonrisa de ellos me motiva. Sana. Nos reímos mucho. Nos consideramos una familia resiliente: pudimos volver a sonreír, buscamos la manera. Y si no está, la inventamos. Mi marido, que es todo lo que está bien en este planeta. Mis amigas.

Maia y su hermano Merlí
Maia y su hermano Merlí

—¿Cuándo nace este proyecto de armar un lugar de encuentros presenciales para familias?

—Pasó cuando empecé a recibir mensajes de gente que está necesitando charlar de lo que le está pasando respecto del suicidio. Es mucha gente. Incluso me escriben personas que lo intentaron. Necesitamos ese espacio donde poder charlar. Cuando uno ya no puede con sus emociones, tiene que recurrir a un psiquiatra. Es importante hacer una consulta. Hay que dejar de tener miedo de ir a un psiquiatra: no pasa nada, no es pecado. Y si estás mal y te dice que tenés que tomar medicación, tomarla; te va a hacer bien. Y hay que intentarlo. Una y otra y otra y otra vez.

—¿Qué le decís a una mamá que hoy está pasando por lo que fue tu 6 de noviembre del 2022, esa mamá que hoy recibe ese llamado?

—Que no se rinda. Y que busque ayuda. Que revuelva. Porque está. Donde menos la pensás, está. A veces es muy fácil decirle al otro lo que tiene que hacer o lo que no tiene que hacer… Hay que estar en los zapatos. Los duelos son muy personales. El dolor no se puede cuantificar y tampoco se puede calificar. El dolor es dolor cuando a uno le duele.

—Hay algo con el suicidio de un ser amado que nos rompe…

—Sobrevivir: tenés que reconstruirte, no tenés alternativa. Ya no vas a poder volver a ser la que eras antes. Tenés que ser otra. Y ahí es donde vos tomás la decisión: si querés ser mejor, si querés ser peor. Pero la misma, no vas a ser nunca. Y convertir todo ese dolor. No podemos arreglar el mundo. Podemos arreglar el nuestro.

—¿En qué momentos extrañás a Maia, Lu?

—Todo el tiempo. Todo el tiempo la extraño. Todo el tiempo…

—¿Hay algún mensaje que quieras dejar?

—Una sola cosa más quiero decir. Va para todas las personas que conocen a alguien que sea sobreviviente del suicidio de un familiar, de un ser querido: no juzguen, no digan nada, no den consejos, no opinen. Escuchen. Y abracen. Abracen, mucho.

Línea de Prevención del Suicidio - Ayuda a Personas en Crisis: 135 (gratuita desde Capital y Gran Buenos Aires), (011) 5275-1135 o 0800-345-1435 (desde todo el país). El llamado es personal, confidencial y anónimo.

Guardar

Nuevo