El congreso es de las mujeres

Musulmanas, latinas, pobres, inmigrantes, lesbianas, de sectores populares o primera generación de universitarias; 127 mujeres llegan por primera vez al Congreso de los Estados Unidos. ¿El plan? Cambiarlo todo.

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Rashida Tlaib

La noche del último 6 de noviembre fue, sin dudas, una velada mágica en el más literal de los sentidos, porque sólo un mago podría haber previsto resultados como estos. Pero, sobre todo, porque fue entonces cuando el recuento de votos de los comicios (las famosas midterm, o elecciones de mitad de mandato) comenzaron a dibujar en la cámara de representantes un gráfico que hacía realidad las peores pesadillas del presidente Trump.

Como si los dioses se lo estuvieran dedicando especialmente, el cuadro de la Cámara Baja comenzó a llenarse de distintos colores de piel, estilos de peinado, preferencias sexuales, orígenes familiares y hasta de religiones que nada tienen que ver con el ideal WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant o "blanco, anglosajón y protestante") del que el actual mandatario se siente encarnación y representante.

Ese día, esa noche (de nuevo: mágica) del 6 de noviembre quedó en claro que Estados Unidos es una enorme trama de personas, ideas, luchas y sueños que poco y nada tienen que ver con los modelos decolorados e intolerantes que llevaron a Trump a la Casa Blanca. Los mismos que ahora entienden que algunos factores –el clima social, el aire de época– están comenzando a cambiar. A la luz de las deportaciones masivas, el encarcelamiento y muerte de niños migrantes y esa fijación obsesiva con un muro que, según el empresario, definitivamente los aísle de los pobres que viven en México, esta ideología está comenzando a mostrar sus propios límites, sus muchas e inaceptables incoherencias. ¿Niños y niñas encarcelados y separados de sus padres en la "tierra de la libertad"? ¿Trabajadores cada vez más empobrecidos en el "país de las oportunidades"?

Todo eso que alguna vez sonó a chiste de mal gusto y que de la mano de Donald Trump comenzó a convertirse en realidad es, en gran medida, el fuelle que alentó y encendió esta nueva hoguera parlamentaria, al calor de la cual aquellos hasta ahora ignorados comienzan a calentar sus manos. Manos de uñas pintadas, por cierto, porque es la primera vez que habrá en el Congreso más de un centenar de mujeres tomando decisiones, proponiendo temas, alzando la voz. Nunca fueron tantas. Y tampoco tan distintas.

lhan Omar

LA NOCHE DE LAS PRIMERAS VECES. Primera originaria en llegar al Congreso, primera mujer menor de 30 años, primera palestina… Alguien, el mismo 6 de noviembre, se refirió a ese momento histórico con un nombre súper marquetinero: "la noche de las primeras veces", dijo, y no se equivocó. Esa noche accedieron a un escaño algunas de las muchas versiones de ese país plural y gigantesco que fue y sigue siendo Estados Unidos. Hubo, pues, mujeres veladas, morochas y de rasgos aborígenes. Veamos si no a Ilhan Omar, una joven sonriente, morena y de turbante eterno.

Nacida en Mogadiscio, capital de Somalia, Ilhan emigró a causa de la guerra que arrasó con su país y hoy, a los 37 años, se convierte en la primera musulmana en ocupar un sitio en el lugar en el que se deciden las políticas que marcarán la vida de millones de personas. Llegada hasta allí desde Minnesota, su primer tuit después de su elección fue pura felicidad: "Gracias, juntos lo logramos", escribió la exrefugiada y hoy flamante congresista demócrata, quien además compartió su alegría con otra mujer joven con quien la unen la hazaña y la fe: Rashida Tlaib, también musulmana, migrante palestina y elegida para representar a Michigan. "Felicitaciones a mi hermana Rashida Tlaib por su victoria. No puedo esperar para compartir una banca contigo, inshallah", tuiteó Ilhan.

MUJERES AGUERRIDAS. Ahora bien, ¿quién es esa tal Rashida que logró llegar al Congreso contra viento y marea? Si no fuera lo que es –una joven y talentosa política–, bien podría ser el personaje de alguna película made in Hollywood. Viene de un hogar numeroso (¡catorce hermanos!), una familia oriunda de uno de los sitios más complicados del mundo: Palestina. Con un perfil mucho más alto y guerrero que el de Omar, Rashida (de 42 años) es la mayor de sus muchos hermanos y también una cientista política con un doctorado en Derecho. Es la primera persona de su familia que logra ir a la universidad y desde hace catorce años está en política, siempre trabajando para los demócratas.

Hace apenas dos años, cuando Trump todavía era candidato, tuvo un encontronazo con él (con una buena cantidad de difusión en los medios) cuando aprovechó el paso por Detroit del hoy presidente para exigirle que devolviera el Corazón Púrpura. Esta es una condecoración que reciben del presidente los militares heridos o muertos en batalla y que el empresario había recibido como regalo de parte de un general. Rashida denunció el hecho y fue expulsada del Centro Cobo, en donde el por entonces candidato republicano hacía su alocución.

Sharice Davis

Hay, además, entre las 127 nuevas damas del Congreso, una que destaca por haberse llevado puestos casi todos los mandatos y sobreentendidos que parecen regir la conducta de las mujeres que pretenden aspirar a un cargo político. Su nombre: Sharice Davis. Hija de madre soltera, descendiente de un pueblo originario, pobre, luchadora de artes marciales mixtas y lesbiana, Sharice tenía todo para haber sido una más entre millones de anónimas igualmente invisibles. Pero la chica, cual Rocky con faldas, se empeñó en estudiar, progresar y salir adelante. En el medio, dice, aprendió a no perder nunca la calma. "No quiero decir que no me enfade, sino que cuando pasas mucho tiempo recibiendo literalmente puñetazos, aprendes que si te enfadas con cada golpe, no vas a durar" comentó hace poco, filosófica, durante una entrevista.

EL CIELO ES EL LÍMITE. Así, este Congreso que acaba de estrenarse –el 116º en la historia de los Estados Unidos de América– será indudablemente recordado por ser el más diverso, vibrante y colorido de la historia. Este cuerpo legislativo tiene por delante una tarea enorme: servir de contrapeso de un presidente que en cada discurso pone en cuestión a los más débiles, a todos los distintos y, sobre todo, a la democracia misma. Seguramente podrán hacerlo y con enorme solvencia. Después de todo, son mujeres. Y nadie mejor que ellas para saber que el cielo es el límite.

Texto: Quena Strauss. Fotos: AFP

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