La restricción externa y la “maldición” de los recursos naturales

En un mundo que, a pesar de la pandemia, sigue siendo global, los países buscan exportar más, no menos

Un barco sojero

La economía argentina tiene, entre sus problemas macroeconómicos centrales desde hace décadas, la cuestión de la restricción externa. Esto define el problema de largo plazo, recurrente, de altos déficit de balanza de pagos, causado por la falta de divisas de exportación, el endeudamiento del sector público en moneda extranjera para financiar elevados déficit fiscales, la dificultad para generar divisas para la importación, y la consecuente presión a la devaluación del tipo de cambio.

Para la mitad de la biblioteca económica, la solución pasa por implementar políticas de estímulo a las exportaciones, consistentes en el tiempo, aumentando la oferta agregada de bienes y servicios de exportación, y por reducir lo máximo posible el déficit fiscal, para evitar su financiamiento tanto por emisión monetaria -que termina presionando el tipo de cambio-, como por bajo endeudamiento externo del sector público.

La otra mitad de la biblioteca económica entiende que la restricción externa genera presiones devaluatorias de la moneda, con lo cual se debe lograr controlar el tipo de cambio para evitar un aumento de la inflación. Por eso promueve controles al comercio exterior, controles de precios y cantidades de exportación, de modo de lograr el desacople de precios internacionales sobre precios domésticos, sobre todo de bienes centrales en la canasta exportadora del país, que son los denominados bienes-salario, en esencia, trigo-maíz-carnes-algunas economías regionales, y que impactan en la canasta básica alimentaria. También se promueve priorizar importaciones, para lograr finalmente un déficit de balanza de pagos muy reducido.

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La política económica actual responde a esta segunda lectura. En los últimos días han trascendido distintas iniciativas y declaraciones que refuerzan esto. Los mayores controles de precios, precios cuidados o máximos, las restricciones o prohibiciones temporarias de exportación de maíz, el cepo cambiario que genera tipos de cambio múltiples, son algunos ejemplos. En este contexto, también se han reducido las alícuotas de derechos de exportación para muchos productos, pero no para los que “mueven” el saldo comercial, los cereales y el complejo oleaginoso.

Se ha afirmado también que “Argentina tiene la maldición de exportar alimentos”, y se ha anunciado un proyecto de ley de un senador por Entre Ríos para crear el Sistema Nacional de Promoción de la Sustitución de Importaciones, con una Agencia Nacional de Sustitución de Importaciones, Valor Agregado, Tecnificación y Exportaciones, que pretende generar planes estratégicos de fomento e incentivo a la producción nacional de bienes y servicios, con apoyo estatal para un modelo de país industrializado.

La evidencia empírica del funcionamiento de la mayoría de las economías arroja algunas lecciones aprendidas.

El desacople de precios internacionales sobre precios domésticos no ocurre en Brasil, Paraguay y Uruguay, donde la suba de precios internacionales de commodities de exportación (que son los mismos que exporta la Argentina) no tiene impacto alguno sobre la inflación ni sobre la canasta básica alimentaria. Los tres países tienen inflación anual de un dígito.

En el top ten del ranking de países del Indice de Desarrollo Humano 2020 hay cuatro países que son grandes productores de recursos naturales, sea petróleo o alimentos: Noruega, Islandia, Suecia y Australia.

En un mundo que, a pesar de la pandemia, sigue siendo global, los países buscan exportar más. En ese sentido, desde hace décadas, muchos países crearon eficientes agencias de promoción de exportaciones, atracción de inversión extranjera directa e internacionalización de empresas nacionales. Desde la inicial JETRO en Japón, en 1958, le siguieron casos muy exitosos como la KOTRA en Corea del Sur, Forfas en Irlanda, Austrade en Australia, New Zealand Trade and Enterprise, ProChile, y desde hace unos años, ProPerú.

La competitividad, que implica altas exportaciones y también altas importaciones, en una inserción internacional amplia, depende de baja presión tributaria, bajo costo laboral, bajos costos de transporte, alta productividad y economías de escala a nivel de empresas productoras privadas, que exporten e integren cadenas globales de valor. Una elevada competitividad de la producción nacional resulta en la ausencia de la restricción externa, a partir de una mayor inserción internacional, y no de políticas proteccionistas de las cuales se carece de lecciones aprendidas exitosas de casos de países.

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