Crisis del sector cultural: cuando el silencio no es inocente

Es llamativa la falta de voces que se alcen para darle visibilidad a los problemas que atraviesa una de las actividades más afectadas por la pandemia

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Nadie puede poner en duda que la irrupción del COVID cambió el escenario de las industrias culturales en todo el mundo. Así lo confirma el último relevamiento hecho por la consultora Ernst & Young, que estima que en Europa las industrias culturales perdieron ingresos por unos 200.000 millones de euros en 2020. Argentina tampoco escapa a esa realidad, pero a diferencia de los países europeos, su crisis se ve ampliada por la falta de políticas culturales claras, la ausencia de datos actualizados y la recurrencia al viejo método de subsidiar pensando en la foto.

El SINCA (Sistema de información cultural de la Argentina) presentó recientemente un informe sobre el impacto de la pandemia y la cuarentena en los sectores culturales, con datos muy preocupantes.

Según este informe, las actividades que requieren presencialidad (los cines, los shows en vivo, las artes escénicas y los museos) fueron los más afectadas económicamente, ya que medidas en relación con el VAB (valor agregado bruto) cultural, cayeron por encima del 80% en el segundo trimestre de 2020 (desde el inicio del confinamiento forzoso hasta junio), en comparación con igual período de 2019.

Aún no existen datos del último semestre del año pasado para medir el impacto causado por la extensión de la cuarentena más allá de lo razonable.

Los sectores editorial, de diseño y publicidad cayeron el 8 por ciento, el 48% y el 38% respectivamente. Y en estos casos, las razones tendrían más que ver con la recesión económica producto de la cuarentena, que por motivos sanitarios estrictamente hablando. Un dato de curioso que aparece en el informe es la compra por parte del Ministerio de Educación de la Nación de un poco más de 27 millones de ejemplares impresos de material didáctico en un año donde los niños no asistieron a clases, y muchos de ellos ni siquiera tuvieron contacto con la escuela por falta de recursos tecnológicos o de conectividad.

A falta de datos del segundo semestre de 2020 desconocemos la gravedad de la crisis de los sectores culturales, en términos de pérdidas de empleo, niveles de endeudamiento y cierres definitivos de salas, centros culturales y estudios, todos ellos atrapados en la extensión indefinida de las medidas de aislamiento obligatorio.

Hasta aquí, el panorama no parece diferir del que las industrias culturales atraviesan en el resto del mundo, con marchas y contramarchas. Empresarios y artistas se preguntan por qué si se permite permanecer a 300 personas encerradas en un vuelo 12 horas para cruzar el Atlántico, no se habilita que con un porcentaje de aforo vuelvan los cines, los teatros, las programaciones que mantengan viva la cultura presencial, más allá del crecimiento que algunas actividades exhiben en el mundo virtual. La situación no tiene precedente. No obstante algunas dudas surgen a partir del accionar del Ministerio de Cultura de la Nación.

Entre las respuestas del gobierno argentino, la más utilizada fue la de los subsidios que, en muchos casos, tuvieron la eficacia de un paraguas en medio de un huracán. Pero además, algunos datos vinculados con la transparencia en la ejecución de los mismos, llaman la atención. Por ejemplo, en el caso de las becas Sostener Cultura y Sostener Cultura II, otorgadas por el Fondo Nacional de las Artes a los artistas y trabajadores culturales que quedaron sin ingresos, no se publicaron los nombres de los beneficiarios ni las disciplinas de pertenencia, sino únicamente los documentos de identidad y los lugares de origen, con la excusa de “resguardar la identidad de los beneficiados”; algo incompatible con la obligación de transparencia en el manejo de fondos públicos. El total de los subsidios entregados por el Ministerio de Cultura de la Nación ascendió, en 2020, a los 1700 millones de pesos. El abanico de beneficiados fue muy amplio. Por la escueta información que, con cuentagotas, dio el Ministerio de Cultura nacional entre los subsidiados confluyeron personas físicas, asociaciones de actividades varias, cooperativas de trabajo y ningún dato concreto de las mismas. Sin dudas, vale la pena una revisión exhaustiva del reparto de fondos y la discrecionalidad con la que se hizo.

A pesar de este monto abultado, la política de subsidios fue insuficiente, ya que, por ejemplo, solo el universo de músicos registrados en INAMU es de unos 60 mil; muchos de ellos imposibilitados de generar ingresos durante todo el año. Esto, sumado al gran porcentaje de informalidad que existe en muchos de estos sectores; lo que dificulta el acceso a la mayoría de las asistencias estatales. Los artistas y trabajadores de la cultura hoy más que nunca necesitan trabajar y no hay subsidio que reemplace el trabajo.

Por eso, uno de los grandes problemas del confinamiento forzoso que se extendió como en ningún otro país, fue que los protocolos para habilitar las actividades culturales se dieron en cuentagotas. Aún hoy, sin ir más lejos, los cines se encuentran cerrados desde marzo de 2020 (la situación del cine nacional y la gestión del INCAA, merecen una reflexión aparte). Todo esto sumado a un contexto económico del país muy delicado.

Teniendo en cuenta este cuadro de situación bastante desalentador y la terrible situación que viven muchos artistas, llama la atención que no se hayan oído algunas voces del mundo cultural (incluso las sindicales) para darle visibilidad a esta crisis, tal como sucedió durante el gobierno de Mauricio Macri. No es novedad que hay una suerte de elenco estable de artistas que militan la cultura en favor del gobierno nacional. Ese mismo elenco, durante la gestión de Cambiemos, utilizó lemas extremos como “la cultura está en peligro”, para denunciar -por ejemplo- que el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata corría riesgo de cancelarse, cuando tal medida jamás había sido considerada por las autoridades del Incaa. Y por echar a andar temeridades similares nadie se disculpó.

Muchos de estos artistas encabezaron o acompañaron campañas de hostigamiento contra funcionarios del gobierno de Mauricio Macri, con el apoyo tácito de quienes debían asegurar una participación diversa y una tolerancia a las ideas, como ocurrió en la Feria Internacional del Libro.

Estos, son los mismos que hoy aplican un silencio selectivo, y que lamentablemente se extiende también a cuestiones que trascienden el ámbito cultural y que son de suma gravedad: como las violaciones a los derechos humanos que tienen lugar en varios distritos del país, sin que haya una condena rotunda y clara.

En este contexto, y frente al silencio de un sector de la cultura, aparecen otras voces de artistas, que crecen en número y se mantienen lejos de los fanatismos, pero que temen manifestarse públicamente por miedo a las represalias del propio sector y de quienes tienen el poder de decisión en el ámbito. Son artistas que ponen en valor el sentido crítico, pues de eso se trata el arte: de cuestionar, de preguntarse, de crear tensión con el poder para abrir otros diálogos posibles.

¿Es fundado el miedo de estos artistas?

Sí, lo es, porque muchos de ellos se han enfrentado al monopolio del discurso cultural kirchnerista, han sufrido discriminaciones y conocen muy bien ese paño.

Saben que la lógica de amigo-enemigo del gobierno también se aplica en el campo cultural.

La oposición acompaña hoy a todas las voces críticas que se alzan para opinar y reforzar la idea de que el acceso a la cultura y la posibilidad de trabajar de los artistas son tan esenciales como alimentar y curar. No podemos dejar que la cultura quede para lo último y siga siendo la hermana pobre de la economía y la política. Si no actuamos, el impacto a largo plazo, en términos de desarrollo, puede ser peor de lo que imaginamos. La cultura realmente está en emergencia en un sentido económico, pero también, en uno mucho más profundo: simbólico e identitario. La degradación cultural de una sociedad no se remonta con subsidios selectivos.

Es inaceptable que solo quienes demuestran lealtad ideológica tengan ayuda del Estado contra quienes defienden la libertad creativa y su derecho a trabajar en sus disciplinas.

Hay que estar más alerta que nunca, para visibilizar las situaciones de discriminación que, desde el Estado, se insturmentan por cuestiones ideológicas. La sociedad no debe permitir una politización de las necesidades del sector traducido en un clientelismo cultural. Si algo nos deja claro la Historia es que si la cultura y la libertad no van de la mano, lo único que queda es propaganda utilizada para tapar abusos de poder.

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