Por qué el triunfo de Bolsonaro en Brasil puede acelerar un cambio político en Argentina

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Jair Bolsonaro obtuvo una clara ventaja en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del domingo último (AFP)

Estoy esperando el embarque de un vuelo desde San Pablo a Brasilia y escucho a un grupo de brasileños hablando sobre el tema del momento: la victoria del candidato Jair Bolsonaro, que lo deja a un paso de conquistar la presidencia de la República el próximo 28 de Octubre.

Al margen de las ideologías, siento sana envidia por ver personas que piensan diferente (el grupo se compone por tres personas, dos a favor del candidato Haddad y uno a favor de Bolsonaro), argumentando sus preferencias sin pelear, sin agredirse y coincidiendo en que, al margen de quien gane, todos desean que el próximo presidente haga un buen gobierno para bien de todos los brasileños.

Es en este momento de la charla que me pregunto: ¿Dónde nos equivocamos los argentinos?

Continúo prestando atención a la conversación y los tres concluyen que la política tradicional recibió un fuerte golpe con este resultado de las elecciones y nada será como hasta hora en el Distrito Federal de Brasil, con una composición del Congreso reuniendo 30 partidos, ninguno con mayoría absoluta en ninguna de las dos Cámaras, y con el mayor impacto de la derrota política en los grandes partidos.

El PSDB de Fernando Henrique Cardoso, Aecio Neves y del candidato Geraldo Alckmin, partido que casi consigue la presidencia de Brasil hace cuatro años, quedó reducido a 5.000.000 de votos sobre 147 millones de electores, perdió 20% de sus bancas en el Senado y 20 diputados sobre los 49 que tenía hasta esta elección.

El PMDB de Michel Temer, Henrique Meirelles, y Romero Jucá, perdió 8 senadores sobre 19 que poseía y 17 sobre 51 Diputados que tenía en la Cámara Baja.

Un desconocido candidato, Cabo Daciolo, bombero de Río de Janeiro, obtuvo más votos que el ex presidente del Banco Central de Lula y ex Ministro de Economía de Temer, candidato del PMDB, y obtuvo también más votos que Marina Silva, quien en las elecciones del 2014 había obtenido el 21% de los votos validos.

El Partido de los Trabajadores, no obstante tener su candidato en la segunda vuelta, perdió la mitad de sus senadores (de 12 bajó a 6) y perdió el 10% de sus diputados, no obstante continúa siendo el mayor bloque de la Cámara Baja.

En los principales estados provinciales de Río de Janeiro, San Pablo y Minas Gerais, perdió estrepitosamente.

Jair Bolsonaro y Fernando Haddad

Retomo la atención en la conversación de los señores justo cuando los tres coinciden en que el 52% de los diputados que ingresarán al Congreso son personas alejadas de la política tradicional y que el 75% de los senadores no tiene ningún representante histórico con la política y menos aún con la corrupción.

"El Lava Jato dejó afuera del Congreso a quien no merece representar al pueblo", afirma uno de los señores con un fuerte acento de Bahía (provincia donde ganó el Partido de los Trabajadores) y mientras escucho su reflexión, una nueva sensación de envidia toma parte de mi pensamiento y me pregunto: ¿Por qué algún día no podemos vivir esta realidad en la Argentina?

La respuesta es tan simple como contundente: en Brasil los electores votan candidatos individuales. No existen las listas sábana.

En Argentina votamos listas armadas por los líderes de los partidos que dejan en los primeros lugares a políticos, muchas veces familiares, quienes en algunos casos necesitan de fueros privilegiados para seguir en libertad y por supuesto seguir manteniendo sus patrimonios (por eso no se aprueban leyes tan importantes para terminar con la corrupción como las que permiten que se pueda recuperar lo robado).

En Brasil, los electores, a partir de ver que los corruptos terminan presos, confían en la justicia y en la policía (de hecho un Juez puede ser el próximo Gobernador de Río de Janeiro y fue electa diputada una mujer policía que mató a un ladrón en defensa de su hija en la puerta de un colegio público).

En Argentina la justicia se adaptó históricamente al gobierno de turno y vemos sin asombrarnos que un ex juez que, según su propio relato, emitió sentencias por sentir presiones del matrimonio presidencial, sigue libre.

Es nuestra misma sociedad la que se preocupa más por el delincuente muerto que por resolver la causa que lo llevó a delinquir, y no es raro que el policía termine procesado por su acción. En otras palabras, el policía en Argentina debe elegir si termina procesado por el sistema o muerto por la delincuencia.

En Brasil la justicia camina rápido. Quien es llamado a declarar ante el juez, puede negarse a hacerlo por el derecho constitucional de no declarar contra sí mismo, pero si acepta hacerlo no entrega papelitos redactados por sus asesores legales. Responde las preguntas del juez y del ministerio público.

Salvo en los casos de fueros privilegiados en que la Corte Suprema es quien efectúa el proceso penal, son raros los casos en que las causas penales prescriben.

El ex presidente brasileño Lula da Silva en su llegada al cuartel general de la Policía Federal, donde cumple una sentencia de 12 años de prisión (AFP PHOTO / Heuler Andrey)

En los casos de corrupción (llevados adelante por jueces como Sergio Moro de Curitiba, Ricardo Leite de Brasilia o Marcelo Brettas de Río de Janeiro) pasan menos de dos años desde el momento en que se inicia el proceso hasta la sentencia en primera instancia.

Los jueces que toman los casos de corrupción solo se encargan de este tipo de delitos, con fiscales especializados en estas tipificaciones penales y con policía judicial independiente.

Una vez que se confirma la sentencia en segunda instancia (que demora como máximo otros dos años) y en caso de que haya condena a prisión, el cumplimiento es efectivo. El ex presidente Lula da Silva es un excelente ejemplo de este rápido funcionamiento judicial.

En Argentina vemos procesos sensibles a la población con personas liberadas de las acusaciones simplemente porque el tiempo transcurrido generó la prescripción de la causa.

Vemos sentenciados con el "Doble Conforme" – sentencia en primera y en segunda instancia- que siguen ejerciendo cargos relevantes para la política pública como si fueran las personas más honestas del planeta.

Los argentinos estamos sentenciados al fracaso si no cambiamos el acceso de los ciudadanos al Congreso Nacional y no generamos leyes que permitan que los representantes del pueblo se renueven y tengan impecables antecedentes penales.

Albert Einstein afirmó que es imposible conseguir resultados diferentes haciendo las cosas siempre de la misma forma.

Con el sistema de listas sábanas, los ciudadanos comunes estamos imposibilitados de aspirar a construir un recambio político porque nunca podremos tener la posibilidad de disputar una elección.

Continuaremos viendo desfilar personas cuestionadas en su honestidad, que con el acceso a bancas en el Congreso -garantizadas por su ubicación en la lista sábana-, alcanzarán lugares de poder sin ningún pudor o sentido de la ética.

Por último, el hoy preso Lula da Silva promulgó la Ley de la Ficha Limpia que impidió que él mismo fuera candidato porque no puede postularse ninguna persona que tenga sentencia confirmada por un colegiado de jueces.

En Argentina permitimos que puedan participar de las elecciones candidatos que no serían aceptados en un trabajo convencional por la cantidad de procesos penales que cuentan en su haber.

Si deseamos un país diferente, debemos propiciar un cambio que nos permita tener un futuro político diferente, con gente e ideas diferentes y sobre todo con legislaciones que refuercen la lucha contra la corrupción.

En Brasil está siendo posible. ¿Por qué no sería posible en la Argentina ?

… Presto atención a los tres señores que próximo al embarque se saludaron con total educación deseándose suerte para cada uno de sus candidatos.

(*) Socio de Center Group