Argentina deja atrás a Evita

Shannon O'Neil

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Juan Domingo Perón abraza a Evita tras anunciar ella que no será candidata a vicepresidente. A la izquierda, aplaude Héctor Cámpora

A medida que los vientos cálidos regresan, los días se alargan y los jacarandá explotan en un tumulto violeta por sus avenidas principales, Buenos Aires también disfruta del resplandor del presidente Mauricio Macri y la resonante victoria de octubre de la coalición Cambiemos, en la que todas las grandes ciudades y provincias se pronunciaron por el oficialismo.

Las elecciones de mitad de mandato dieron un vuelco a dos constantes de la política argentina. La primera era la idea de que un partido orientado a los negocios no podía ser competitivo. Macri y su coalición salieron victoriosos dos veces y han ganado fuerza nacional con el tiempo. La segunda era que el partido peronista, la fuerza política dominante de la Argentina del siglo XX, no podía perder. Sin embargo, colapsó. Estos dos cambios políticos sísmicos son en parte el resultado de un liderazgo inteligente, pero también reflejan cambios fundamentales en la economía y la sociedad argentinas.

Durante cien años, desde que Argentina introdujo el voto secreto, en 1912, la única forma en que la "clase capitalista" llegaba al poder era mediante el fraude electoral o los golpes militares. Incluso la Unión Cívica Radica, el partido de la clase media, no podía ocupar el cargo ejecutivo por mucho tiempo: cada uno de sus presidentes electos democráticamente era conducido a la salida antes de tiempo, ya fuera por una escolta militar o por una crisis del mercado.

Cambiemos ha desafiado esta perogrullada porque hasta ahora no ha actuado como un partido de negocios. Si bien es favorable al mercado, no es austero de una forma neoliberal. En cambio, al igual que sus predecesores populistas, ha apoyado programas sociales, ayudas a los desempleados y pagos de pensiones para disminuir el golpe de la estanflación en el votante promedio.

Macri y su equipo han ido más allá e invirtieron mucho en proyectos de infraestructura. Omnipresentes carteles amarillos se distinguen cada pocas cuadras junto a montones de tierra, losas de hormigón, varillas de acero y tarros de pintura; pregonan la reparación de las veredas rotas, los postes de luz oscurecidos y los edificios ennegrecidos.

La apuesta más grande y el resultado electoral provienen del nuevo Metrobus, carriles exclusivos en los principales bulevares de la capital que atraviesan docenas de kilómetros, en enclaves ricos y humildes por igual. Mientras que un despliegue similar en el transporte público causó estragos en Chile en 2007 y arruinó las calificaciones de aprobación de la presidente Michelle Bachelet, todos en Buenos Aires elogian el nuevo sistema, que ha reducido a la mitad el tiempo de los desplazamientos en la hora pico.

Esto fue buena gestión respaldada por buen marketing. Numeroso personal dentro de la Casa Rosada revisó las bases de datos y las encuestas, centrándose en las actividades electorales calle por calle, convirtiendo en última instancia a un mar de municipios peronistas azules en Cambiemos de color amarillo.

Sin embargo, la victoria de Macri también provino de los fracasos peronistas. El movimiento casi se ha desintegrado, sus facciones perdieron terreno en las elecciones de mitad de término. Parte del problema es su liderazgo o la falta de él. A pesar de su legado de negligencia económica y lazos profundos con la corrupción, la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner sigue siendo su abanderada, la más visible y popular entre los impopulares. Pero el deslizamiento del peronismo hacia la irrelevancia también refleja un fracaso en adaptarse al cambio económico estructural.

Durante décadas, el peronismo se basó en una alianza electoral ganadora de sindicatos urbanos y caudillos del interior. Sus pilares comenzaron a tambalearse en la década de 1970, cuando las oficinas desplazaron a las fábricas y el campo comenzó a vaciarse, agotando los votos que las máquinas políticas rurales podían ofrecer.

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En la década de 1990, el presidente peronista Carlos Menem intentó adaptarse, abrir mercados, atraer inversiones del sector privado y cortejar a la creciente clase media. La crisis económica de 2001 detuvo esta evolución política interna incluso cuando aceleró los cambios económicos subyacentes. Después de mucha agitación, la nación finalmente se asentó en más de una década del gobierno de Kirchner —primero, Néstor, luego, su esposa Cristina—, de 2003 a 2015. Juntos forzaron a sus colegas modernizadores y regresaron a un manual económico populista basado en el proteccionismo, el clientelismo a través programas sociales masivos y una fiesta de contrataciones del gobierno.

Estos esfuerzos compraron la lealtad de los millones de argentinos que perdieron su modo de vida cuando el PIB cayó en picada en un 20%, pero no recuperaron el trabajo organizado. Y los elevados impuestos a la exportación que introdujeron sobre la soja, la carne y otros productos agrícolas enfurecieron a la base no urbana del peronismo, que alguna vez fue leal. Cuando la economía cambió, arrastrada por el derroche de gasto público, la inversión limitada, la inflación desenfrenada, la quiebra de los productos básicos y una buena dosis de corrupción, dejó al partido diezmado.

Macri hoy tiene calificaciones de aprobación envidiables. Sin embargo, el Presidente todavía puede tropezar fácilmente. A pesar de un big bang inicial de reformas -flotación de la moneda, resolver el problema de la deuda con holdouts internacionales, volver a crear una agencia de estadísticas independiente y reducir algunos subsidios públicos-, el Gobierno aún tiene que tomar muchas de las decisiones difíciles necesarias para que la nación se encuentre en un camino sostenible. Reparar baches y crear nuevos carriles de colectivos está bien, pero eso no arrastrará a Argentina al siglo XXI. En algún momento, la coalición de Macri tendrá que presentar sus planes para enfrentar las profundas disfunciones económicas de la nación.

Esto comienza con la economía en efectivo. Pocos lugares, más allá de las tiendas y los restaurantes lujosos, aceptan tarjetas de crédito, y la compra de artículos de gran venta como autos y casas aún implica valijas llenas de billetes. El mercado "blue" peso-dólar continúa. Después de un viaje infructuoso a cinco cajeros automáticos, utilicé el cambio favorito del hotel, una mujer de unos treinta años, con top blanco y jeans, con billetes de 100 pesos meticulosamente doblados, para poder tener un poco de dinero para pasear. Ella me hizo saber que obtendría una mejor tarifa la próxima vez si trajera billetes de 100 dólares en lugar de mis humildes 20. Toda esta informalidad significa tiempo perdido y ventas limitadas, y en conjunto reduce el alza del rebote económico actual. Si la economía no crece, la paciencia de Argentina con el Presidente y su coalición se reducirá.

Pero fundamentalmente, Argentina sigue siendo poco competitiva. Una década sin inversión extranjera directa la ha dejado tecnológicamente atrasada. En lugar de la automatización que ocurrió en otras economías emergentes, la redundancia de personal es inevitable incluso en tareas cotidianas. Comprar un cortado implica no menos de dos transacciones, tres filas y cinco personas. No es así como funciona una futura potencia económica.

Y el mantra del Gobierno de un cambio gradual depende del financiamiento externo. Mientras que la liquidez global y las bajas tasas de interés han proporcionado el colchón de 40 mil millones de dólares anuales que la Argentina necesita hasta ahora, el último gobierno no peronista se incendió económicamente cuando desaparecieron los fondos internacionales.

Argentina, como todas las democracias, necesita una oposición. Con casi un tercio de los argentinos viviendo en la pobreza, hay mucho espacio para un partido izquierdista. Pero para volver al poder, los peronistas no pueden volver a sus raíces. Necesitan un nuevo liderazgo y nuevas ideas. Aquí, la flexibilidad ideológica de larga data del partido puede ser una fortaleza. Quién sabe, mientras el peronismo busca una plataforma ganadora, podrían ser los presupuestos equilibrados, la flexibilidad laboral y la apertura económica que el Gobierno de Macri aún no ha adoptado.

La autora es experta en relaciones internacionales y América Latina.

El artículo fue publicado originalmente en Bloomberg.com

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