Cómo impactaría una distensión entre EEUU y Rusia

Fabián Calle

Guardar

Nuevo

En esta columna hemos publicado dos artículos sobre el fenómeno Trump y su visión del mundo. Uno en mayo pasado, cuando sugerimos a los tomadores de decisión del Estado argentino no ser partidarios en la contienda entre Hillary Clinton y Donald Trump. No sólo por ser innecesario, sino por la existencia de serias posibilidades de que Trump ganase finalmente. Lo que ocurrió. Otro, de pocos días antes de la pasada elección del 8N, en donde buscamos explorar qué hoja de ruta tendría Trump en el triángulo geopolítico entre Estados Unidos, China y Rusia. Ahí sugerimos que probablemente intentara readaptar el famoso triángulo estratégico planteado por Henry Kissinger casi medio siglo atrás para contener más y mejor a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) para hacerlo con la actual ascendente potencia asiática. Quizás no casualmente, a pocos días de ganar, Trump recibió y tuvo una larga reunión con el mismo Kissinger.

En esta oportunidad nos centraremos en reflexionar y plantear ciertos escenarios sobre el derrame que estos juegos geopolíticos tendrían en nuestro vecindario. En primer lugar, cabría hacer algunas consideraciones acerca del agudo debate que se dio durante la contienda electoral norteamericana sobre la presunta influencia e interés de Moscú en una victoria de Trump, usando supuestamente filtraciones de miles de emails del Comité de Campaña Demócrata. En donde quedaban a la luz muchos aspectos ásperos, despiadados y crudos que se dan en estos ámbitos de batalla política electoral. Una mirada un poco más atenta y en frío mostraría que la hipótesis más realista sería que Rusia distaba de tener como principal objetivo inclinar para un lado u el otro el resultado. Más bien sí afectar y desgastar el soft power o prestigio del proceso político norteamericano y su capacidad de ser visto con respeto y admiración en el mundo y en especial en países de Europa del este y zonas estratégicas de interés para los rusos. Las denominadas revoluciones naranjas pro occidentales y democráticas en repúblicas del ex bloque soviético han sido un factor de alarma y malestar extremo para los gobernantes rusos.

Ni qué decir cuando se dieron en Ucrania, territorio clave a nivel simbólico y estratégico para Moscú. Pensar que Trump y su equipo pasarán a tener una relación armónica con Vladimir Putin por una cuestión de afecto o sintonía personal solamente o básicamente es no entender el ABC de la política internacional y cómo funcionan las grandes potencias. Lo que hay es una visión o por el momento una intuición de presidente electo acerca de que deben focalizarse los esfuerzos combinados con Rusia para enfrentar al terrorismo islámico como ISIS y Al Qaeda. Más aun cuando se conocen reportes de al menos un caso de uso de un arma química como el gas mostaza por parte del Estado Islámico en Siria. Un gas mostaza que, según el reporte de las Naciones Unidas, habría sido fabricado por los terroristas.

A esto se suma la intención de Trump de marcarle más el terreno al ascenso chino. El giro capitalista del gigante asiático a partir de 1979 lo ha colocado como socio económico del capitalismo norteamericano, pero al mismo tiempo como rival estratégico militar. Mucho más significativo de lo que podría ser Rusia si pensamos en escenarios de mediano y largo plazo. Si hoy Moscú invierte entre un 10% y un 15% en defensa comparado con Washington, los chinos se acercan al 40% y en ascenso. En otras palabras, la ventaja de los consumidores norteamericanos de inflación baja gracias al impacto de los menores costos chinos en vestimenta, electrónicos, juguetes, etcétera, tienen como contracara el aumento de la masa crítica económica, tecnológica y militar de China.

La administración Obama no ignoró esta realidad y buscó fortalecer y priorizar en todo lo posible el poder aeronaval en el Pacífico, así como cultivar relaciones más cercanas con el gigante de la India (país clave con su masiva población, armamento nuclear y gobierno democrático) y reforzar las capacidades de históricos aliados como Japón, Corea del Sur y Taiwán, así como de ex enemigos como Vietnam. En ese cerco o contención, salta a la vista que falta una relación constructiva y con mirada de largo plazo con Rusia. ¿En qué y cómo entra nuestra región en este ajedrez mundial? Para empezar, cabría recordar que los perturbadores email que se filtraron del equipo de Clinton se dieron a conocer vía Julian Assange y su WikiLeaks. Este famoso hacker vive desde hace años refugiado en la Embajada de la bolivariana Ecuador de Rafael Correa. En las semanas previas al 8N, el mismo Assange denunció que Ecuador habría desconectado su acceso a internet por pedido de Washington a Quito. Pocas dudas hay de que el clima de aspereza entre Washington y Moscú en la última década y el aliento norteamericano a las revoluciones naranjas, la expansión de la OTAN hacia el este y los Balcanes y la búsqueda de derrocar a un aliado de Rusia como Bashar al Assad en Siria, han tenido como contrapartida rusa el intento de aguijonear y molestar a Estados Unidos en Latinoamérica. En especial reforzando lazos políticos, militares y económicos con Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia. Así como también con Argentina, a partir del segundo tramo del primer gobierno de Cristina Fernández, cuando el clima de aspereza con Washington más se incrementó.

En otras palabras, un Gobierno de Trump más receptivo a los intereses rusos en su área de influencia del este de Europa, Cáucaso y Medio Oriente podrá tener como contrapartida un menor énfasis ruso en estos aguijoneos en nuestra región. Más todavía tomando en cuenta la situación terminal en Venezuela y la alternancia política que se abre en Ecuador y quizás en la misma Bolivia. Por esta nueva lógica subyacente entre Trump y Putin, tampoco cabría esperar una detonación lineal y general de los puentes diplomáticos y económicos que Obama y Cuba han tenido en los últimos tiempos. Recientes encuestas del prestigioso Pew Center sobre la opinión pública de Estados Unidos en temas internacionales muestran que un 38% (y casi triplicando al segundo) ve al ISIS como la principal amenaza a la seguridad nacional. Putin y su Rusia están sólo en un 14% y menos aún China. Quizás este sea uno de de los grandes desafíos del próximo huésped de la Casa Blanca, que la opinión pública de su país deje de ver a China como un gran bazar que ayuda a comprar más y más barato al consumidor y que ello se vea combinado y complementado crecientemente por un diagnóstico que incorpore aspectos estratégicos.

 
Guardar

Nuevo