El 26 de diciembre de 2004, un terremoto de magnitud 9.1 con epicentro en el océano Índico provocó uno de los tsunamis más devastadores de la historia moderna.
En cuestión de horas, una serie de olas gigantes arrasó comunidades costeras de Asia y dejó un saldo de más de 230 mil personas muertas en 14 países. Hoy, en 2025, cuando se cumplen 21 años del desastre, el impacto de aquel día sigue marcando vidas, memorias y decisiones.
Sobrevivir al agua, vivir con la memoria
Entre quienes lograron sobrevivir se encuentra la mexicana Karen Michan, quien estaba de luna de miel en las islas Phi Phi junto a su esposo Jacobo. Él no sobrevivió.
Con el paso del tiempo, Karen ha explicado que salir con vida fue solo el comienzo: el verdadero desafío fue enfrentar el duelo, la culpa y el proceso de reconstrucción personal. En 2025 decidió contar su historia en el pódcast de Jessica Fernández García, en un episodio que dedicó como el primero tras la muerte de su padre.
Antes de la ola
Karen se casó el 4 de diciembre de 2004. Semanas después viajó con Jacobo a Tailandia. El 25 de diciembre se trasladaron de Phuket a Phi Phi, una isla pequeña y tranquila, sin advertencias ni alertas.
Ese día, Karen se sentía mal físicamente y pasó la tarde sentada frente al mar con Jacobo, leyendo. La marea estaba muy baja. De pronto, él cerró su libro y le dijo: “Karen, si a ti te pasa algo, yo me muero”. La frase la sorprendió. Se abrazaron, se besaron y escucharon Bésame mucho, un momento que quedó grabado en su memoria.
El día que el mar cambió de rostro
A la mañana siguiente no sintieron el terremoto. En Phi Phi no hubo pánico ni avisos. Al regresar del desayuno, Karen salió a la terraza de su búngalo y vio a la gente correr desde el mar hacia el interior de la isla.
Frente a ella apareció lo que describe como “un monstruo”: una ola gigantesca, del tamaño de un edificio de seis pisos. No hubo tiempo. “Nos abrazamos y no alcanzamos a tocar el piso cuando llegó la ola”. Alcanzó a tocar a Jacobo por última vez.
Bajo el agua
La corriente la arrastró durante más de un minuto. Rodeada de escombros, su cuerpo reaccionó por instinto y se encogió en posición fetal, lo que le permitió evitar heridas graves.
Mientras luchaba por respirar, tuvo flashes de su vida y recordó las palabras de Jacobo. Logró sacar la cabeza, tomar aire y fue arrastrada de nuevo. En la segunda parte de la ola, sintió —sin saber por qué— que iba a sobrevivir.
El silencio después
Cuando el mar bajó, Karen miró atrás: no vio a Jacobo ni a nadie más, solo mar infinito. Quedó de pie sobre un colchón, rodeada de escombros. A su lado, un joven gravemente herido agonizaba.
Intentó ayudarlo, pero desde los edificios le gritaban que subiera. Tuvo que elegir. Subió. “Esa culpa la tuve que trabajar mucho tiempo después”, confiesa. La segunda ola llegó cuando ya estaba a salvo.
Buscar sin querer encontrar
Después, comenzó la búsqueda. Revisaba cuerpos, manos y pies, buscando una seña particular de Jacobo. Mientras tanto, sus padres y los de él intentaban viajar desde México en medio del caos.
Una coincidencia inesperada la sostuvo: cuatro amigos cercanos de Jacobo, que habían estado en su boda, estaban en la misma isla y habían salido una hora antes del tsunami. Llegaron al hospital donde estaba Karen.
Veintiún años después
La confirmación llegó: Jacobo había muerto. Hoy, a 21 años del desastre, Karen cuenta su historia desde la memoria y no desde el horror. Sobrevivir fue apenas el inicio. El verdadero reto, dice, fue aprender a vivir después.