La escritora rusa Daria Serenko se ha destacado desde hace varios años como activista en movimientos a favor de los derechos LGBT+, una labor en la que se involucró desde su adolescencia y mucho antes de que se promulgara la política de Vladímir Putin en contra la diversidad.
Ahora, desde su exilio en Georgia (Estados Unidos) ha publicado Chicas e instituciones, un relato en el que se encarga de rescatar las vidas de mujeres invisibles que han estado en primera línea al servicio de Rusia.
Serenko fue testigo de primera mano de los mecanismos que la burocracia rusa utiliza a la hora de ejercer control sobre sus compatriotas, especialmente sobre las personas que trabajan en las entidades públicas.
La joven escritora se convirtió en un objetivo para el Kremlin debidoa su activismo; ahora, a pesar de estar alejada de su país natal, le hace frente a la dictadura de forma audaz y contestataria con esta novela.
En Chicas e instituciones, Serenko se encarga de representar a los cientos de mujeres que se encuentran en estado de invisibilidad y que no son escuchadas a pesar de las protestas y escándalos políticos.
La autora se centra en aquellas que trabajan en los organismos culturales del estado ruso, al tiempo que dibuja un mundo particularmente tenebroso e impositivo.
A lo largo de poco más de cien páginas, Serenko presenta un panorama de un grupo de mujeres que smque ejecutan las labores más sencillas de la jerarquía cultural.
La escritora presenta mujeres encargadas de preparar exposiciones, cuadrar presupuestos e inclusive falsificar las estadísticas de asistencia, ante la presión de los órganos estatales y sus objetivos a cumplir.
La polifonía de voces femeninas tienen en común una vida controlada por la dictadura, al tiempo que también sufren de acoso sexual y laboral. La activista dibuja una realidad en la que se normaliza la desigualdad de sueldos, pero también a mujeres que se plantean qué será de su futuro, si deciden convertirse en madres.
Serenko no habla desde la periferia, ella misma fue testigo y una de las mujeres de las que habla. Ella fue parte de esas “chicas” que ven mermada su libertad política y de pensamiento, las que esperan que suceda un apagón para confesar que han sido llamadas a declarar por su participación en alguna manifestación, afiliarse a un sindicato o simplemente haberse divorciado.
La autora se aventura a plasmar la vigilancia extrema que el estado ruso mantiene sobre quienes se atreven a alzar la voz; dibuja el Kremlin como un Big Brother que vigila a las mujeres que se atreven a desafiar su poder o incluso a aquellas que dedican cada aliento a cumplir en su puesto de trabajo. Serenko hace de esta obra una denuncia del sexismo sistémico que impera en Rusia.
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