Lorena Vega y la magia extraordinaria de convertir lo personal en arte

En diálogo con Infobae Cultura, la actriz y directora de teatro repasa las claves que convirtieron a “Imprenteros” y “La vida extraordinaria” en dos de las más importantes obras del momento. “Hay algo de lo documental, de la colección, del archivo que es parte de mi existencia”, dijo

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Lorena Vega

De un tiempo a esta parte, el nombre de Lorena Vega se ha convertido en una contraseña para los amantes del buen teatro. Es una actriz talentosa con una versatilidad sobresaliente para moverse entre los distintos géneros narrativos: el drama, el melodrama, el humor, la autobiografía. Tengo en el teléfono los mensajes de algunos amigos a quienes les conté que iba a entrevistarla: “Brillante”, “Enorme”, “Barrilete cósmico”, “Emocionante”. En tiempos de redes sociales, la hipérbole es esperable. Pero una coincidencia tan unánime, no.

Si bien ha trabajado en cine —es, por ejemplo, la protagonista de El año del León, una película de una belleza triste escrita y dirigida por Mercedes Laborde—, el vínculo con el teatro es más presente y fructífero. Por estos días, está al frente de dos obras de gran notoriedad y reconocimiento, tanto de público como de crítica: Imprenteros y La vida extraordinaria. Hasta enero eran tres, porque también actuaba en Yo, Encarnación Ezcurra.

Valeria Lois y Lorena Vega en "La vida extraordinaria" (Gentileza del Teatro Cervantes)

La máquina de narrar

Los sábados y domingos en Timbre 4, Vega coprotagoniza junto a Valeria Lois —a quien bien podrían caberle también todos los adjetivos de más arriba— La vida extraordinaria, de Mariano Tenconi Blanco. Como una suerte de máquina narrativa imparable que tiene la ambición de contarlo todo, desde el origen de la vida hasta el fin del universo, la obra se compone de discursos y situaciones en una composición que sólo pueden contarse desde la desmesura del melodrama.

Alguien ha dicho que las dos mujeres “ordinarias” que interpretan Vega y Lois son una suerte de monstruo bicéfalo de Blanche Dubois en Un tranvía llamado deseo, y la apreciación es muy pertinente. Se podrían sumar los personajes de Manuel Puig: hay puntos de contacto con, por ejemplo, Cae la noche tropical. La trama tiene otros homenajes —al Ulises de Joyce, a Borges—, pero no se vuelve nunca un procedimiento ni tampoco baja la intensidad ni se edulcora.

En gran medida se debe al trabajo descomunal que hacen las dos actrices. Uno imagina que con cada puesta terminan extenuadas y pierden un par de kilos. Como un ejercicio físico arrasador.

La actuación es como un trabajo de la música —dice ahora Vega en un bar frente a Parque Rivadavia—. O incluso de la danza. La actuación está hecha con leyes que tienen que ver con el movimiento, con el canto. No porque yo cante, sino porque hay un registro sonoro. Valeria y yo lo tenemos muy elaborado desde hace años.

La actuación es como un trabajo de la música

Tenían un grupo, ¿cómo se llamaba?

—Grupo Sanguíneo. Hicimos tres obras. Tenemos un mismo código en escena, una confianza. Hay un trabajo de acople o de compensación: si yo estoy arriba gritando, Vale va a entrar abajo para relajar; si Vale está con un texto cargado de palabras que dice muy rápido, yo voy a decir algo en el medio de un silencio. Jugamos con eso porque sabemos que es donde nos podemos escuchar, donde hacemos algo que va a generar un sentido en la percepción del público. Son siempre búsquedas del lenguaje. No es una ley que puede aplicarse a cualquier obra, pero hay un tipo de operaciones tejidas por el concepto de instrumento. Somos como un instrumento musical.

Lorena Vega y Valeria Lois en "La vida extraordinaria". Atrás, los músicos Ian Shifres y Elena Buchbinder (Gentileza del Teatro Cervantes)

En esta obra, entonces, habría que sumar más que nunca la participación de los dos músicos que están en escena.

—¡Pero recontra! De hecho, en la parte de “Mamita” —así le decimos a la escena que cuento que se muere mi mamá—, Ian Shifres toca en el piano unas notas agudas muy suaves que avanzan con las frases que digo. Muchas veces necesito que él entre para que yo cambie el foco y mire a otra persona como si estuviera sorprendida. Necesito el sonido para levantar la expresión. Y a veces, él me espera porque sabe que tengo un arco de frases y que respiro de otra manera, que hago otra inflexión expresiva. Entonces me escucha, me espera y cuando ve que yo entré, él entra. Acomodamos la partitura a la respiración de ese día. Lo sonoro, para mí, es muy articulador.

También en Imprenteros el sonido es parte esencial. Pienso en los ruidos de las máquinas que explica tu hermano.

—Es una parte esencial. Tuve la suerte de conocer a Lucrecia Martel hace años, cuando estuve en la producción de Magazine For Fai. Martel me había fascinado —como a todo el mundo— por su inteligencia, por su humor, por la forma en la que trabajaba. Me acuerdo de que tiempo después nos encontramos, ella había hecho La Ciénaga y yo todavía no la había visto. Le dije que la iba a alquilar y ella me dijo que mejor la viera en cine por el trabajo sonoro que cuenta la película. Eso me quedó. Siempre lo tengo presente. Es algo intuitivo en cualquier obra, y en Imprenteros es un hilo bastante central de la narración. Son los ruidos que escucho y que me hacen viajar directo al taller.

Lorena Vega y los actores de "Imprenteros"

Cuando la propia vida es un hecho artístico

Imprenteros es la segunda obra donde se la puede ver a Lorena Vega, en la que cumple el doble rol de actriz y directora. Pandemia mediante, seguirá todos los viernes de abril y mayo el Metropolitan Sura.

Imprenteros es un biodrama escrito y dirigido por ella misma, con origen en una tragedia íntima: pocos días después de la muerte de su padre, los hijos de su segunda familia cambiaron las llaves de la imprenta donde él trabajaba y desde entonces les prohibieron la entrada a Lorena y a sus hermanos. A partir de este hecho, Vega recorre su propia vida tratando de atrapar aquello que le queda del padre. Y, mientras rescata de la memoria las peleas, las reconciliaciones, las diferencias con la madre, las muestras de afecto, los ruidos del taller y sus máquinas, retiene, por lo que dura la obra, una vida que ya no está.

Es muy interesante cómo se arma la historia a partir de ciertos documentos como fotos, videos, mensajes de texto, sonidos, la invitación de su fiesta de 15, pero también con un grupo de actores. A medida que Vega avanza en su relato llama a escena a Julieta Brito, Vanesa Maja, Juan Pablo Garaventa, Christian García, que serán quienes hagan los papeles del padre, de la madre, de ella misma. Vega los presenta, da el contexto de lo que van a actuar, los dirige en el momento y ellos hacen una suerte de interpretación a la carta, se sientan, sigue el relato.

Entonces, Vega también presenta a sus hermanos. Sergio, que trabaja en una de las imprentas más importantes del país, responde una entrevista en vivo sobre el oficio y sobre el taller del padre. Federico aparece en una entrevista filmada. La presencia de los hermanos pone a la obra una nueva dimensión. Tal vez por Imprenteros se presenta como si fuera una empresa familiar: “De Lorena Vega y hnos.”. Descarnada y cruda, pero también tierna y por momentos disparatada —como siempre pasa que uno recuerda a la familia—, Imprenteros es un desafío para todos: hermanos, actores, púbilco.

Lorena y Sergio Vega en una escena de "Imprenteros"

Sergio Chejfec incluye fotos, tickets y otros materiales en sus libros porque lo documental, dice, le permite poner en tensión la ficción y la realidad. ¿Qué aporta el material documental en el biodrama?

Hay algo de lo documental, de la colección, del archivo que es parte de mi existencia. Convivo con eso. De un modo intuitivo y con un interés genuino y honesto, toda la vida me vinculé profundamente con ciertos elementos que son parte de la historia familiar. No solo conservo los cuadernos o los diarios de la infancia y la adolescencia, sino que también lo hago con objetos, con ropas. En un momento, en la obra digo que quisiera volver al taller de mi viejo porque me gustaría tener una camisa de él. Le doy mucho valor a eso.

La manera en que los actores entran en escena también hace que se los vea como “materiales”: están sentados entre el público y los vas llamando de a uno para que suban al escenario.

—Ahí aparece el oficio. La obra habla tanto de la gráfica como de la actuación y la construcción escénica. Son dos oficios artesanales con un territorio común: los dos tratan de poner en acto y de dejar una huella —en el papel y en el cuerpo— algo que en la materia prima todavía está en ebullición, en proceso. En la obra hablo de la intimidad de una gráfica con las herramientas que se trabajan en una obra de teatro. Y la gente ve el acto mágico de la ficción. Que a alguien sentado en su butaca le dicen: “Vos tenés que hacer esto y esto”, y se para y, ¡pum!, lo hace.

En Imprenteros, la gente ve el acto mágico de la ficción. Que a alguien sentado en su butaca le dicen: “Vos tenés que hacer esto y esto”, y se para y, ¡pum!, lo hace

En ese sentido, ¿cómo fue el trabajo con tu hermano Sergio?

—Lo que necesitaba de él es que él fuera él. Originalmente no estaba planeado que estuviera en escena. La entrevista que hacemos en la obra fue parte de mi proceso de investigación. Imprenteros tuvo varias etapas. Al principio tomé algunas decisiones que no eran muchas, pero eran centrales: voy a trabajar sobre la línea paterna, voy a trabajar sobre lo que pasó en el taller, voy a buscar situaciones que justifiquen por qué tengo que volver y por qué es injusto que no pueda volver. Después hice el curso de Biodrama de Vivi Tellas y en uno de los ejercicios había que llevar materiales y pensé en llevar a mi hermano como testigo directo: “Si estoy trabajando sobre los imprenteros voy a llevar a uno”. La entrevista fue más larga de lo que se ve en vivo, pero lo que se ve en vivo fue parte de la entrevista y fue un suceso. Todos mis compañeros y compañeras y Vivi misma quedaron fascinados con Sergio. Y me pareció que estaba bien que él estuviera en la obra. Él la pasa bien, es muy centrado y me ayuda a pensar el camino de la obra. Soy cuidadosa con este material porque es un material íntimo, sensible. Soy consciente de que pueden pasar cosas que impliquen que no la hagamos más. Cualquier obra tiene un tiempo de vida útil, pero este material en particular, como es un material sobre mi familia, tiene otras variables. Y Sergio es muy cuidadoso, muy compañero.

Lorena y Sergio Vega (al fondo) miran la entrevista del tercer hermano, Federico, en "Imprenteros"

Imprenteros habla de tu papá, pero, en un punto, cada uno puede reconocer a su propio padre. ¿Cómo se aborda una intimidad para que se abra a la de los demás?

—No pensaba en que mi relato pudiera ser un espejo, no era algo que buscaba. Por una cuestión deductiva, por cómo habla de una época y de un recorte, seguramente podría hablarle a un determinado sector, pero no estaba enfocada en eso. Quería narrar mi versión de los hechos sin golpes bajos, tratando de que lo personal se convirtiera en algo artístico, que no fuera una especie de terapia en vivo ni una catarsis desesperada. La actuación es un espacio de observación de la condición y el comportamiento humano. Cuando actuás, ponés en juego la observación que tenés de las relaciones humanas, la convivencia, los comportamientos, el encuentro entre las personas. Después tomé algunas decisiones técnicas. Como era algo tan personal convenía que mi voz estuviera en off y que tuviera un tratamiento de documental. Eso me ayudó a hablar del tema, a no victimizarme ni burlarme ni distanciarme. Tengo la sensación de que ya tenía tramitado gran parte de lo que toco en la obra y pude trabajarlo como material y no como psicodrama.

¿Cómo convive el rol de actriz con en el de directora?

—Es que también mi rol en la obra es ser la directora en escena. Me permite conjugar ambas cosas. Cuando termino la función quizá le digo a alguien “Conviene que digas así o asá”, pero en estas últimas funciones siento que las escenas están en su mejor momento. Fluyen muy bien y están actuando muy bien. Hay momentos en que siento que están mejores las escenas que mis parlamentos. El otro día furcié dos o tres veces en un mismo tramo y hasta mis hermanos me decían “¡Dale!”, y las escenas habían estado impecables. Mis furcios son admitidos porque la obra tiene muy el carácter de evento de hoy. En La vida extraordinaria hay menos lugar para los furcios, Imprenteros los admite más.

La actuación es un espacio de observación de la condición y el comportamiento humano

En Imprenteros hay momentos que parece que estás leyendo, otros recitando, otros improvisando. ¿Cómo trabajás el texto y los tonos?

—Está todo trabajado, todo elegido. Qué palabras digo en qué momento. Incluso antes de estrenar hicimos la prueba con una última escena que no funcionaba y la tuvimos que sacar. Hay ciertas palabras que son clave. Por ejemplo, digo: “Mi mamá sacaba fotos familiares, pero tenía problemas con el encuadre” y esa palabra, encuadre, hace sistema con lo desencuadrada que ella está en mi fiesta de 15. Y ahí nos reímos y, sin embargo, ella hace el esfuerzo para que no se note que mi papá no está y que la fiesta sea, entre comillas, normal. Después me di cuenta de que hay otros relatos que se arman con esas cosas mágicas del arte. Alguien me dijo una vez que le impresionaba la línea del contador. Me dijo: “Vos contás la historia, tu hermano dice que se hizo gráfico el día que quiso arreglar el contador de una máquina y tu otro hermano se recibió de contador”. ¡Claro! Pero yo no decidí eso. En cambio, sí decidí que los tres habláramos de qué hacer con las cenizas de papá para que se vieran los tres puntos de vista. Pero que cuando le pregunto a mi hermano si le parece importante llevar las cenizas de papá a Mar del Plata y que a él se le caiga encima la ceniza del cigarrillo: eso no se puede creer.

Una escena de "Imprenteros": Julieta Brito y Vanesa Maja en los roles de Lorena Vega y su madre.

Después de ver la obra, no sé si tu papá sale tan mal parado.

—Sale mejor parado de lo que esperaba. Tampoco fue una decisión a priori: no me propuse que lo iba a matar o que me iba a reencontrar con él. Me parece que lo que siento respecto del vínculo es algo que comprende las dos cosas. Acepté a mi padre con dolor y con discusiones y con enojos. Acepté al padre que tenía, sobre todo porque lo tenía. Y a medida que nos hicimos más grandes, él fue convirtiéndose en otro tipo de persona. Más compañero. Espero que mi mamá no se enoje, pero, por ejemplo, mi papá entendió antes que ella lo que a mí me pasaba con la actuación. La entiendo perfectamente a mi mamá, que me decía que no dejara la facultad (N. de la R: Lorena Vega estudiaba Artes Combinadas) porque quería esa seguridad para mí. Pero él me decía: “Es buenísimo lo que estás haciendo”. Hay algo artístico en ese legado y lo comprendí con la obra. La pasión por el trabajo, la dedicación, el amor por lo artesanal.

En poco tiempo vas a adaptar la novela Precoz de Ariana Harwicz, que trata sobre una relación entre una madre y un hijo. ¿Qué te convoca del lazo madre e hijo, padre e hija?

—Probablemente sea una mirada sobre los vínculos y la herencia. Siento que de chica tuve una cámara de cine en los ojos y me llama la atención el nivel de comprensión que tenía de los conflictos adultos —de los que me deberían haber preservado un poco más—. Pero también soy consciente de que ese modo de ver me ha dado herramientas de supervivencia y Precoz trabaja el vínculo entre madre e hijo en un contexto de supervivencia. Es una pareja familiar disfuncional, marginal, excluida, caída del sistema. Muchos estuvimos en ese borde y ahora, después de la pandemia, vuelve a haber mucha gente en esa situación. Ese elemento de Precoz me convoca bastante: no solo el vínculo sino también el contexto social. En términos de la temática, eso roto que tiene, eso trash, eso perdido, me interesa, me interpela y me parece aún más demoledor siendo entre una madre y un hijo.

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