“Pensé que era viernes”, el proyecto musical de Pedro Mairal: dos escritores y un puñado de grandes canciones

La semana pasada, con localidades agotadas, se presentó el dúo compuesto por el autor de “La uruguaya” y Rafael Otegui con un show que combina grandes canciones con textos. El vértigo del escenario, la manera en que encaran la nueva actividad, la grabación del disco, en esta nota

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(Gustavo Gavotti)

No parece un buen augurio. Dos escritores frente a micrófonos con guitarras en sus rodillas. A priori uno podría suponer que nada bueno saldrá de eso. No hay un gran linaje de escritores músicos. Es una lista corta aunque ilustre: Felisberto Hernández, Boris Vian, Leonard Cohen. No demasiados más. Los otros, la mayoría, incurrieron en el mundo de la música como hobby o como escape. Pedro Mairal y Rafael Otegui, o Pensé que era Viernes, tal como se llama el dúo, merecen con creces integrar la primera acotada lista.

El jueves se presentaron en el club Congo con localidades agotadas. Más de un centenar de personas disfrutaron de sus canciones. Un público con un promedio de edad bastante mayor al que acostumbra concurrir a recitales. Nadie parecía bajar de los treinta años. Se acercaron por los buenos comentarios que la experiencia musical viene cosechando, el boca a boca hizo que el público se acrecentara en los últimos meses.

En medio de la sala, apenas dos sillas y dos micrófonos. Los músicos ingresan, saludan con timidez, y con las guitarras apoyadas en sus rodillas comienzan a cantar. La primera canción es la Milonga del Primer Rayo.

(Gustavo Gavotti)

Que los autores provengan del mundo de las letras no convierte a los temas en poemas musicalizados. Todos pasamos por esa experiencia. Mejor dicho: la sufrimos. Bajo el peso del prestigio hemos ido a recitales y escuchamos discos en los que se cantaba a los grandes poetas latinoamericanos. Temas sin ritmo, aburridos, que sucumbían ante el peso de la solemnidad. En los que la música y la poesía parecían repelerse, en los que la filiación era forzada, antinatural. Acá nada de eso sucede. Los textos son letras de canciones, están trabajados para poder ser cantados sin resignar lirismo. Nacieron como canciones. O se transformaron en ellas. Como Domínguez, en la que Pedro compuso la letra partiendo de un poema de Rafael, y que es una canción que el uruguayo Eduardo Mateo hubiera envidiado.

Esta nueva actividad de Mairal surgió durante una residencia en Francia compartida con el poeta y editor Washington Cucurto. El tiempo libre, una cierta melancolía provocada por la distancia y un ukelele que había llevado sin saber bien por qué le permitieron reconectarse con la música, un hábito que había abandonado al dejar la adolescencia. El otro factor que sirvió como motivación fue su compañero de travesía francesa: “Cucurto, con sus pinturas viscerales, me enseñó que hay que animarse a hacer cosas. Hay un componente auto represivo muy presente en cada uno. Hacer música es ir contra eso, pelear contra algo facho que tenemos dentro. Si no sos Gardel, no cantás. Claro que no alcanza con la predisposición y las ganas. Empecé a estudiar y a ensayar muy dedicadamente”, cuenta Mairal.

Los presentó Ivonne Bordelois en un recital de poesía. Rafael Otegui, esa noche, le contó a Mairal que hacía tiempo venía buscando Consumidor final, libro de poemas de Pedro. Mairal sacó un ejemplar de su mochila y se lo regaló con esta dedicatoria: “Para Rafael, que estaba buscando este libro. O este libro lo estaba buscando a él”. “A partir de ese momento intercambiamos algunos mensajes por las redes sociales. Hasta que un día Pedro subió un poema sobre el Guernica de Picasso, yo lo musicalicé y se lo envié. A él le gustó y me propuso juntarnos a zapar, a ver qué salía. En septiembre de 2017 nos juntamos por primera vez en la cocina de mi casa. Ese día nació Pensé que era viernes”, cuenta Rafael Otegui.

El repertorio es sorprendente. Pensé que era viernes transita por la canción rioplatense, por la tradición de los cantautores. Milongas, baladas, algún tango, ritmos folclóricos. En las composiciones se deja ver la huella del uruguayo Fernando Cabrera. Pero no sólo eso. También compusieron una hermosa bossa nova como El Desertor, en la que Otegui hace percusión en la caja de su guitarra mientras Pedro canta, o un pegadizo rap infantil dedicado a los gatos. El hijo de Superman, Voy, Acá estoy o Margaritas a los chanchos son algunos de los nombres de los temas que muestran una gran ductilidad compositiva. Las cumbres evidentes son Malvón, inspirado por la hija de Mairal (Pura luz de Malvón/ Pura risa) en el que los versos se apuran como en Palomita Blanca, y un futuro hit indestructible y sutil como La Tormentosa, la canción que habla del bar de la tristeza, la de la imagen de los pies tocándose debajo de la mesa, la de los Y sin embargo, la canción que describe un amor tempestuoso e imposible: Ay este amor/ es una mariposa en la tormenta/tan fuera de control tan cerca del dolor/brillando/los dos.

(Gustavo Gavotti)

El currículum de Pedro Mairal es conocido. Es uno de los autores latinoamericanos más leídos. De Una noche con Sabrina Love, su debut como Premio Clarín de Novela y película incluida al bestseller reciente de La Uruguaya, pasando por Salvatierra y El año del Desierto; de los cuentos de Breves amores eternos a los ensayos, artículos y misceláneas de El Equilibrio y Maniobras de Evasión. Rafael Otegui también escribe. Sociólogo y periodista, tiene dos libros editados y otros dos que verán la luz este año.

En los primeros shows se los veía más torpes, algo incómodos, librando una muda pelea con la tensión y los nervios de enfrentarse al público. El progreso escénico ha sido notable. Parece una batalla ganada. Mairal, desenvuelto, oficia de frontman. Es quien presenta las canciones, el bastonero que hace chistes, el que provoca alguna carcajada. De todas formas no perdieron ese aura de vulnerabilidad, una honestidad basada en la fragilidad que genera inmediata empatía. Ninguno de sus espectadores espera que ellos pisen pollitos vivos en escena. Otegui es un bastión discreto, el pilar silente. “Tocar frente al público, con la gente cerca, mirándonos a los ojos mutuamente, no es mi zona cómoda. Me da mucho vértigo el escenario, exponerme. Me la juego, no estoy protegido”, dice Pedro.

Ese aplomo escénico lo adquirieron no sólo con la sucesión de shows, que todavía no han sido tantos. La clave está en el poder de los ensayos para que el reflejo y la costumbre los rescaten en el vivo, para que el vértigo no les gane. Los ensayos son la red que les permite enfrentarse al público. “Ensayar te da matices, seguridad. Te permite no estar preocupado por el aspecto técnico de la canción. Igual nunca tenés agarrada del todo a la canción. Es algo que no es tan maleable. Se acerca y se aleja todo el tiempo. Te engaña. Parece que es más asible, que ya la tenés y por momentos se ponen ariscas, no se dejan tocar, se desinflan. Hay que tenerlas siempre cerca, tocarlas mucho, tratarlas bien”, cuenta Rafael Otegui.

Pensé que era viernes

Pedro, por su parte, afirma que "hay que ensayar mucho. En el momento adecuado, el cuerpo se acuerda. Al practicar mucho una canción, la cantás casi a pesar de vos mismo".

Para quienes se han cruzado con Mairal en los últimos tiempos por la calle, la escena es repetida. Al hombro siempre está su guitarra, va con ella a todos partes. En el estuche, sus cuadernos repletos de canciones e ideas para estribillos. “Vivo en estado de ensayo”, confiesa. No es un side-project, una diversión marginal que ambos encaran para sacarse las ganas o pagar alguna deuda pendiente de la adolescencia. Es un proyecto al que le dedican mucho tiempo y energía, una actividad anhelada, que genera sueños y realidades. “Habitamos las canciones. Conectamos con la fibra del poema. Se producen cosas interesantísimas en esos intercambios, algo que no está planificado, natural, mientras exploramos los diferentes formatos de la canción”, dice Otegui.

En el show, las canciones se intercalan con textos leídos por los músicos. El lector de Mairal puede intentar adivinar (recordar) de dónde provienen. Una oda a la procastinación: “Qué lindo renunciar, coronarse con el aura del derrotado, desertar, no ir más, saber que igual la vida empieza a cada rato”; algún pornosoneto; otro poema de Otegui; y un magnífico manifiesto sobre la necesidad de sentarse a escribir -lo que se puede postergar es lo otro, no la escritura-: “Escribir es ahora. Es esto. No es algo que va a suceder más adelante. Basta de tomar notas para un texto que algún día vas a escribir. Ese futuro no existe”. Cuentan que en los primeros shows sólo hacían canciones. “Era una actitud un poco ingenua, como si no reconociéramos que la gente venía a ver Pedro por su condición de escritor”, reconoce Rafael.

(Gustavo Gavotti)

Esta arquitectura del show, esa trama que conforman las canciones con estos textos potencia el espectáculo. Hay un diálogo entre esas creaciones, un diálogo que genera un clima emocional potente, un universo artístico consistente.

El show tuvo tres invitados. Dos voces femeninas caudalosas y precisas. Vivi Rossi, quien también oficia de coach vocal del grupo, y Mel Muñiz. Las dos aportaron matices a las canciones. El tercer invitado fue Yago Escrivá, integrante de Ainda Dúo y productor del álbum que, a paso lento, Pensé que era Viernes está grabando. “En el disco las canciones no sólo tendrán guitarras y voces. Yago nos ayuda las texturas, con los instrumentos que vamos incorporando a los temas, con los que vestimos a las canciones. En la Milonga del Primer Rayo habrá, por ejemplo, un bandoneón, que le da otra profundidad y color a la canción”, contaron los escritores-músicos.

El grupo, el show, supera las expectativas del espectador. Es un gran espectáculo. Con dos buenos músicos, que cantan con sentimiento, que leen hermosos textos, que tocan canciones conmovedoras con estructura de canción popular, que no son meros poemas musicalizados. Pensé que era viernes demuestra devoción por las historias, por la buena poesía, por la emoción. Las letras tienen la impronta de Mairal: métrica perfecta, sonoridad, humor, una seca ternura y un dolor asordinado, en las que la solemnidad tiene prohibida la entrada.

Después de escucharlos, uno sospecha que en Argentina, por estos días, no se deben estar haciendo mejores canciones que las de Mairal y Otegui.

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