Afganistán: el aislacionismo en jaque

La entrada en aquel país pudo haberse discutido cuando se decidió, pero justamente ahí no hubo debate, el apoyo fue de todo el espectro político interno y de los aliados

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El general de división del Ejército de los Estados Unidos Chris Donahue, comandante de la 82ª División Aerotransportada, sube a bordo de un avión de transporte C-17 como último miembro del servicio estadounidense en abandonar el aeropuerto internacional en Kabul, Afganistán, el 30 de agosto de 2021, en una fotografía tomada con óptica de visión nocturna (Reuters)

Estados Unidos no resuelve aún cuál es su papel como superpotencia subsistente de la Guerra Fría, ganada por el colapso de su rival, la Unión Soviética. Esta falta de orientación transforma cada acto o decisión política en el terreno para disputas partidarias, que en los últimos años tienen el nivel de meme y de tuit, hechos con un ingenio cuanto menos cuestionable.

Cuando el ex presidente Trump firmó el acuerdo de Doha con el Talibán el 29 de febrero de 2020 para el retiro de las tropas de Estados Unidos del territorio del país, siguió su instinto aislacionista y estableció la lógica con la que Joe Biden cumplió aquél compromiso. Los dos gobiernos cometieron errores de cálculo y los dos gobiernos siguieron el principio aislacionista según el cual Estados Unidos no debería ser el guardián de la paz en el mundo y tendría que encerrarse en sus fronteras, misma tesis que han sostenido libertarios como Ron Paul desde hace muchos años.

Dado que, como indiqué antes, la política hoy se debate al nivel de memes, para determinar quién es fuerte, ocurrente y quién un viejito gagá, se está perdiendo de vista la verdadera discusión de fondo que es si Estados Unidos puede simplemente retirarse de los frentes que abrió o a los que fue arrastrado en el mundo como vencedor de la Guerra Fría y cuáles son las consecuencias de que se convierta a ese pacifismo tardío, tanto para el país como para la paz mundial y en definitiva para la subsistencia del grado de libertad del que todos gozamos.

Con el presidente Biden esto se ha convertido en un asunto livianamente tratado por ambos partidos para determinar quién tiene qué culpa. Más que ser materia para disputas entre ellos, debería llevar a revisar las premisas de esa línea de acción común.

La entrada en Afganistán pudo haberse discutido cuando se decidió, pero justamente ahí no hubo debate, el apoyo fue de todo el espectro político interno y de los aliados. Aún si revisando aquél entusiasmo general llegáramos a la conclusión de que no debió ocurrir, eso no lleva a concluir que ahora se debió salir, al menos del todo. Simplemente el aislacionismo alegre, no es realista, sin que eso implique que el intervencionismo sea incuestionable.

Las últimas semanas han sido una muestra de todo lo que no se tuvo en cuenta como costo para Estados Unidos y para el mundo libre de esa ingenuidad. Eso permite pensar si no habría que plantearse un rumbo para tratar con el mundo que sea bipartidista y que se trate de una doctrina clara y de largo plazo, porque la realidad es que, de hecho, como suceden las cosas en la política internacional, el orden mundial tiene su cimientos en la estabilidad de Estados Unidos, y a que su vez Estados Unidos exporta su inflación mediante el dólar para financiar ese papel. La pax norteamericana está en gran medida detrás del orden internacional y su propia seguridad depende de que el equilibrio no se rompa para que el mundo no sea conquistado por países parasitarios y tiránicos que instalen otras reglas para todos que harán parecer a las cosas de las que se queja la opinión pública una completa frivolidad.

Esta discusión fue tapada por la ideología nivel meme de que hay un globalismo conspirador contra el inocente nacionalismo, en lugar de la realidad de que todavía nos vemos beneficiados por los estertores de la pax norteamericana, que tiene el tinte de la filosofía política con la que se creó el país, con sus más y sus menos. El nacionalismo es, en cambio, la ideología de todos sus enemigos, no por casualidad.

Hay un remanente de esa pax norteameriana jaqueada desde afuera y desde adentro, pero las bases de la política exterior están difusas. Del mismo modo en que se institucionalizó un orden después de la Segunda Guerra Mundial con la ONU, el fin de la Guerra Fría necesita algo similar con una doctrina internacional basada en una paz y seguridad atadas al principio de justicia, hasta donde se lo pueda llevar.

El mismo vacío ocurre a nivel americano. La proliferación de gobiernos que no tienen visos de legalidad ocurren al mismo tiempo que Estados Unidos deja de interesarse por la región, en la misma época en que el foco se pone en Irak y Afganistán, por los sucesos del 9/11 que motivaron la invasión. En los hechos un aislacionismo norteamericano regional. Había antes de eso una política que se había inaugurado en los años de Reagan y que se abandonó: la relación comercial y el favorecimiento de las instituciones republicanas, con mercados libres y circulación de inversiones como base de compromisos y objetivos comunes.

El planteo que debe hacerse, por lo tanto, es mucho más profundo que el de la simple queja por las consecuencias de la retirada, su ineficiencia y fatal desorganización. De hecho hoy ya no hay más tropas norteamericanas en suelo afgano, por lo tanto el fin de que no mueran más soldados y no se inviertan más recursos en cuidar otro país, ya se cumplió, pero el vacío que quedó es tan hondo como la duda acerca de si Estados Unidos lidera o no lidera el orden de la libertad en el mundo. Ese no es un problema solo de los afganos. La fruta maduró para marcar ese rumbo, dado que ahora se critica a Estados Unidos por una retirada y lo que deja detrás.