Agua, oro, una base rusa y una larga frontera con China: por qué importa el caos político en Kirguistán, el centro geopolítico de Asia

Los efectos de las turbulencias se extienden mucho más allá de las fronteras de este pequeño y montañoso país de Asia Central

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Manifestantes durante las protestas por los resultados de las elecciones en Kirguistán (REUTERS/Vladimir Pirogov)
Manifestantes durante las protestas por los resultados de las elecciones en Kirguistán (REUTERS/Vladimir Pirogov)

Rodeado de regímenes autoritarios, Kirguistán, un país pobre, es considerado como el más democrático de las cinco ex repúblicas soviéticas de esa región. Sin embargo, acumula una larga historia de inestabilidad política, con dos de sus presidentes derrocados por revueltas en los últimos 15 años.

El último episodio ocurrió este martes, cuando el controvertido resultado de las elecciones legislativas, en las que triunfaron los partidos favorables al presidente Sooronbay Jeenbekov, llevó a que miles de opositores al gobierno salieran a la calle en Biskek, la capital, reclamando la dimisión del mandatario y la celebración de nuevos comicios. Tras las protestas, grupos de la oposición dijeron que habían formado un “consejo de coordinación” para restaurar la estabilidad y “volver al estado de derecho”.

Estas protestas recuerdan a las de 2010 y 2015, que derrocaron a las autoridades, acusadas de corrupción y concentración de poder, y que estuvieron salpicadas de saqueos.

Recursos e importancia de Kirguistán

Los efectos de las turbulencias políticas se extienden mucho más allá de las fronteras de este pequeño y montañoso país.

Sin acceso al mar, casi la mitad del territorio de Kirguistán, que abarca 198.500 kilómetros cuadrados, está a más de 3.000 metros de altitud.

El país tiene menos recursos naturales que sus vecinos más prósperos, Kazajistán y Uzbekistán, pero tiene grandes reservas de agua, lo que es vital en esta región. Sin embargo, no tiene depósitos importantes de petróleo o gas natural. En consecuencia, Kirguistán es uno de los estados más pobres de la ex Unión Soviética.

La otra riqueza de Kirguistán es el oro. La mina de oro de Kumtor, explotada por el grupo canadiense Centerra Gold y propiedad en parte del gobierno de Kirguistán, ha aportado en los últimos años alrededor del 8% del producto interno bruto (PIB).

A pesar de las dificultades económicas, políticas y de seguridad creadas por su geografía, Kirguistán, de seis millones y medio de habitantes, gracias a su posición es desde hace mucho tiempo un país estratégicamente importante de Asia Central y una plataforma para la competencia geopolítica entre Moscú, Washington y Beijing.

La influencia de Estados Unidos en el país aumentó después de 2001, cuando comenzó a utilizar la base aérea de Manas, un punto de tránsito que fue clave para las operaciones militares de la OTAN en el cercano Afganistán.

El alquiler de esa base fue una fuente importante divisas para el estado. En octubre de 2008, el entonces presidente Bakiyev amenazó con cerrar la base estadounidense, tras aceptar un préstamo ruso. Revocó la decisión cuando Estados Unidos acordó más del triple de la renta anual de la base, que fue finalmente cerrada en 2014. Estos episodios posicionaron a Kirguistán como pieza de un juego de “tira y afloja” entre Estados Unidos y Rusia.

La relación con Rusia

Kirguistán es un aliado cercano de Rusia, del que es principal socio comercial. Además, al menos 623.000 ciudadanos kirguises viven y trabajan en Rusia, según un informe del gobierno ruso publicado en 2017. Otras cifras no oficiales sitúan el número de kirguises en Rusia en un millón. La situación de esos migrantes mejoró desde que Kirguistán adhirió en 2015 a la Unión Económica Euroasiática dirigida por Moscú.

Tanto Jeenbekov, el actual presidente, como Almazbek Atambayev, el ex presidente encarcelado por cargos de corrupción y liberado este martes por los manifestantes, son considerados prorrusos. Sin embargo, varios analistas están de acuerdo en que el desorden en el país no beneficia los intereses del Kremlin.

El presidente de Kirguistán, Sooronbai Jeenbekov (izq.), aplaude durante su ceremonia de investidura, junto a ex presidente Almazbek Atambayev en una foto del 24 de noviembre de 2017 (REUTERS/Vyacheslav Oseledko/archivo)
El presidente de Kirguistán, Sooronbai Jeenbekov (izq.), aplaude durante su ceremonia de investidura, junto a ex presidente Almazbek Atambayev en una foto del 24 de noviembre de 2017 (REUTERS/Vyacheslav Oseledko/archivo)

Algunos opositores de Putin podrían aprovechar las manifestaciones en Kirguistán para presionar al mandatario ruso en el frente interno, tal como ocurrió tras las protestas en Bielorrusia contra Lukashenko.

Un ejemplo fue el tuit del opositor Alexei Navalny, quien este martes celebró en Twitter las protestas: “La gente de Kirguistán es fantástica”, escribió:

Por eso, el gobierno ruso por el momento se mantuvo cauto y no tomó parte para ninguna de las partes en disputa, aunque se dijo “preocupado” por los disturbios y pidió una resolución legal, mientras se garantice la seguridad de la gente y la estabilidad interna.

Creciente influencia china

Kirguistán se ubica en la Ruta de la Seda, la antigua vía comercial entre China y el Mediterráneo, y en los últimos años se convirtió en un país cada vez más importante para los intereses de Beijing en la región.

Kirguistán es uno de los vecinos más pequeños de China, tanto económica como geográficamente, pero desde que establecieron relaciones hace 25 años, los dos estados no han parado de fomentar el crecimiento de su relación. La frontera china con Kirguistán, de unos 850 kilómetros, es una de las puertas de entrada de China a Asia Central y una pieza importante del proyecto de la Nueva Ruta de la Seda impulsada por Beijing.

Por su parte, los kirguisos ven en China un socio y un potencial inversor, tanto para complementar como para equilibrar la influencia Rusa.

El país está considerando la construcción de centrales hidroeléctricas, lo que lo convertiría en un líder energético en la zona, y en los últimos año se especuló con que China podría ser un inversor interesado en participar; hasta ahora, sin embargo, esos proyectos se vieron frenados por las delicadas negociaciones con los estados situados aguas abajo de sus ríos, que necesitan agua para su agricultura.

El presidente de Kirguistán, Almazbek Atambayev, posa con el presidente chino Xi Jinping y su esposa Peng Liyuan durante una ceremonia de bienvenida para los líderes que asistieron al Foro de la Franja y la Ruta, en el Gran Palacio del Pueblo de Beijing el 14 de mayo de 2017. (REUTERS / Wang Zhao)
El presidente de Kirguistán, Almazbek Atambayev, posa con el presidente chino Xi Jinping y su esposa Peng Liyuan durante una ceremonia de bienvenida para los líderes que asistieron al Foro de la Franja y la Ruta, en el Gran Palacio del Pueblo de Beijing el 14 de mayo de 2017. (REUTERS / Wang Zhao)

Por otra parte, la influencia china en el país se ve obstaculizada por la persecución que sufren las minorías kirguís en Xingiang. Al igual que los uigures, esta minoría musulmana también han sido detenidas en los infames campos de “reeducación” chinos.

El gobierno de Kirguistán ha adoptado un enfoque cuidadoso sobre el asunto. A fines de noviembre de 2018, cuando algunos miembros del parlamento kirguiso presionaron para obtener respuestas y los familiares y grupos de la sociedad civil comenzaron a reunirse, el gobierno se mantuvo en silencio.

El entonces presidente de Kirguistán, ese mismo Jeenbekov que ahora podría volver al poder, se mostró más interesado en cuidar las relaciones comerciales que en abogar por los derechos humanos de sus ciudadanos: “Estamos trabajando a través de canales diplomáticos”, dijo. “En este asunto, debemos tener en cuenta que estamos hablando de los ciudadanos de China. ¿Cómo podemos interferir en los asuntos internos de otro país?”.

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