¿Cómo revitalizar la democracia?

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Suele decirse que la democracia es aquella forma de vida cívica en la que las imperfecciones, las crisis y los debates, lejos de destruirla, la fortalecen. No solo en Argentina, sino también a nivel mundial, la democracia está atravesando momentos interesantes para su análisis y reflexión. La ampliación de derechos, las movilizaciones sociales y las expresiones de disconformidad –y en momentos indignación– con vetustas instituciones y prácticas aún vivas en la democracia actual, no hacen más que anticipar una posible y necesaria nueva forma de concebirla.

Tony Schwartz, autor del clásico libro El acorde receptivo: cómo los medios te manipulan, señaló que gran parte del éxito de cualquier tipo de comunicación está en detectar qué es lo que pasa por la mente de las personas. En el terreno de la comunicación política, de lo que se trata, siguiendo a Schwartz, es ¿en qué está pensando el ciudadano-elector?

Sin dudas, la mayoría de dichos pensamientos moran en lo más importante para ellos: la vida cotidiana. En este marco, vemos cómo muy a menudo aquellas cosas que los afligen, los enorgullecen, les causan temor, tristeza o alegrías, suelen ser subestimadas por muchos estrategas políticos, pero esas cotidianidades son, ciertamente, en lo que dedicamos la totalidad de nuestro tiempo. Un error muy común de muchos políticos y consultores que, inmersos en los "microclimas" de la política, parecen ignorar que son muy pocos los electores que destinan una parte sustancial de su vida a pensar en las cuentas nacionales, en la relación bilateral entre Argentina y Francia o en el impacto de la tasa de interés que fije Estados Unidos en el mercado asiático.

La Universidad de San Andrés publicó en el mes de marzo su "Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública", donde ratificó una de las líneas de análisis que venimos trabajando y publicando en Infobae: la democracia vive una profunda crisis de representación. Pero la noche es más oscura antes del amanecer, y si algo ha demostrado la democracia es que de sus debates ha emergido con mayor fortaleza.

Según refleja dicha encuesta, la insatisfacción en la democracia despierta un necesario debate respecto a su funcionamiento. En este sentido, la insatisfacción con el desempeño de los tres poderes del Estado supera el 60%, siendo la Corte Suprema de Justicia, máximo órgano del Poder Judicial, quién está peor considerada: 81% de insatisfacción. Si bien uno podría creer que en un sistema presidencialista tan fuerte como el nuestro, en donde casi todos los problemas parecen ser adjudicados al Poder Ejecutivo, este es quién menos insatisfacción concentra de los tres poderes (60%). Por su parte, el Poder Legislativo está en una situación intermedia respecto a la consideración que los encuestados expresaron. Los senadores tienen casi 10 puntos más de insatisfacción que el Poder Ejecutivo (70%), y los diputados, por su parte, algunos puntos más (73%).

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Una hipótesis posible es que la insatisfacción crece cuanto menos electivo es el cargo. En otras palabras, al presidente lo votamos todos, a los senadores y diputados algunos (sólo voto a los de mi provincia), pero a los jueces "nadie" los elige. La democracia nos da una pista de por dónde está la solución: la representación se nutre, entre otras cosas, de la voluntad popular; cuanto menos elegimos, menos representados nos sentimos. De hecho, fue el proceso electoral del año pasado el que logró aumentar la satisfacción de los encuestados con el desempeño de los tres poderes. Como se observa en el gráfico a continuación, el crecimiento de la satisfacción entre los meses de mayo y octubre de 2017 coincide con el proceso electoral.

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Si el lector está buscando calma, sepa que la democracia es el sistema político en el que lo único que está asegurado es el debate y el cambio permanente. Nada puede ser muy rígido, al menos por mucho tiempo, en el marco de la democracia. Pero, retomando a Zygmunt Bauman, no todo es "líquido". Hay valores que, por lo menos por un tiempo (quizás hasta décadas), son importantes para los electores.

En este marco, una encuesta sobre valores culturales en la Ciudad de Buenos Aires que la Universidad de Belgrano publicó en el mes de marzo, aporta otros elementos interesantes para el análisis. En dicho estudio se puede ver cómo, para los porteños, la igualdad de oportunidades (87%), escuchar a los que piensan diferente (80%) y sentirse seguros donde viven (85%) son valores, creencias o puntos de vistas en los que se afirman rotundamente. No es cierto que los electores no saben lo que quieren. No es cierto que los líderes políticos son exégetas místicos, que descienden del más allá para contarles a los votantes que es lo que realmente ellos quieren y, ocasionalmente, dárselos. Las personas quieren aquello que les facilita la vida: vivir seguros, tener igualdad de oportunidades (laborales, educativas, etc.) y vivir en una sociedad donde las diferencias se respeten (y se escuchen).

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Es importante que la democracia se perfeccione, se profundice y se nutra de los debates sociales que se vienen dando. Excluir las voces emergentes o con un punto de vista distinto a las hegemonías coyunturales, sólo dilata las heridas, potencialmente destructivas, de la democracia. En esa tarea los políticos tienen un rol fundamental, pero para ello necesitan revitalizar su legitimidad ante una sociedad que hoy los mira con profunda desconfianza.

*Sociólogo, consultor político y autor del libro "Gustar, ganar y gobernar"
(Aguilar 2017).