¿Gradualismo o shock?

Por Gustavo Perilli¿Todo pasa en el sistema económico? No, las crisis dejan lesiones en el mercado y desgastan la efectividad de la política económica

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 EFE 162
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El señor del anillo no se cansaba de recibir gente. Entraban a reclamarle sobre los más variados temas pero, por lo general, su filosofía era siempre la misma: muchachos, "¡todo pasa!". Las más violentas exigencias de ese salvaje mundo de negocios se hacían presentes en su despacho pero, con su sonrisa amena, socarrona y locuaz y, por supuesto, con el mensaje de su anillo, el mecanismo de disuasión funcionaba a la perfección. ¿Salía airoso de esas situaciones tensas? Por lo general, sí. ¿Solucionaba los problemas que se le presentaban? Al menos en ese momento, sí. ¿Su metodología era incuestionable? Totalmente, no dejaba evidencia en la escena y ¿alguna vez la sociedad le solicitó una rendición de cuentas (considerando su extensa duración en el cargo, coincidiendo con gobiernos legales e ilegales)? Sí, pero, como es costumbre en estos días, sólo desde lo periodístico, prácticamente nunca a través de las herramientas institucionales provistas por el Estado (el sistema judicial).

Ubiquemos la filosofía del famoso individuo en el ordenamiento económico. ¿Todo pasa en el sistema económico? No, las crisis dejan lesiones en el mercado y desgastan la efectividad de la política económica (y se transforman en un germen de futuros episodios de inflación y desempleo); en cambio, sí, en términos de la memoria social porque, erróneamente, siempre se piensa que el próximo Gobierno, "revoleando su varita mágica" (como ocurrió con el plan de convertibilidad), retornará todo al estado anterior. Esto deja entrever un tremendo equívoco social que luego desencadena en una total decepción porque la economía no se repone de una crisis como lo hace un individuo incluso, por ejemplo, ante un duelo. Pensemos en la pobreza. Un Gobierno puede preocuparse asiduamente por la clase más oprimida de la sociedad pero, seguramente, pobres siempre habrá porque la recuperación de una persona que, por ejemplo, en algún momento aterrizó y se habituó al modo de vida de una villa es poco probable que salga (se necesitarán décadas, incluso con las buenas intenciones de las autoridades). Esto nos lleva a pensar que sólo con crecimiento económico, oleadas de ingresos de dólares y exitosas cosechas (como sólo esperan algunos), la situación jamás mejora si no se trabaja concienzudamente sobre la distribución del ingreso (tema del que, paradójicamente, el que habla de buenas cosechas para reducir la pobreza nunca quiere abordar). Este razonamiento también aplica a la inseguridad: no alcanza que se instalen cámaras, contraten robocops, ni que los intendentes compren millares de patrulleros. La conciencia y el reconocimiento de la situación y la persistencia en el trabajo focalizado, permitirán alcanzar resultados graduales. No se resuelve con cirugía.

¿Cómo concluirá esta década? Quedarán secuelas, pero menos graves que las heredadas de los tiempos de hiperinflación y la crisis de la convertibilidad. ¿Qué se debate en este fin de ciclo? Básicamente, la manera en que se deberá implementar la corrección. En la jerga cotidiana, la discusión se concentra en el tiempo en que deberá hacer efecto la terapia y, lo más difícil, sobre quién deberán recaer los recortes. Vayamos por parte. Los referentes políticos más asociados a las fuerzas políticas dominantes de la Ciudad de Buenos Aires aseguran que importa sólo el ajuste ("ortodoxia neoclásica"), mientras que "el otro bando" (no necesariamente los exponentes del Gobierno Nacional), a costa de un retraso de la corrección, sostiene que será necesario resguardar a los sectores más desprotegidos (los asalariados). El objetivo: reducir gradualmente el desequilibrio. En ambos argumentos hay fallas. En el primero porque su metodología es sólo empresaria, pareciendo ser su lema: "sanear pronto para que la llegada de inversiones a los sectores productivos y modernos (¡el agro, según su visión!), genere empleo y aumente el ingreso y el bienestar; se cerraría la brecha fiscal, se desarticularía la inflación y no habría necesidades de emitir dinero de manera desaforada tal como actualmente ocurre". Falacia I: no hablan de la manera en que se reinsertarán los caídos del modelo anterior cuando "anestesien" a la actividad económica para operar (suponen una sustitución automática de empleos, rápidamente aprenderán y todo seguirá como antes); Falacia II: confían en que la bondad del empresario típico creará empleo y respetará las normas del mercado de trabajo sin tentarse en engrosar sus ganancias y; Falacia III: afirman que estos últimos respetarán las disposiciones fiscales, declarando todas sus actividades económicas (las falacias podrían continuar). Los heterodoxos, vigentes tanto al promediar los ochenta, como al finalizar la primera década del siglo XXI, tuvieron infinitas aspiraciones honorables (y una enorme soberbia, al mismo tiempo) y, por el contrario, una escasa prolijidad al trabajar en equipo con el político en ejercicio y una desastrosa comunicación con la sociedad, al punto tal que sus recetas, más a favor de redistribuir ingresos (tanto en tiempos de auge como de depresión), terminaron siendo desentendidas hasta por los supuestos beneficiarios quienes, luego, confundidos, los castigaron en las urnas al adherir al poder político que siempre menos los tuvo (tiene y lo tendrá) en sus planes (cualquier semejanza con la realidad argentina es pura coincidencia).

Las crisis dejan más secuelas en el sistema económico que en la memoria social

Esta discusión tiene historia. En la década del setenta, Milton Friedman popularizó la frase: "siempre alguien debe pagar el almuerzo". No es difícil comprender que entendía a la economía como un estricto sistema matemático de suma cero, del mismo modo cómo se lo hace en el funcionamiento de las empresas. Indicó que todo exceso gasto en un momento del tiempo (déficit) y endeudamiento, más temprano o más tarde deberá ser pagado, siguiendo las estrictas directrices de los contratos. Lo deberá hacer la generación actual o, de lo contrario, se transformará en una herencia y posibles sofocones. Para los casos como el de la Argentina, Friedman era categórico: "No creo que una política de gradualismo tenga sentido. Temo que el "paciente" puede llegar a morirse antes que el "tratamiento" surta efecto//...// para controlar la inflación es preciso reducir el presupuesto del gobierno" (Friedman, 1975)". Nunca hubiera aceptado controlar tipo de cambio, tasas de interés, aplicar subsidios, aumentar el gasto público o establecer controles de precios porque, al fin y al cabo, todas estas medidas limitaban el funcionamiento del mercado y generaban inflación. Según su recomendación, el Estado no debe gastar en bienes públicos; por ejemplo, educación y salud a aquellos sectores que no pueden adquirirla de manera privada. Siguiendo las recomendaciones de Friedman, las correcciones actuales de la economía argentina (exceso de gasto), necesariamente deben ser de shock (se habla de eliminar el cepo sólo un día después de estar en funciones, el 11 de diciembre). Se debe ahorrar para compensar los excesos provocados por los subsidios, sostendría un Friedman apresurado ya en el salón VIP de Ezeiza.

Volvamos a la historia para ver que no necesariamente el ahorro es sinónimo de bienestar y que la noción social del neoclasicismo es sólo de suma cero. En 1723, el libro "la fábula de las abejas" de Bernard Mandeville, lisa y llanamente fue considerado como una indecencia porque sostenía algo semejante. Planteaba que "el gran arte para hacer que una Nación fuera feliz y lo que llamamos floreciente, consiste en dar a todos y cada uno la oportunidad de estar empleados; y para obtenerlo, hágase que la primera preocupación del Gobierno sea promover una variedad tan grande de manufactura, artes y oficios como la inteligencia humana pueda inventar (Mandeville, 1714). En la misma línea, John Maynard Keynes aseveraba que "un acto de ahorro individual significa, por así decirlo, el propósito de no comer hoy; pero no supone la necesidad de tomar una decisión de comer o comprar un par de botas dentro de una semana o de un año //...//de este modo (el ahorro) deprime los negocios de la preparación de la comida de hoy sin estimular los que preparan algún acto futuro de consumo. No es una sustitución de la demanda de consumo presente por la demanda de consumo futuro, sino una disminución neta de la primera (Keynes, 1937)".

Partiendo de la idea que en economía no "todo pasa", Friedman y los neoclásicos sugieren corregir en lo inmediato aún a pesar de las pérdidas resultantes de la confrontación, a diferencia de Mandeville, Keynes y muchos otros que recomiendan ser cuidadosos con "prescribir ahorro" a mansalva aplicando medidas (política económica) de shock. Este debate es de siempre (histórico) y se recrea entre los principales candidatos en la carrera por la sucesión presidencial. Las ideas no desaparecieron en 1989 con el derrumbe del muro, como pretendió demostrar la corriente principal de los noventa. Hoy por hoy, constituye "la médula espinal" de la decisión presidencial de octubre, no los actos de corrupción que circulan por "la carretera de la acción comunicativa".


(*) Agradezco el comentario del Lic. Matías Perilli.


Gustavo Perilli es socio en AMF Economía y profesor de la UBA

Twitter: @gperilli


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