
Hace unos años conocí a un joven llamado Emeka Nnaka, quien había quedado paralítico jugando al fútbol americano. Cuando hablé con Emeka sobre esa experiencia noté algo interesante. La forma en que contaba la historia de su lesión había cambiado con el tiempo, y eso lo sacó de la desesperación y lo condujo hacia una vida más positiva y significativa.
Emeka es una de las personas que entrevisté para mi libro The Power of Meaning: Crafting a Life That Matters (El poder del significado: crear una vida que importe). Después de leer miles de páginas de investigación en psicología y de hablar con más de cien personas como Emeka sobre qué da sentido a sus vidas, descubrí que uno de los pilares más importantes para ello es contar historias.
Inmediatamente después de su lesión Emeka se contó a sí mismo una historia que a grandes rasgos decía: "Mi vida jugando al fútbol era fantástica. Pero ahora, mírenme. Mi vida se terminó".

A medida que pasaban los meses, sin embargo, Emeka empezó a tejer una historia diferente. Reflexionando sobre su vida antes y después de lesionarse, su nuevo relato se convirtió en: "Antes de la lesión yo salía mucho de fiesta y no pensaba en los demás… Vivía sin propósito, pero mi lesión me hizo darme cuenta de que puedo ser un mejor hombre".
Todos vivimos por medio de relatos: vamos al cine, leemos novelas y compartimos historias con seres queridos y colegas. Pero el relato al que me refiero específicamente aquí es el que uno se cuenta a uno mismo sobre sí mismo. Nuestra historia es nuestro mito personal. Crear una narrativa de los acontecimientos de nuestra vida trae claridad. Nos ayuda a entendernos más profundamente, e incluso puede ayudarnos a encontrar un propósito, como le sucedió a Emeka.
No siempre nos damos cuenta de que somos los autores de nuestras propias historias y podemos cambiar la forma en que las narramos. Muchos de nosotros pensamos que nuestras vidas son sólo una lista de hechos. Pero en verdad todos hacemos lo que el psicólogo Dan McAdams de Northwestern University llama "elecciones de narrativa" y todos podemos editar, interpretar y relatar nuestras historias, aun cuando estemos limitados por los hechos.

En sus estudios, McAdams ha hallado que la gente que lleva vidas significativas tiende a relatar un determinado tipo de historias: las definidas por la redención, el crecimiento y el amor. Su investigación se centra especialmente en historias redentoras, o en historias que pasan de malas a buenas. Lo contrario de una historia redentora, dice McAdams, es una historia de contaminación, donde las cosas buenas son arruinadas por cosas malas.
Por supuesto, esto plantea una pregunta: ¿cómo puede alguien cambiar su relato, especialmente si crea narraciones disfuncionales sobre sí mismas?
Algunas personas reciben la ayuda de un terapeuta. Pero uno puede cambiar su historia solo también, sólo con reflexionar a fondo sobre su vida. El investigador James Pennebaker de la Universidad de Texas en Austin invitó a la gente a su laboratorio a escribir sobre las peores experiencias de sus vidas durante 15 minutos al día durante tres o cuatro días seguidos. Quienes escribieron sobre una adversidad iban al médico menos a menudo, tenían presión arterial más baja y mostraban menos síntomas de depresión y ansiedad en comparación con el grupo de control.
¿La razón? Significado. Pennebaker encontró que los que más se beneficiaron del ejercicio fueron los que lograron encontrar, con el paso del tiempo, más significado y sentido a lo sucedido.

Los sujetos de investigación crearon significado de una de tres maneras:
Primero, investigaron las causas y consecuencias de la experiencia traumática: cómo la experiencia los moldeó, qué perdieron y qué ganaron. Para medirlo Pennebaker contó cuántas veces usaron lo que él denomina "palabras de entendimiento", como "darse cuenta" y "comprender".
En segundo lugar, mostraron un cambio de perspectiva. En lugar de escribir sobre "por qué me pasó esto", escribieron sobre "por qué tal persona abusó de mí" o "por qué se divorció de mí". En otras palabras, pusieron cierta distancia emocional entre ellos mismos y el hecho, y mostraron cierta empatía hacia los demás.
Finalmente, pudieron encontrar algún tipo de bien resultante de la experiencia: un resultado positivo que redimió el mal.
Pero no hace falta experimentar algo terrible para beneficiarse de la narración de historias. Todos sufrimos y luchamos, algunos más y otros menos. No importa quiénes somos o lo que hemos experimentado: la narración puede ayudarnos a manejar las vicisitudes de la vida con más significado.
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